Hunter
Intento digerir todo lo que acabo de escuchar.
Mierda. Desde el primer momento supe que la vida no había sido fácil con Sara. Se le nota en la mirada. Pero ni en un millón de años imaginé que fuera tan jodidamente duro. Perder a sus padres, vivir con una tía indiferente, una infancia que solo puede describirse como supervivencia. Y luego, ese cabrón… ¡Tenía solo una niña cuando se quedó embarazada de él! Si ahora tiene diecinueve y Lili ya tiene año y medio... Joder, a esa edad yo seguía viciando a videojuegos y pidiéndole dinero a mi madre.
Aprieto la mandíbula. Suelo tener paciencia, pero ahora mismo tengo unas ganas salvajes de romperle algo a alguien. Como unas cuantas costillas a ese tal Ryan. ¿Policía, eh? Genial. Me encantaría comprobar si se le pueden borrar todos sus "contactos" de una buena hostia en la cara.
Miro a Oliver. Él también está tenso. Parece tallado en piedra. Estoy seguro de que está pensando lo mismo que yo.
—Todo va a salir bien, Sara —repite Mackay por quinta vez—. Hiciste bien en venir a verme.
Creo que es la primera vez que veo a Oliver tan desconcertado. Ni siquiera cuando casi pierde a Alice y voló tras ella a otro continente se le notaba tan perdido. Siempre ha sido alguien reservado, y más aún cuando se trata de sentimientos difíciles.
Suspira de nuevo, se pasa la mano por la nuca y parece que intenta recomponerse.
—Voy a buscar el peluche para Lili —dice por fin—. Hunter, ven conmigo.
—Paso. Está empezando a llover...
—He dicho que vengas —gruñe y me lanza una mirada cargada de intención.
Ahora caigo: quiere hablar conmigo a solas. ¿Para qué, si aquí todos somos de confianza?
Echo un vistazo rápido a Sara. Tiene cara de estar agotada. Vale, necesita un respiro. Así que, resoplando, lo sigo afuera.
—¿Y qué peluche es? —pregunto, subiéndome la capucha. Esta maldita lluvia atraviesa hasta la chaqueta—. Déjame adivinar... ¿un osito?
—Una jirafa —responde seco.
—¿Una jirafa? ¡Pero si ya tenemos una!
—¿Tenemos?
—Bueno, Lili... pero Sara está enseñándole a compartir, así que puedo jugar con ella también.
Oliver no se ríe. Abre la puerta del coche, revuelve en el asiento trasero y saca una jirafa amarilla que mide la mitad de Lili. Pero en lugar de regresar enseguida, me agarra del hombro y me mira directamente a los ojos.
—¿Qué? —frunzo el ceño.
—Escucha... —mira a los lados y saca la cartera del bolsillo.
Abro los ojos como platos.
—Mackay…
—Toma —dice con firmeza—. Es por dejar que Sara se quede en tu casa. Alquiler. Y para que compres comida decente.
Me aparto, indignado.
—¿Hablas en serio?
—Totalmente.
—¡Vete al carajo! —espetó—. No quiero tu dinero.
—Solo quiero asegurarme de que no les falta nada.
—¡Mi sueldo alcanza de sobra! No soy idiota. Pensé bien las cosas antes de ofrecerle quedarse conmigo.
Bueno, mentira. No lo pensé ni medio segundo. Pero eso Oliver no tiene por qué saberlo.
Él me mira unos segundos, suspira, guarda la cartera de nuevo y se rasca la barbilla.
—Vale... entonces hagamos otro trato.
—Sorpréndeme.
—Mantente alejado de Sara.
Alzo las cejas.
—¿Perdón? Si vive en mi casa.
—Ya me entendiste —su tono es tan helado que me dan escalofríos.
Lo miro de reojo, tratando de entender su lógica.
—Espera. ¿Crees que voy a tirarle los tejos a tu hermana?
—No puedes evitarlo. Para ti, cada mujer es una posible aventura.
—¡Eso no es verdad!
—Tienes una marca de pintalabios en el cuello. Y apuesto a que ni te acuerdas del nombre de la que te la dejó.
—¡Ni le pregunté el nombre! —me delato solo—. Y además eran solo fans. ¡No tengo la culpa de que se me lancen encima!
Oliver se pasa la mano por el pelo, frustrado.
—Mira —suspira—. Sara ha pasado por mucho. No es una de tus ligues. Si se te ocurre hacerle ojitos...
—¡Que no se me ocurre!
—… te arranco los huevos.
Parpadeo.
—Bueno. Directo.
—Eficaz —responde con calma.
Lo miro, aguantándome las ganas de soltar una palabrota.
—Tío, me ofendes. Ni se me pasa por la cabeza. ¡Ni por asomo!
—Por ahora.
—¡Ni por nunca! Vale, es atractiva, pero...
—¡No sigas! —me fulmina con la mirada.
Levanto las manos en señal de rendición.
—Vale, vale. Entendido. Nada de tonteos con Sara.
Me observa unos segundos más, luego asiente en silencio y vuelve a casa con la jirafa en la mano. Yo me quedo bajo la lluvia unos segundos, esperando que el agua helada me devuelva algo de sentido común.