POV Valentina
Los días siguientes fueron un desfile de cenas, reuniones y eventos donde todos parecían más interesados en evaluar mi peinado y mi postura que en saber quién era. Mariana, por supuesto, siempre encontraba el modo de lanzarme un comentario venenoso disfrazado de cortesía:
—Oh, Valentina, ese vestido es precioso. —Su sonrisa era pura falsedad—. ¿Lo elegiste tú… o Sebastián?
—Lo elegí yo —respondí con una sonrisa igualmente dulce—. Pero tranquila, si quieres puedo recomendarte la tienda. Tienen descuentos para segundas opciones.
El murmullo ahogado de Julián desde la barra me dio el empujón que necesitaba. Poco a poco, empecé a notar que, aunque no pertenecía a su mundo, podía manejarme en él. No era riqueza lo que intimidaba, sino la actitud. Y yo tenía de sobra.
Esa noche, en el balcón de uno de los eventos, mientras la música clásica sonaba de fondo, Sebastián se acercó con dos copas de vino.
—Pareces menos incómoda con cada cena —comentó, apoyándose en la baranda junto a mí.
—No es que me guste este mundo… pero si voy a sobrevivirlo, necesito actuar como si perteneciera aquí. —Tomé la copa y le di un sorbo—. No pienso dejar que Mariana tenga la satisfacción de verme tropezar.
Él rió suavemente.
—Eso lo respeto. —Pausa—. Me dijiste el otro día que querías abrir tu propio negocio. ¿Qué tipo?
Lo miré, sorprendida por el interés real en su tono.
—Un taller de autos… especializado en personalización para deportivos y de carrera. Sé que parece ambicioso, pero es lo que sé hacer mejor. Crecí entre motores y pistas improvisadas. Y aunque no tengo contactos ni capital, tengo una idea que podría funcionar.
Sebastián giró hacia mí, apoyando un codo en la baranda.
—Tienes la habilidad, y eso vale más que la mitad de los contactos que conozco. —Su mirada se volvió más intensa—. Si vamos a fingir que somos una pareja perfecta, lo mínimo que puedo hacer es ayudarte a que esto deje de ser un sueño.
Sentí un extraño calor en el pecho. No porque quisiera que me ayudara… sino porque, por primera vez, no sonaba como una oferta condescendiente.
Más tarde esa misma noche, ya de camino de regreso, tomé el volante del Maserati. Sebastián alzó una ceja desde el asiento del copiloto.
—¿Confías en que no destroce tu auto? —pregunté, con una media sonrisa.
—Confío en que no podrás seguir mi ritmo si te reto. —Su sonrisa era provocadora.
Mis dedos se cerraron en el volante.
—¿Estás apostando que no puedo ganarte?
—Claro que sí. —Se inclinó un poco hacia mí—. Si gano, vienes conmigo al próximo evento familiar sin discutir. Con vestido rojo.
—Y si yo gano —repuse, encendiendo el motor—, tú vienes a un circuito local conmigo y pasas una noche entera trabajando en motores, sin asistentes ni trajes caros.
Él sonrió, mostrando un destello de diversión genuina.
—Trato hecho.
Las luces de la carretera se convirtieron en trazos de neón mientras ambos acelerábamos, el rugido de los motores mezclándose con la adrenalina. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba exactamente donde debía: no como la chica que fingía ser parte de su mundo, sino como yo misma… compitiendo, riendo, viviendo.
Y cuando nuestras miradas se cruzaron brevemente en una recta, con el viento agitando mi cabello y esa chispa peligrosa en sus ojos grises, supe que esta farsa se estaba volviendo algo mucho más complicado.
#6703 en Novela romántica
#1689 en Chick lit
#2953 en Otros
#718 en Relatos cortos
Editado: 12.09.2025