Su talismán

2.1

Destapo el recipiente de comida para bebés, intentando ignorar los gemidos de Lili. Se mueve inquieta sobre mis piernas, agarra mi suéter con sus manitas y se queja de la vida a su manera: infantil, pero muy insistente.

—Déjame ayudarte —dice Hunter, inclinándose un poco.

Mi primer impulso es rechazarlo, pero me detengo.
La verdad… me vendría bien.

—¿Puedes sostener a Lili un momento? —le lanzo una mirada evaluadora.

Se queda congelado, como si le hubiera pedido que sujetara un panal lleno de avispas.

—Eeeh… —pasa la vista de mí a la niña, y otra vez a mí—. ¿Eso es… seguro?

—¿Para quién?

—Para todos.

Suelto el aire.

—No va a explotar en tus brazos, si es lo que temes.

Hunter no parece convencido, pero extiende los brazos con cuidado.

—Vale. Pero si hago algo mal… que sepas que no fue con mala intención.

Le entrego a Lili, y él se tensa al instante. La sostiene como si fuera de cristal.

—Esto… ¿qué se supone que tengo que hacer?

—Solo sujétala. Y si puedes, mécela un poco.

Empieza a moverla lentamente de un lado al otro, muy torpemente, sin idea de lo que hace.

—¿Esto realmente funciona? —gruñe.

—Si no tuvieras cara de estar cargando una caja con explosivos, tal vez sí.

Frunce el ceño, pero intenta disimular la tensión.

—Tengo que acostumbrarme, eso es todo —murmura—. Lili… es un nombre bonito.

Rápidamente vierto el agua caliente en el bol con papilla y revuelvo con una cuchara.

—No tiene tan mala pinta —comenta Hunter con desconfianza, mirando la papilla de reojo.

Le acerco la cuchara a la boca.

—¿Quieres probar?

Se aparta enseguida.

—Todavía no estoy listo para ese tipo de aventuras.

Vuelvo la vista a Lili. Se ha acurrucado contra su pecho, con los puñitos pegados al rostro, pero… su respiración es pesada. Sus ojos, rojos y hinchados.

Le toco la frente con los dedos y siento el calor enseguida.
El corazón se me cae al suelo.
No. No. Por favor, no ahora.

—Mierda… —mi voz sale apenas un susurro. La tomo de nuevo en brazos, sin saber qué hacer.

Lili se aferra a mí, gime bajito, sus deditos enredan mi pelo. Siempre lo hace cuando está preocupada… como si buscara consuelo en mí. Y yo no sé cómo ayudarla.
Mi mente se convierte en un caos. Necesito una farmacia. Un termómetro. Un médico.
Pero estoy en una ciudad que no conozco, a la que llegué hace apenas unas horas.
Y casi no tengo dinero.
Mis pensamientos revolotean como pájaros atrapados.

Hunter frunce el ceño al notar que algo va mal.

—¿Pasa algo? —su voz cambia al instante, ahora es grave.

—Tiene fiebre —respondo, tratando de no sonar desesperada, sin éxito.

Intento pensar en soluciones, pero todo se desmorona. ¿Y si es algo grave? Ya una vez terminamos en el hospital. Solo recordarlo me hace temblar.

—Tranquila, ya veremos qué hacer —dice Hunter con seguridad.

Abre el cajón sobre el frigorífico y saca un termómetro digital.

—Toma, mídela.

Titubeo, nerviosa.

—Sabes que no me va a dejar ponérselo bien, ¿no?

—¿En serio? —Hunter resopla, tomando el termómetro de vuelta.

—Es que… —miro a Lili, que ya frunce el ceño como preparándose para la batalla—. Es muy terca.

—Ajá. Otra MacKay, entonces —sonríe con un solo lado de la boca—. Dámela. Lo intento yo.

Lo miro sin dar crédito.

—¿Hablas en serio? ¿Tú quieres medirle la fiebre?

—No quiero, pero te veo más nerviosa que yo.

Dudo unos segundos, pero al final le paso a Lili. Ella empieza a retorcerse de inmediato, pero Hunter la sostiene con más firmeza, incluso con cierta seguridad.
Vaya.

—Sí, ya sé, no te gusta esto —murmura mientras intenta convencerla—. Pero no hay escapatoria.

—No va a funcionar —le advierto, cruzándome de brazos—. Va a gritar y patalear.

—Aún no sabe con quién se mete —dice, divertido.

Coloca el termómetro bajo su axila, la envuelve bien para que no pueda mover el brazo y se pone a pasear por la sala como si estuviera dando un tour por su chiquero.

Lili no se rinde fácilmente. Se queja, se retuerce, le da pequeñas pataditas en el estómago.

—¡Solo diez segundos, pequeña! —gruñe él—. ¿Sabes, Sara? Deberías pensar en meterla al hockey. Tiene alma de delantera.

Para mi sorpresa, logra mantenerla lo suficiente. El termómetro emite un pitido.

—¡Lo tenemos! —levanta el aparato con orgullo, lee el número y su cara cambia al instante—. Treinta y ocho con cinco.

Siento los dedos tensarse.
Viaje a través del país, este clima, la lluvia…
No es raro que enfermara.
Dios. Soy una madre horrible.

—Hay que darle jarabe. Lo tengo conmigo.

No pierdo tiempo. Tomo una cucharita, mido la dosis y trato de hacer que lo tome. Otro reto más, pero al final la mayoría del jarabe termina en su boca.

—Ahora debería dormir un poco —digo, limpiando con mi manga los restos—. ¿Dónde puedo acostarla?

—En la habitación de MacKay, arriba —responde Hunter—. La cama es grande.

Asiento, la tomo con cuidado.

—Gracias.

—No hay de qué.

La llevo al dormitorio, la arropo y me quedo sentada junto a ella un buen rato, esperando que se calme. Poco a poco, su respiración se vuelve más tranquila, la fiebre empieza a bajar.

Solo cuando estoy segura de que duerme, salgo a buscar sus cosas: su peluche favorito, la botellita de agua y el librito del conejo Peter.

Hunter sigue en el salón. Se le ve tan desorientado que me da hasta pena.
Lo entiendo… Aparecí de la nada, con una niña enferma.

Suspiro. Me paso la mano por la cara.

—Hey. Perdona por todo esto… No esperaba que fuera así.

—No pasa nada —sonríe. Y a pesar del cansancio, no puedo evitar pensar que me gusta su sonrisa—. Pero tengo una pregunta…

—Nos iremos en cuanto ella despierte —me adelanto.

—¿Qué? ¡No iba a decir eso! Solo quería preguntar… ¿te vas a comer la papilla?



#1853 en Novela romántica
#644 en Chick lit

En el texto hay: humor, amor, niña

Editado: 01.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.