Es el último día de clases, eso me tiene triste puesto que dejaré de verlo a él, por el tiempo de vacaciones. Todo ese tiempo la paso ansiosa por volverlo a ver, es como una necesidad fisiológica, es algo inevitable; algo que pensé que pasaría con el tiempo pero nunca pasó, no hay cura para tanto amor, ni el tiempo, ni la distancia. Yo lo amo.
—Vamos, ve y dile que lo ames, no seas cobarde —Amber como siempre dándome ánimos a pesar de que no le gusta del todo, le parece raro, me ha dicho que parece como un psicópata y que por eso no sonríe.
—Me orino en mis pantalones —me como las uñas mientras lo miro comer en una banca, como siempre esta solo.
—Anímate que mi amiga, es una mujer valiente. Las mujeres de verdad, no tenemos miedo. ¿A qué le temes?, ¿al rechazo?, ¿y que, con que te rechace? Si lo hace, solo sacudete el polvo y vuelve al juego, ve por todo.
Amber y su elocuencia acabaron con mi miedo; le sonrió, me pongo de pie y caminó hacia él. Para mí mala suerte, me mira desde que empecé a caminar. Las piernas literalmente me tiemblan y la respiración se me agita pero intento ser fuerte; solo que mientras más me acerco, se me hace más imposible porque él me mira y su mirada es tan inexpresiva. No muestra miedo, ni amor, ni tristeza, ni odio, nada hay en su mirada.
—Hola —lo saludo con voz nerviosa y temblorosa, de la misma manera que siento las piernas, sale mi voz—. Yo, no sé, yo, llevo… ¿quieres? Digo, no sé.
Hago silencio porque por más que lo intente, no pude formular palabra. Me siento tan tonta, tan estúpida porque él me mira sin expresión alguna. Al ver que no me dice nada y solo mi mira con esa frialdad, decido irme lejos, doy media vuelta pero siento que me sostiene del brazo.
—Espera —escucho su dulce voz, es rara, grave pero me parece hermosa—. Yo también llevo tiempo queriendo hablarte pero soy raro, se que nadie confiaría en alguien que habla como robot.
—Es que me hablas y no te creo, no pareciera que quieras salir conmigo —sonrió, la sonrisa se me vuelve carcajada porque el habla y me mira sin expresión alguna.
—Tengo una rara condición que no me permite hacer expresión alguna, ahorita quisiera que supieras lo que siento, pero no se puede porque nací así —me explica y yo estoy sin saber que decir, no se como actuar.
—Yo… bueno, a mi me gustaría saber más sobre eso y ser tu amiga, si tu quieres —tartamudeo un poco.
—En este momento, estuviera sonriendo si pudiera, sonriendo de felicidad.
Nos sentamos donde él estaba solo, Amber me mira desde lejos y me sonríe un poco. Comemos y platicamos; me explica todo sobre su enfermedad, me cuenta que hay una cirugía pero es muy riesgosa lo que lo ha llevado a rechazarla. Lo veo y no lo creo; hoy cuando salí de casa, nunca se me pasó por la mente que hablaría con él, es como una sueño un tanto raro, ya que no hay ni una expresión en su rostro, así que cuesta saber que siente o como se siente.
—Daría lo que fuera porque supieras con que sentimiento te digo cada palabra —su vista la baja, pero no tiene expresión, puedo imaginar lo difícil que es, que la gente no sepa si estas feliz o triste, o enojado.
—Yo puedo ser tu sonrisa, solo déjame serlo, si quieres —le digo sonriendo.
—Haz de cuenta que ahorita estoy sonriendo y aceptando tu propuesta con las mejillas sonrojadas —lo que me dice, me hace sonreír también me hace feliz.
Seguimos hablando hasta que se llega el tiempo de ir a la última clase pero antes de eso, intercambiamos números y prometemos hablarnos todos los días.
A la hora de salida, nos despedimos con un beso en la mejilla y yo no puedo estar más feliz, gozosa, quiero gritar de emoción.
—Me debes cien dólares —me dice Amber.
— ¿Por qué?
—Porque gracias a mí, tienes novio —me dice sonriendo.
—No somos novios, pero pronto lo seremos, pero, no te debo nada, mejor vamos, te invito a comer pizza —le digo—. Para celebrar esta inmensa felicidad.