Su talismán

9.1

Las mañanas pueden ser muy distintas.

Hay días en los que Lili se despierta de buen humor. Desayuna sin protestar —más de la mitad de la comida termina dentro de su boca— y hasta me deja respirar unos minutos antes de que empiece el caos infantil.

Y luego están mañanas como la de hoy.

Mi hija abre los ojos y activa el modo turbo. Necesita toda mi atención. Incluso ir al baño implica dejar la puerta medio abierta, porque si no, el berrinche está garantizado. Darle la papilla se convierte en una lucha con una fiera salvaje. Lo más curioso es que tiene hambre, pero justo ahora no quiere comer con cuchara: exige que le dé la sémola con la mano. Con mi mano. Para ganar unos minutos de calma, vuelvo a ponerle dibujos animados. Sé que no es lo correcto… pero, carajo, a veces estaría dispuesta a invocar a un chamán para que bailara alrededor de ella con un tambor.

Preparo café y, mientras se infusiona, estiro los brazos como si ya llevara horas de actividad. Y eso que ni siquiera he terminado de despertar, pero ya me siento agotada.

Entonces suena el timbre.

Hunter no dijo que esperaba a alguien. Podría ser un mensajero o… ¿acaso Oliver decidió hacer una visita sorpresa sin avisar?

Voy a abrir la puerta y, apenas veo quién es, me doy cuenta de que mi intuición ha fallado.

Una chica alta, morena, está en el umbral. Lleva vaqueros de tiro bajo, un top negro y una chaqueta adornada con peluche rosa. Huele como si se hubiera bañado en perfume dulce. Apreta los labios cubiertos de brillo y me analiza de pies a cabeza, como evaluándome.

—¡Hola! —dice al cabo de un segundo, mostrando una gran sonrisa. Seguramente ha decidido que yo —con mi pijama manchada de papilla, el moño deshecho y las ojeras— no soy competencia alguna. —¿Está Hunter?

Me quedo un instante sin saber qué decir.

—Eh… sigue durmiendo —respondo, sin mentir.

—¡Ay, qué dormilón! —se ríe con naturalidad. —Habíamos quedado para ir a una exposición de gatos… Pues nada, habrá que despertarlo.

Parpadeo. ¿Perdón?

—Pasa —digo, haciéndome a un lado.

La chica entra, se quita la chaqueta y se dirige con paso seguro hacia la cocina. Se nota que no es su primera vez aquí. Camina como si la casa fuera suya.

—¿Quieres café? —le ofrezco, esforzándome por parecer tranquila.

—Encantada —dice con tono meloso y se sienta a la mesa.

Saco otra taza. Lili corre hasta nosotras, se detiene frente a la desconocida y la observa fijamente durante unos segundos.

—¡Ay, qué ricura! —exclama la chica. —¿Cómo te llamas, princesa?

Lili se esconde tras mi pierna sin decir palabra.

—Es Lili, mi hija —aclaro.

—¡Qué monada! ¿Eres pariente de Hunter? ¿Una prima?

—Algo así —respondo mientras sirvo el café. —Soy Sara, por cierto.

—Jessica. Pero seguro que ya lo sabes —dice, tomando un sorbo. —Apuesto a que Hunter ha hablado de mí.

Asiento. No tengo idea de quién es Jessica. ¿Una amiga? ¿Su novia? ¿Hermana?

Ella mira el reloj y empieza a tamborilear con las uñas sobre la mesa. Tiene un esmalte rosa intenso con dibujitos dorados en cada uña. Yo ni recuerdo cuándo fue la última vez que me hice una manicura. Ah, cierto… nunca.

—Creo que voy a despertarlo, si no llegaremos tarde —dice, levantándose y caminando hacia nuestro dormitorio.

—¡Espera! —la detengo. —No está allí… Mejor espérame aquí, yo lo llamo.

No sé por qué lo hago. Supongo que no quiero que esta chica ande por la casa que llevo dos días limpiando.

Subo las escaleras. Intentando calmar esa inquietud que me ha invadido sin razón, golpeo la puerta de su cuarto. Como era de esperarse, nadie contesta. Entro despacio, de puntillas.

Hunter duerme boca abajo, con los brazos extendidos como si acabara de salir de una batalla. Tiene el cabello despeinado y respira con calma. En vez de despertarlo, lo que quiero es arroparlo y dejarlo descansar. Pero Jessica…

—Hunter, tienes visita —digo en voz baja.

Él refunfuña y se gira.

—Oliver, déjame en paz…

—No soy Oliver —me río. —Soy Sara. Y no te despertaría si no fuera urgente. Abajo te espera una chica.

Hunter abre los ojos a duras penas. Cuando me ve, sonríe.

—Hola, Sara.

—Ha venido Jessica.

Se incorpora de golpe.

—¿Qué?

—Una chica alta, morena, con aroma a algodón de azúcar y vainilla.

—¿La dejaste entrar?

Levanto las cejas, sorprendida.

—¿Qué querías? ¿Que la dejara congelarse afuera?

Se levanta, se pone una camiseta y suspira.

—Dios… ¿por qué hiciste eso?

—Porque habíais quedado para ir a una exposición de gatos. ¿Lo has olvidado?

—¿Qué gatos? Mierda, acepté sin escucharla… —se acerca, me mira a los ojos y susurra—. ¿Podrías despacharla tú?

Parpadeo.

—¿En serio?

—Muy en serio. Por favor, hazme ese favor.

—Pero…

—Ella cree que estamos saliendo. Pero no es así… Y no estoy de humor para ver gatos.

—Entonces podrías decírselo tú —respondo, sintiéndome irritada. Esa ligera antipatía que sentía por Jessica se convierte en pura solidaridad femenina. Me dan ganas de tirarle un balde de agua fría a Hunter. —¡Está esperando!

—Le escribiré esta noche —dice, juntando las manos como si rezara—. Te lo ruego.

Suspiro con resignación. Le debo este favor. Salgo de su cuarto.

No tengo ni idea de qué decirle a Jessica sin herirla. Toca improvisar.

—Mira… —aprieto los puños. —Hunter no se encuentra bien. Creo que pilló un virus. Lili tuvo fiebre hace poco, y ahora él también está mal…

Jessica parpadea.

—Oh… ¿Necesita algo de la farmacia?

—No, no. Tenemos todo —me apresuro a decir. —Mejor vete, por si acaso. No queremos que tú también te contagies.

—Vale… —suspira. —Dile que se recupere pronto.

—Lo haré.

Apenas se cierra la puerta tras ella, aparece Hunter en el salón.

—¿Se fue? —pregunta, como si hubiera esquivado una bomba.



#230 en Novela romántica
#100 en Chick lit

En el texto hay: humor, amor, niña

Editado: 14.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.