POV Valentina
El rugido del motor llenaba la noche mientras dejaba atrás el Maserati de Sebastián en la última curva. No pude evitar sonreír, sintiendo esa mezcla de adrenalina y satisfacción que solo conocía desde niña, cuando corría en pistas improvisadas con mis hermanos.
Cuando crucé la línea que habíamos marcado como meta, reduje la velocidad y estacioné, esperando a que él llegara. Cuando lo hizo, su auto se detuvo a mi lado con un derrape impecable.
Bajé la ventanilla y lo miré con una sonrisa triunfal.
—Creo que eso significa que pasas una noche en mi mundo, Anderson.
Él apoyó el brazo en su ventanilla, devolviéndome la mirada.
—Debí saber que ibas a hacer trampa.
—¿Trampa? —reí, saliendo del auto—. No puedo evitar que seas más lento.
Sus ojos grises brillaron con algo más que competitividad.
—Muy bien, Hayes. ¿A dónde me llevas?
Esa misma noche, lo llevé a un circuito local donde conocía a varios pilotos aficionados. Nada de cócteles, ni trajes caros, ni sonrisas falsas: solo ruido de motores, olor a gasolina y manos manchadas de grasa.
Sebastián miró alrededor, con su camisa arremangada y el cabello un poco revuelto, claramente fuera de su elemento pero sin quejarse.
—No venía a un sitio así desde hace años… —dijo, tocando uno de los autos modificados—. Olvidé lo real que se siente.
—Aquí nadie te llama “Señor Anderson”. Nadie te sigue con una libreta. —Le pasé una llave inglesa y una sonrisa—. Y si quieres sobrevivir la noche, tendrás que ensuciarte las manos.
Lo vi agacharse junto a mí, ayudando a ajustar un motor. Al principio, sus movimientos eran torpes, pero pronto empezó a recordar lo que hacía. Sus dedos, acostumbrados a sostener plumas Montblanc y documentos de millones de dólares, se mancharon de aceite sin que pareciera importarle.
Cuando nos detuvimos para tomar un descanso, nos sentamos en el capó de un auto mirando las luces lejanas de la ciudad.
—¿Siempre soñaste con esto? —preguntó, girando hacia mí.
—Siempre. —Crucé los brazos, abrazándome por el fresco de la noche—. Pero los sueños cuestan dinero, y en mi mundo, nadie te lo da solo porque tengas un apellido bonito.
Él me observó en silencio, como si procesara algo. Luego, dijo en voz baja:
—Mi mundo… tampoco es tan perfecto como parece.
Lo miré de reojo. Por primera vez, no vi al CEO frío ni al hombre que me chocó. Vi a alguien cansado de cumplir expectativas, alguien que encontraba en el rugido de un motor la misma libertad que yo.
El silencio entre nosotros no fue incómodo. Fue… íntimo. Y cuando nuestras miradas se encontraron bajo las luces del circuito, por un momento olvidé que esto era un trato temporal.
POV Valentina
El dueño del circuito, un tipo llamado Rick que conocía de mis años corriendo de manera “no oficial”, nos vio charlando y sonrió con esa forma que indicaba que tenía una idea peligrosa.
—Oye, Hayes, si tu novio millonario se atreve, tenemos una carrera de última hora esta noche. —Rick señaló con la barbilla hacia un par de autos modificados y un pequeño grupo de pilotos reunidos—. Premio: cinco mil dólares en efectivo. O, si ganan, Rick puede ponerlos en contacto con un patrocinador local para tu taller.
Me giré hacia Sebastián.
—¿Qué dices, Anderson? ¿Te atreves a ensuciar un poco más tu reputación?
Él arqueó una ceja.
—Cinco mil dólares no me mueven. Pero… ayudarte a acercarte a tu taller suena más interesante.
—Entonces yo armo el auto, y tú lo llevas a la meta. —Le lancé una mirada retadora—. Si no puedes con eso, dímelo ya.
Sus labios se curvaron en una media sonrisa.
—Prepárame un auto que pueda aguantar mi conducción, y te demostraré que puedo hacer más que firmar contratos.
POV Sebastián
La pista olía a gasolina, goma quemada y adrenalina. Mientras me colocaba el casco y ajustaba el cinturón en el asiento del piloto, podía ver a Valentina correr de un lado a otro en el pit, sus manos rápidas ajustando válvulas y revisando el sistema de frenos como si su vida dependiera de ello.
No estaba acostumbrado a ver mujeres ahí. Y mucho menos, una que diera órdenes a tipos que parecían sacados de una pandilla de taller. Lo hacía con confianza, sin levantar la voz, pero todos le obedecían como si supieran que su palabra valía más que cualquiera.
—Estás lista —dijo, golpeando suavemente el techo del auto cuando se acercó a mí. Sus ojos brillaban con una mezcla de concentración y emoción—. Confía en mí, y no tendrás que preocuparte por nada más que ganar.
—Confío —respondí, sorprendido de darme cuenta de que era cierto.
Cuando la carrera empezó, la adrenalina me golpeó como un viejo recuerdo. No estaba en una pista profesional, ni había patrocinadores ni trofeos de cristal. Solo velocidad pura, con autos rugiendo a centímetros de distancia y público gritando desde las gradas improvisadas.
Cada vez que entraba al pit, Valentina estaba ahí, lista antes de que yo terminara de frenar. Sus manos parecían moverse más rápido que los cronómetros, y cada segundo que ahorrábamos nos acercaba más al liderato.
En la última vuelta, adelanté por el interior de la curva final, sintiendo cómo el auto vibraba al límite. Cruzamos la meta primeros, con una diferencia de menos de medio segundo.
El público estalló en vítores y silbidos, y cuando salí del auto, Valentina ya estaba corriendo hacia mí, con una sonrisa genuina que rara vez le había visto desde que nos conocimos.
—Te dije que ganaríamos —dijo, empujándome suavemente con el hombro.
—No habría pasado sin ti en el pit —admití, quitándome el casco y sacudiendo mi cabello—. Buen trabajo, Hayes.
Por un momento, mientras nuestras respiraciones aún estaban aceleradas por la carrera, nuestras miradas se engancharon. No había público, ni familia, ni contratos… solo la sensación de que, por primera vez, estábamos en el mismo equipo.
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Editado: 12.09.2025