Su talismán

3.1

No es que yo sea el tipo más ordenado del mundo, pero cuando una invitada —¡con una niña incluida!— aparece de repente en tu casa, te entran unas ganas locas de fingir al menos que vives en condiciones decentes.

Mientras Sara y Lili siguen arriba, me doy prisa en recoger todo el desorden del salón. Las zapatillas, al armario. El equipo de hockey, a la bolsa. El suéter que llevaba días en el suelo, por fin al cesto de ropa sucia. Lo mismo con la toalla con la que ayer limpié la cerveza derramada.

Paso la mano por la mesa para quitar las migas y suelto un gruñido satisfecho. Casi perfecto.

Bueno, “casi” es la palabra clave, porque todavía hay algo de caos. Pero si no miras demasiado, podrías pensar que no soy un completo cerdo.

Justo me dejo caer en el sofá, sintiéndome orgulloso de mi hazaña, cuando escucho pasos. Sara baja por las escaleras, y detrás de ella viene Lili, tanteando cada escalón con su piecito.

La pequeña parece bastante mejor, aunque sus mejillas siguen rojas y los ojos hinchados de tanto llorar.

—Oh, ya se despertaron —digo, sonriendo a la niña.

Intento disimular lo mucho que me pone nervioso su presencia. La verdad es que me dan miedo los niños. Los asocio con falta de libertad y responsabilidades infinitas.

Si a veces se me olvida hasta comer, imaginarme a cargo de otro ser humano me da vértigo.

—Sí. Ni me di cuenta de cuándo me quedé dormida —responde Sara, algo incómoda, sentándose frente a mí.

—Bueno, tenías pinta de no haber dormido desde tu vida pasada.

Ella resopla con escepticismo, pero no me lleva la contraria.

La observo con atención, buscando parecidos con MacKay. Cabello largo castaño, ojos grandes color caramelo oscuro, una barbilla decidida. Pero es su mirada la que la delata como familiar de Oliver: igual de penetrante… igual de cansada para alguien tan joven.

—¿Y cómo está Lili? —pregunto, mirando de reojo a la niña.

—La fiebre bajó. Parece que se siente mejor.

—Menos mal. Ya pensaba llamar a mi madre para que viniera. Vive cerca, podría haberse quedado con ustedes. Seguro sería más útil que yo.

—¡Qué va! Para ser alguien que al principio no quería ni tocarla, te las arreglaste muy bien para medirle la temperatura —dice ella, mirando la bolsa con el equipo—. ¿No te interrumpimos? ¿Eres también jugador profesional?

Me quedo quieto un segundo.

—En los Águilas. Soy el matón del equipo —señalo mi chaqueta con el logo—. Pero hoy tengo libre.

En realidad, tengo entrenamiento en media hora. Pero no voy a dejar solas a estas dos para irme a patinar todo el día. Que me regañen si quieren. Vale la pena.

—Ah, entonces genial —dice Sara, y me alegra que se haya creído la mentira.

—¡Por cierto! Hablé con Oliver.

—¿De verdad?

—Sí. Está… impactado.

—Ya me lo imaginaba… —su sonrisa desaparece.

—O sea, muy feliz —corrijo rápidamente—. Incluso prometió venir pronto. Tal vez mañana mismo.

—¡Eso sería genial! —suspira, visiblemente aliviada. Luego baja la vista hacia su hija y se pone colorada—. Oh… cariño, eso no.

No entiendo qué pasa hasta que veo lo que Lili sostiene en la mano: un sujetador negro de encaje.
Ni recuerdo de quién es.

—Eso… —intento quitárselo, pero la niña lo agarra como si fuera un tesoro.

—¿De tu novia?

De una de ellas.

—¡No! —grito más fuerte de lo necesario—. No tengo novia. O sea… no una fija. ¡Lili, no te lo pongas en la cabeza, por favor!

Sara se ríe. Logra intercambiar el sujetador por una galletita salada y me lo entrega.

—Gracias —digo, tirándolo a la basura—. Vete a saber qué más puede encontrar esa criatura bajo el sofá. Tendré que hacer limpieza profunda. Entonces… ¿cuáles son los planes para hoy?

Sara se encoge de hombros.

—Buscaré un hotel. Y esperaré a Oliver.

—¿Un hotel? ¡Qué va! Lo mejor es que se queden aquí.

—No quiero imponerme. Ya has hecho bastante.

—No digas tonterías —pongo los ojos en blanco. Esta mujer es demasiado modesta—. Tienes a una niña enferma. Estás en una ciudad desconocida y los hoteles están a reventar de fans que vinieron por el partido de mañana.

Ese en el que yo juego. Y para el cual hoy no estoy entrenando. Estoy muerto.

—Ya veré qué hago.

—Mira, quédate aunque sea esta noche.
Mañana verás a MacKay y ya decidirás. Quizá incluso te vayas a Ottawa con él.

Sara duda.

—No quiero causar molestias…

—¡Molestias, ninguna! Al contrario, me alegra tener una compañera en casa. Aunque sea por un día. Desde que Oliver y Alice se mudaron, esto es un aburrimiento total…

—Con nosotras tampoco es muy divertido.

—¡Claro que sí!

Sara mira a la niña, como si buscara su opinión.
Lili asiente con total seriedad.

—Bueno… entonces, ¿puedo agradecerte cocinando esta noche?

—¡Eso ya suena mejor! Trato hecho.



#209 en Novela romántica
#101 en Chick lit

En el texto hay: humor, amor, niña

Editado: 14.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.