Su Esposa Por Venganza

CAPÍTULO III

—Necesito una explicación, hijo, y ahora mismo —gritó el padre de Ares, furioso.

—Han... cariño —respondió el padre de la chica con voz afligida.

A Hanah todo comenzó a dar vueltas. De pronto, sentía los párpados pesados, y la oscuridad se cerró a su alrededor.

—Esto no se va a quedar así —dijo el señor Marshall, furioso, mientras alzaba en brazos a la chica inconsciente.

—¿Qué es lo que te pasa, Ares? ¿No puedes tener la bragueta de tus pantalones cerrada por una sola noche? —reclamó su padre, y luego se retiró.

Monique quedó a solas con Ares, observándolo con picardía mientras él se abotonaba la camisa.

Al día siguiente, Hanah se despertó con un terrible dolor de cabeza. Tenía mucho frío. Intentó abrir los ojos, pero la luz empeoraba su migraña. Cuando finalmente consiguió abrirlos, se dio cuenta de que estaba en una habitación de hospital. A su lado estaba su madre, con los ojos cerrados, sentada en una silla y sosteniéndole una de sus manos.

—Mamá —llamó la chica, pero al hacerlo se arrepintió, pues tenía la boca seca y la garganta le dolía.

—Querida mía, al fin despertaste —respondió su madre, preocupada.

—Agua, por favor —logró susurrar Hanah.

La señora Marshall se levantó de la silla y le dio un vaso con agua, que Hanah bebió de inmediato.

—¿Más? —pidió sedienta.

—Claro, mi niña hermosa. Bebe toda la que quieras —dijo su dulce madre.

—¿Qué hago aquí, mamá? —preguntó Hanah, confundida.

—Oh, mi Han... —fue lo único que alcanzó a decir su madre antes de echarse a llorar desconsolada.

—Detente, madre. Dime qué pasa, qué tengo... —se alarmó la chica.

—Lo que pasa es que, anoche en el baile de máscaras, alguien puso una droga en tu bebida y…

—Te violaron —la interrumpió la voz fría de su hermana Monique, que acababa de llegar, recostada en el umbral de la puerta—. Bueno, al menos eso dice papá, porque yo te vi muy a gusto en los brazos de Ares anoche.

—¡Monique! —exclamó su madre, acallándola.

—¡Ay, mamá! Quítate la venda de los ojos, por favor. Todo el mundo sabe que Hanah estaba obsesionada con Ares Prokopis desde niña. Algo me dice que le montó una trampa para seducirlo. Tu hija perfecta no es más que una ramera.

—¡Basta, Monique! —le gritó su madre—. No te expreses así de tu hermana.

—Solo digo en voz alta lo que todos comentan en la ciudad —respondió Monique con desprecio.

—¿Qué...? ¿Qué dices? —preguntó Hanah con voz temblorosa. De pronto todo empezó a darle vueltas. Sintió náuseas y se llevó una mano a la boca.

—No te hagas la mosca muerta, Hanah. Ahora papá está en la mansión de los Prokopis —añadió Monique, enfadada.

—¡Madre! —exclamó la joven, aturdida, esperando que su madre negara lo que acababa de oír. Pero la señora Marshall seguía llorando desconsolada.

—¡Oh, por Dios! Esto no puede ser cierto —susurró Hanah, sintiéndose desfallecer—. Solo quiero dormir y despertar de esta horrible pesadilla. Mi príncipe, mi héroe, mi amor… no puede ser un canalla.

La chica comenzó a gritar y a llorar histéricamente. Una enfermera entró y le administró un calmante, haciendo que cayera en un profundo y apacible sueño.

Cuando despertó ya era de noche. La habitación estaba vacía y en penumbras; sólo una lámpara sobre la mesita de noche emitía luz tenue. El silencio la helaba hasta los huesos. Un movimiento entre las sombras la hizo ponerse alerta. Al acostumbrarse su vista a la oscuridad, percibió una silueta masculina sentada en una silla, a cierta distancia.

Intentó incorporarse, pero la debilidad y el cansancio la hicieron desfallecer nuevamente, y se recostó en la almohada soltando un gemido. Cuando el hombre se movió hacia la luz, Hanah se percató de que era Ares Prokopis, con una expresión fría y mirándola con desprecio.

—Espero que estés feliz con lo que has conseguido —dijo él con frialdad.

Ares notó con fastidio que ella lloraba. De pronto sintió el impulso de tomarla en brazos hasta que cesaran sus lágrimas. Pero quehacer el amor con ella debía ser lo último que le pasara por la mente, dado que la acusación era grave. Estaba claro que él creía que ella tenía planes más ambiciosos.

Sus manos comenzaron a temblar. Ella estaba asustada ante su presencia. Un asomo de compasión se agitó en su interior, pero lo rechazó. Aquella joven no merecía compasión de su parte.

Ares estaba furioso. No le agradaba verse atrapado en aquella trampa. Durante toda su vida había sido alguien controlado y seguro de sí mismo. Su universo giraba en torno a su papel como heredero de las empresas Prokopis y los viñedos de su padre. Se sentía orgulloso de proteger la reputación de su apellido.

Y entonces apareció ella: ya no la niña dulce, gentil y solitaria que él recordaba, siempre con un libro en las manos. Frente a él estaba una mujer astuta, manipuladora. Sentía que estaba frente a una conspiración.

Volvió la mirada hacia ella. Cruzó los brazos y casi gozó de su evidente turbación. ¿Qué más merecía? Pero el enfado era tan intenso que no lo dejaba disfrutar de nada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.