"Una sonrisa es todo lo que basta para darse cuenta de que aquella persona es con la que quieres pasar el resto de tu vida", pienso, mientras me miro al espejo que cuelga de la pared del baño. No es algo que crea verdad, pero nunca he podido olvidarlo, pues desde que era pequeña incontables personas me lo han ido recordando. Pero ellos están equivocados, es tu corazón el que te dicta si la persona con la que estás es tu media naranja o no, solo tú puedes decidir eso. Nadie más. Y sé que es así, pues la primera vez que mi prometido me sonrió no pensé que acabaríamos donde estamos ahora.
Enciendo la pantalla de mi móvil para ver la hora, aunque una voz dentro mía me dice que en realidad solo quiero ver mi fondo de pantalla. Es una foto mía con Ethan del mes pasado, de cuando fuimos de vacaciones a la playa para celebrar nuestro reciente compromiso. Trato de no sonreír, porque sé que si lo hago no podré parar y entonces será imposible terminar de pintarme los ojos.
Ni siquiera sé por qué he aceptado esta reunión con mi mejor amiga, a la cual no veo desde que tuvo su primer hijo, porque sé que probablemente llegue tarde o ni aparezca. Pero la echo tanto de menos que no he podido resistirme. Tan solo espero que no traiga a su pequeño.
—Estás preciosa, Emily —confiesa Ethan entrando a nuestra habitación, mientras miro cómo queda el conjunto que llevo.
—Gracias, cariño. Aunque no sé si llevar este —señalo al vestido que tengo puesto—, o este otro. —Descuelgo una percha del armario, la cual tiene un vestido precioso que me regaló Ethan en mi último cumpleaños, hace apenas un año.
Antes de que diga nada, me desabrocho la cremallera y me pongo el otro. Es algo informal, pero es de un color rojo vino que hace que se vea muy elegante. Es corto, y tiene una pequeña apertura en la parte baja de la espalda. El cuello es cerrado y alto, pero no tiene mangas.
—Definitivamente, ese —dice mi prometido una vez he terminado de abrochármelo.
Asiento y le doy un ligero beso a modo de agradecimiento. Él me sonríe y me acerca más a él. Me dejo hacer, pero no tardo en separarme de él.
—No quiero llegar tarde —aclaro, dándole un último beso y un abrazo.
Él no dice nada, pero sé lo que piensa. Probablemente Victoria llegue tarde, así que no pasaría nada si yo llegase tarde también, pero tengo una obsesión con llegar puntual a todos lados. Siempre debo estar allí por lo menos diez minutos antes de la reunión, sea lo que sea. Esta "obsesión" se ha visto reforzada por la puntualidad que debo tener en el trabajo. Al ser la jefa de edición de una pequeña editorial se espera que esté la primera en la sala de reuniones, sobre todo porque tengo que organizar los puntos a discutir, aunque casi siempre lo termino rápido para poder leer algo.
Llego al restaurante un rato antes, como era de esperar. Victoria no ha llegado, pero eso no me sorprende, si no suele llegar puntual menos aún va a llegar antes de tiempo. Desabrocho la cremallera de mi chaqueta, ya que no hace tanto frío y voy a entrar al restaurante de todas formas.
—Buenas noches, señorita —saluda un joven, que lleva un traje horroroso, nada más entrar por la puerta.
Me halaga que me trate de señorita. Sé que sigo siendo muy joven, pronto cumpliré los veintisiete, pero desde que me comprometí comenzaron a tratarme de señora. Es refrescante que alguien no lo haga.
—Buenas noches —respondo, con una sonrisa.
—¿Tiene reserva? —pregunta, mientras me despojo por completo de la chaqueta; dentro hace mucho más calor.
—Sí, está a nombre de Emily Blair. Aunque todavía tiene que venir mi amiga.
—No se preocupe, en un momento tendremos la mesa y podrás esperar ahí más cómoda —asegura, a lo que sonrío.
Se adentra al restaurante para, supongo, comenzar a preparar la mesa que compartiremos esta noche. Mientras tanto, observo el lugar, pero hay algo que capta mi atención antes de que pueda ponerme a escrudiñar cada detalle. Es una mujer joven, de unos veinticuatro años, comiendo ella sola. Me extraña, nunca vendría a un restaurante de este tipo para comer sola, pero entonces me pregunto si es que le han dado plantón. Quiero sentirme mal, pero enseguida el chico que me dio la bienvenida vuelve para llevarme hasta mi mesa. Por casualidad, es una cercana a la de la mujer que había estado observando.
—¿Me podría poner una copa de vino, por favor? —Miro la carta—. Me gustaría el número 2, a ser posible.
—Claro, ahora mismo se lo traigo —responde.
—Muchas gracias.
A la media hora comienzo a perder la esperanza. Los camareros me miran con pena, pero lo único que siento yo es ira.
—...me han dado plantón y... —escucho a alguien decir, mientras se sorbe la nariz; es la mujer de antes.
—No se preocupe. ¿Qué le parece esto? Le traigo un postre, la casa invita —sugiere una camarera.
—Bueno, eso me animaría un poco. Muchas gracias, de verdad. Ya siento las molestias. —Saca un pañuelo de su bolso mientras que la muchacha va a buscar su postre gratis.