El sonido metálico de las herramientas llenaba el taller, mezclado con el olor a aceite y caucho quemado. Valentina, con el cabello atado de forma desordenada y las manos manchadas de grasa, revisaba por última vez el Aston Martin que había llevado esa mañana para una prueba de conducción. Lo había dejado impecable, como si nada hubiese ocurrido. No podía arriesgarse a que el dueño original supiera que alguien había rayado su juguete de lujo.
Era casi medianoche cuando escuchó un motor acercarse. No era un cliente cualquiera. El rugido grave y elegante de un McLaren 720S vibró por todo el callejón. Valentina se giró lentamente, y ahí estaba Sebastián Anderson, apoyado en la puerta del auto como si acabara de salir de un comercial.
—Trabajas hasta tarde —dijo con esa voz tranquila que parecía más un desafío que un saludo.
—Alguien tiene que reparar los desastres que provocas —respondió ella, secándose las manos con un trapo.
Sebastián entró al taller, caminando entre las sombras como si le perteneciera. Observó el Aston Martin impecable y luego a Valentina, con una media sonrisa.
—Impresionante. Cualquiera diría que nunca lo chocaste.
Valentina rodó los ojos.
—¿Viniste a agradecerme o a buscar otra excusa para complicarme la vida?
—Vine a ofrecerte una oportunidad. —Se apoyó en una de las mesas de trabajo, cruzando los brazos—. Hoy… improvisé frente a mi abuela. No planeaba llamarte mi prometida, pero necesitaba una salida. Y ahora, necesito que me ayudes a sostener la mentira por una semana.
Ella dejó caer el trapo con un golpe seco sobre la mesa.
—¿Una semana fingiendo que soy tu prometida? ¿Estás loco?
Sebastián no parpadeó.
—Una semana, y te pago lo que pidas.
Valentina arqueó una ceja, incrédula.
—¿Y por qué yo? Podrías contratar a una actriz, a una modelo… incluso a esa Mariana que parece lista para casarse contigo.
Él sostuvo su mirada, serio.
—Porque ninguna de ellas podría convencer a mi abuela. Tú… tienes carácter. Y hoy, cuando me seguiste por la ciudad, vi algo que no veo casi nunca: alguien que no se intimida por mí. Eso funciona para mi plan.
Valentina entrecerró los ojos, debatiéndose entre el impulso de decirle que se fuera y el cálculo frío de su situación. Ella necesitaba dinero. Abrir su propio taller, independizarse, dejar de depender de favores. Y Sebastián, con todo su ego, era una oportunidad difícil de ignorar.
—¿Cualquier cifra? —preguntó finalmente.
Él asintió sin titubear.
—Pon un precio.
Valentina buscó una hoja y un bolígrafo, escribió un número que pensó lo haría retractarse y se la entregó.
—Esa es mi tarifa. Y no me pienso quedar ni un día más de lo acordado.
Sebastián miró la cifra, sus labios se curvaron apenas.
—Hecho. Mañana a las ocho, cena en la mansión de mi abuela. Vístete elegante.
Ella levantó la barbilla, sintiendo un extraño cosquilleo de adrenalina.
—Esto es solo un negocio, Anderson.
—Solo un negocio —repitió él, aunque sus ojos decían otra cosa.
Cuando Sebastián se marchó, el sonido del McLaren alejándose quedó flotando en el aire. Valentina respiró hondo, apoyándose contra el Aston Martin. Había aceptado un trato que podía cambiar su vida… o arruinarla por completo
POV de Sebastián
El rugido del McLaren era lo único que llenaba el silencio en el camino de regreso. Las luces de Charleston pasaban como un borrón a través del parabrisas, pero Sebastián apenas las registraba. En lugar de eso, su mente estaba atrapada en la imagen de Valentina Reed.
Esa mujer no se parecía a nadie que hubiera conocido. No era como Mariana, con su perfección ensayada y ambiciones disfrazadas de sonrisas. Tampoco como las modelos y socialités que orbitaban a su alrededor, dispuestas a asentir a todo lo que decía. Valentina no había hecho más que contradecirlo desde el primer momento… y, extrañamente, eso le divertía.
Recordó cómo lo miró en el taller, con el ceño fruncido y las manos manchadas de grasa, como si no le importara quién era él ni lo que valía. Esa actitud lo desconcertaba. Estaba acostumbrado a que las personas lo trataran como una figura de poder, no como un hombre al que podían desafiar sin reparos.
Giró el volante con fuerza, desviándose hacia la carretera costera en lugar de tomar el camino directo a su departamento. Necesitaba despejar su mente.
“Solo un negocio”, se recordó.
La había elegido porque era convincente, porque podía engañar a su abuela y darle tiempo para deshacer el compromiso que su familia intentaba imponerle. No por ninguna otra razón. Y, sin embargo, la imagen de Valentina mordiendo su labio mientras escribía su tarifa en aquella hoja seguía apareciendo en su mente, como una distracción incómoda.
Suspiró, acelerando mientras la costa quedaba iluminada por la luna.
—No eres mi tipo —murmuró para sí, como si eso bastara para cerrar el tema.
Pero algo dentro de él sabía que mentía. La chispa que había sentido cuando ella lo persiguió por las calles, cuando sus ojos se encontraron en medio del caos, no era algo que pudiera ignorar fácilmente.
Quizás la semana que estaba por comenzar sería mucho más peligrosa de lo que había calculado.
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Editado: 14.08.2025