Su nombre es Lisa West

Capítulo 47

Los padres de Lucas llegan al hospital. Se acercan exhaustos al mostrador donde una enfermera revisaba los nombres que había en una tablilla.

—Mi hijo, mi hijo, Lucas Fisher —dice halando un hilo de aire.

—Espere por favor —contesta ella, mientras investiga el número de habitación—. ¿Él es a quién encontraron? Está en la habitación 458.

—Gracias dice el señor John colocando sus manos sobre el hombro de su esposa.

Ellos se miran a los ojos, ella mira por encima de su hombro y un choque entre sus miradas proyecta la preocupación como el sentimiento más fuerte en ese momento.

Él regresa la vista a la joven enfermera y con un suave todo de voy agradece, ella lo mira y le sonríe a la vez.

Los dos caminan tomados de la mano como si en ellos naciera ese deseo de apoyarse mutuamente, aunque no sepan qué le espera detrás de esa puerta. Les aterraba ver a su hijo conectado a miles y miles de cables, donde la respiración fuera artificial y no hubiera manera de sentir con vida ya que estaba en estado de cómo y aún no había despertado desde que lo habían subido a la ambulancia aquel día.

Los padres, tanto de Lisa como de Lucas estarán marcados para toda la vida tras esta tragedia que acababa de suceder. Se temía por la reacción de Lucas cuando despertara y se diera cuenta de que ya no volvería ver más a Lisa.

Todos estaban al tanto de la situación, los padres de Lisa sabían el estado en el que se encontraba Lucas y los padres de él sabían lo que le había sucedido a la Lisa. Las familias estaban tristes, rotas, heridas por aquel hecho que les cambió la vida a todos.

Los padres de Lucas caminan por el pasillo, suben escaleras hasta llegar aquel pasillo, las ansias y la preocupación. Los nervios y el temor de ver a su hijo los arropó en ese momento que ellos nunca creyeron que iban a tener que vivir y ver de tan cerca.

Él toma la perilla y le da vuelta, ella lo mira y le sonríe. Él la gira y la puerta se abre. La luz estaba encendida, una radiante y cegante luz los golpea al entrar a la habitación.

Él lo mira, se veía como si estuviera durmiendo, no parecía estar mal, a excepción de que tenía unos vendajes en el hombro. Eso era lo único que se veía fuera de lo normal.

La cánula nasal dividía su rostro, mientras un monitor cardiaco mostraba la frecuencia de las palpitaciones de su corazón. Hacia frio en ese lugar, hacía mucho frio, ese olor a medicina ingresaba por la nariz como golpe inesperado. Ella se acerca a él a toda velocidad y se sienta junto a su hijo.

—Hola mi amor —le acaricia el pelo —solo tú sabes que ocurrió ese día, solo tú puedes responder nuestras preguntas. Así que tienes que despertarte muy pronto parque que estés con nosotros y ayudes a los oficiales a que resuelvan este desastre—.  Se les aguan los ojos —despierta mi amor, por favor.

Él la mira cómo se va derrumbando lentamente, mientras la melancolía se apodera de ella y de su cuerpo. Sus lágrimas caen como gotas de roció, mientras sus mejillas son marcadas por un rastro de sufrimiento y dolor que es liberado de su alma. Él tampoco puede contener su tristeza por más tiempo: se acerca a su esposa y en medio de un cálido abrazo las lágrimas empiezan a manar de aquellos dos seres heridos al ver como lentamente van perdiendo a un hijo.

El cuadro era tan conmovedor, Lucas aun no daba señales, no pasaba nada, todo era igual, todo era lo mismo. Sus padres se quedaron allí hasta que finalizo la hora visitas, pero luego tuvieron que marcharse para un hotel y así poder pasar la noche allí.

—Me despertaré temprano en la mañana para ir a ver a Lucas, si quieres puedes quedarte más tiempo en cama y poder descansar —dice ella mientras va acomodando la cama para irse a dormir.

—No mi amor, nos iremos los dos, cuando te despiertes me avisas, así nos vamos juntos. ¿Qué haré yo aquí si tú no estás?  Nada, ¿Verdad?

Ella asiente con la cabeza.

—Entonces —continua —me despertaras y nos iremos juntos y volveremos junto. Si quieres algo para desayunar yo voy y compro algo, pero no te dejaré sola, estamos juntos en esto, también es mi hijo y duele verlo en ese estado que ni siquiera sé si podrá salir de esta, pero si lo hace, recuérdame de nunca más dejarlo que se mude tan lejos.

Ella suelta una carcajada, él la observa indignado por aquella reacción ante lo que acababa de decir.

—Está bien, te despertaré cuando me dé una ducha, así podrás entrar al baño en tonto te despierte y no choquemos. Me despertaré a eso de las 8:30, pondré una alarma y así no me coge el sueño y me quedo pegada a la cama.




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