Llego al parque antes de tiempo y me siento en un banco para esperar. Sé que todavía es temprano, pero eso es usual en mí. Pero, en este caso, no he llegado temprano por manía. Simplemente, odio la sola idea de tener que hacerle esperar. Miro hacia arriba, el sol brilla como si no hubiese un mañana; temo que vaya a quemarme. Agradezco haber cogido las gafas de sol en un último momento, y el haberme puesto ropa algo veraniega.
Un rato después, la veo acercándose a donde permanezco sentada. Hayley me da un abrazo nada más verme, lo que hace que su perfume me embriague. Me separo de ella con una sonrisa, pero tratando de esconder la alegría que me ha producido el tan solo verla. Borro los pensamientos de mi cabeza.
—¿Todo bien? Decías que necesitabas hablar —pregunta mientras caminamos hacia la hierba del parque.
—Pues, es que he estado teniendo algunas dudas... —Miro hacia otro lado, me da vergüenza mirarle a la cara; confesar algo así es difícil.
—¿Sobre la boda?
—Creo que sí —confieso, sentándome sobre la hierba. No me preocupa mojarme pues el verano acecha, haciendo que cualquier gota de rocío se evapore al instante—. No lo sé. Supongo que solo son nervios.
—Oye, no te preocupes. Es normal. Ya verás que con el tiempo eso se te pasa. Cuando estés casada con Ethan, verás que solo eran nervios tontos.
—Supongo que sí... —contesto, no siguiendo la conversación; es un fuego que no deseo avivar—. ¿Tú qué tal estás?
—Bien —sonríe, demasiado feliz. Algo en mí se revuelve—. De hecho, había algo que quería contarte —recuerda, sacando el móvil del bolsillo trasero de sus shorts.
—Oh, ¿qué ocurre? —La miro a través de las gafas de sol.
—Pues... Hay una chica —revela, enseñándome un selfie suyo en el que sale otra mujer abrazándola por detrás.
—¿Estáis saliendo? —pregunto; ni siquiera sabía que le gustaban las chicas.
Ese hecho no me molesta en absoluto, en verdad, la admiro por ser tan abierta sobre ello. He conocido a mucha gente incapaz de salir del armario por miles de razones y, sé que no debe de ser fácil, es por eso por lo que me maravilla el saber que ella no tiene ese problema.
—Sí. No era del todo oficial. Estábamos teniendo algo casual, pero el otro día decidimos salir en una cita en condiciones y la verdad es que fue una idea genial.
Me enseña varias fotos más de la mujer. Parece tener la misma edad que ella, asumo que unos veinticuatro o incluso menos. Quizás son sus rasgos que la hacen parecer más joven. Tiene el pelo corto, de color negro. Sus ojos son tan azules que hasta casi parecen grises. Es más pequeña que Hayley y tiene muchas curvas, pero es preciosa. Casi le tengo envidia.
—Me alegro mucho por ti, Hay —admito, dándole un abrazo cariñoso.
Ella me sonríe, pero hay algo en sus ojos. No puedo descifrar lo que es, pues enseguida cambia de tema.
—¿Sabes? Hace poco escuché una nueva canción y me tiene loca... —se emociona, mientras saca su teléfono una vez más—. Se llama Next to me, es del grupo Imagine Dragons. ¿Los has escuchado alguna vez?
—Sí, había escuchado alguna canción, pero no recuerdo mucho. ¿Puedes ponerla?
La balada comienza suave, y pronto empiezan a cantar. Escucho la letra con atención. Es de amor, una canción de agradecimiento, por quedarse a su lado a pesar de todo. Me late fuerte el corazón. Sin embargo, mis pensamientos se ven alterados, cuando de pronto recuerdo un poema del libro que recién estaba leyendo, y no puedo evitar enseñárselo.
—Esta canción me recuerda a algo que leí el otro día —comienzo, fijando la mirada en la fuente que borbotea agua en una pequeña plaza en medio del parque—. Es un poema de Julio Cortázar.
—¿Cómo dice el poema?
—Es muy bonito. Dice así: "'Yo me maté en esa curva', dije señalando su sonrisa" —le cuento, ansiosa por saber si le gusta.
—Me encanta, es muy bella la frase. Parece parte de una historia de amor, ¿no crees?
—La verdad. Podrías enseñársela a tu novia, quizás le guste también —sugiero, una punzada de dolor atravesándome el corazón.
—Probablemente. A ella también le gusta mucho leer, aunque suele ser más de ciencia ficción y novelas históricas. No aprecia la poesía tanto como nosotras.
—Qué pena, con lo bonita que es. Yo definitivamente se la diría a la persona que más quiero —susurro, con un doble sentido intencionado; ella no parece darse cuenta.
—¿Entonces a qué esperas? Cuando llegues a casa, se la puedes decir —responde.
—Claro. Es una buena idea —asiento, mientras arranco unas briznas de hierba, por puro placer.
Ella me mira sonriente. Y es en ese momento en el que me doy cuenta de que ya le he dicho esa frase a la persona que más quiero. Pero ella no sabe que ya lo he hecho, no sabe que es la persona que más quiero. Y quizás nunca lo sepa. Puede que tan solo sea mi cabeza jugando sucios trucos, puede que simplemente esté desesperada por encontrar una amistad y por ello confundo mis sentimientos. ¿Será eso? No, ya no lo creo. Definitivamente, quiero a esta mujer.