POV Sebastián – Sala de Emergencias
Las paredes blancas del hospital nunca me habían parecido tan frías. Cada segundo en esa sala era un golpe seco contra el pecho, cada tic-tac del reloj me recordaba que, por primera vez en años, no podía controlar nada.
Valentina estaba al otro lado de esas puertas, inconsciente. Y nuestro hijo —mi hijo— pendía de un hilo.
Pasé las manos por mi rostro, intentando ahogar la sensación de vacío que me consumía. No era miedo al fracaso, ni al escándalo, ni siquiera al dinero. Era miedo real. Miedo a perderlos a los dos.
Fue entonces cuando escuché esos tacones. Ese sonido insolente que podía reconocer en cualquier parte. Clara.
—Sebastián… —su voz dulce contrastaba con el veneno en sus ojos—. No tienes que mirarme así. No quise que las cosas llegaran tan lejos. Solo… me defendí.
La miré, y algo dentro de mí se quebró. La calma fría que solía manejar en los negocios se evaporó, reemplazada por una furia helada.
—¿Te defendiste? —mi voz era baja, peligrosa—. Empujar a una mujer embarazada por las escaleras… ¿eso es defensa?
Ella retrocedió un paso, pero aún intentó sonreír.
—Sebastián, no puedes creer que de verdad…
—¡Cállate! —Mi voz retumbó en la sala. Algunas personas se giraron a mirar, pero no me importó—. Escúchame bien, Clara. A partir de ahora, tu nombre desaparecerá de cualquier contrato, de cualquier evento, de cualquier parte de mi vida. Si Valentina o mi hijo pierden un solo segundo más de salud por tu culpa, no habrá abogados suficientes para salvarte.
Ella empalideció, pero yo no había terminado.
—Y si vuelves a acercarte a ella, no solo acabarás arruinada… terminarás en prisión. ¿Lo entiendes?
Clara abrió la boca para replicar, pero una voz firme la interrumpió.
—Y si no lo entiendes… yo personalmente me encargaré de que lo hagas —dijo mi abuela, que había llegado sin que la notáramos. Su mirada era acero puro—. Vete antes de que decida olvidarme de tu apellido.
Clara se marchó sin una palabra más, el sonido de sus tacones ahora apresurado y débil.
POV Sebastián – Minutos después
La tensión aún me recorría como electricidad cuando el médico salió de la sala.
—Señor Anderson. —Su voz era profesional, pero llevaba una ligera nota de alivio—. La señora y el bebé están estables. Fue una caída fuerte, pero logramos detener el sangrado y estabilizar a ambos.
—¿Están… a salvo? —mi voz salió más baja de lo que pretendía.
—Por ahora, sí. Pero necesita reposo absoluto. Cualquier estrés o movimiento brusco podría poner en riesgo al bebé. Tendrá que quedarse en observación al menos dos semanas.
Asentí, sintiendo que, por primera vez desde que la encontré, podía respirar.
Cuando entré a su habitación, estaba pálida, pero despierta, con sus ojos cansados buscándome.
—¿El bebé? —susurró, antes de que pudiera hablar.
Tomé su mano con suavidad.
—Está bien. Los dos lo están. —Tragué saliva, bajando la voz—. Y no voy a dejar que nada ni nadie vuelva a ponerlos en peligro.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no dijo nada. Solo apretó mi mano con fuerza, como si eso bastara.
Me incliné, rozando su frente con mis labios.
—Te prometo que de ahora en adelante… yo cargo con todo. Tú solo preocúpate de descansar.
Y por primera vez, sentí que esas palabras no eran solo un juramento. Eran una decisión.
#3407 en Novela romántica
#1092 en Chick lit
#1175 en Otros
#193 en Relatos cortos
Editado: 06.09.2025