Su talismán

Capítulo 10

Por fin ha salido el sol. Después de varios días de lluvia y cielos grises, se siente como un verdadero milagro. Tengo que sacar a pasear a mi niña. Estar encerradas entre cuatro paredes no le hace bien ni a ella… ni a mis nervios. Caminaremos un poco por el pueblo, echaremos un vistazo a las tiendas. Necesito ropa: traje tan pocas cosas que ya empieza a ser un problema.

Aunque claro, a Lili no le hace ninguna gracia la idea.

—Cariño, por favor… —intento meterle la mano en la manga de la chaqueta. Lili se resiste, se retuerce, intenta escapar.

—¡Solo vamos a dar un paseo! ¿No quieres ir al columpio?

—¡No!

Aprieto los dientes.

—Hace frío afuera, hay que ponerse la chaqueta.

—¡No! —y ahora se tira al suelo como si se hubiera desmayado en medio de una tragedia griega—. ¡Noooo…!

—Deberías estar en teatro… —murmuro para mí.

Ya estoy por forzarle la chaqueta. Que grite si quiere, pero necesita entender que las reglas son reglas, y conmigo las rabietas no funcionan. Lili, como si leyera mis pensamientos, se adelanta con una alarma: grita como si hubiera fuego en la casa. En ese momento aparece Hunter. Alza una ceja, escanea la escena —la niña tirada en la alfombra, ropa por el suelo, juguetes por todos lados y a mí… al borde del colapso.

—¿La estás vistiendo o practicando un exorcismo?

—¿Tú crees que meter a una niña en una chaqueta es fácil?

Hunter se lo piensa un segundo, luego se agacha junto a Lili y dice con calma:

—Princesa, ¿no quieres salir a pasear? Hace un día precioso.

Lili se queda quieta. Abre los ojos. Tres segundos de silencio… y asiente feliz.

—Entonces hay que abrigarse.

¿Y qué creen? Se levanta como si nada y me deja ponerle la chaqueta, como si la batalla campal de antes nunca hubiera ocurrido.

Me quedo mirándolo, en shock.

—¿Cómo lo hiciste?

—Sé hablar con mujeres.

—Me da asco que tu “don” funcione hasta con una niña de año y medio…

—Qué le voy a hacer. Es un talento especial —sonríe, más que satisfecho.

Pongo los ojos en blanco, le pongo el gorrito a Lili, la cargo en brazos y me acerco a la puerta.

—¿Van a estar fuera mucho? —pregunta Hunter, pasándome la botellita de agua para la pequeña.

—Lo que me dure la paciencia.

—¿Y si voy con ustedes? Tengo unas horas antes del gimnasio.

Dudo. Aún siento cierto resquemor por la mañana.

—No, gracias. Descansa. Sé que no dormiste bien —respondo enseguida—. Aprovecha.

Hunter frunce ligeramente el ceño, pero no insiste.

—Como quieras —dice encogiéndose de hombros.

Ya estoy por salir cuando lo oigo de nuevo:

—Sara.

—¿Qué?

Parece dudar, pero al final solo dice:

—Cuídate, ¿sí?

Asiento despacio.

—Claro.

Él no añade nada más. Solo le hace un gesto de despedida a Lili y se va a la cocina. Yo salgo y respiro el aire fresco. La tensión entre nosotros no se disipa del todo, pero al menos el paseo me sirve para despejar la cabeza. Solo somos compañeros de techo. No tengo derecho a juzgarlo. Si no quiero que vivir juntos se vuelva una tortura, necesito recordarlo.

Ya llevamos como veinte minutos caminando por el parque. El sol otoñal acaricia la piel, las hojas crujen bajo los pies y el aire es tan puro que dan ganas de llenar los pulmones hasta el fondo. Lili ríe cuando lanzo al aire hojas amarillas y trata de imitarnos, pero en lugar de eso se cae de culo y se ríe aún más fuerte.

La miro —sucia, pero feliz— y no puedo evitar sonreír. Es tan pequeña, tan viva… Y sé que tengo que hacer todo para que su infancia no sea como la mía. Todavía no entiendo por qué, teniendo dos hijos, nuestros padres eligieron el alcohol.

Pero el buen humor se va cuando, por segunda vez en diez minutos, tengo la sensación de que alguien nos sigue. Me doy vuelta. No veo nada sospechoso: hay gente caminando, alguien paseando un perro, unos adolescentes en patineta. Pero hay un hombre con sudadera oscura. Está bajo un árbol, finge hablar por teléfono. Cuando lo miro, se gira hacia otro lado.

Se me hiela la sangre.

No. Es paranoia. Un transeúnte cualquiera. No puedo andar pensando que todo el que me mira es un espía.

Agarro la manita de Lili con más fuerza y doy un paso hacia él. En ese mismo momento, se le acerca una mujer con un niño y le da un helado. Caminan los tres juntos.

Todo bien. Solo me puse nerviosa.

Dejamos el parque y entramos en una callecita llena de tienditas pequeñas. Es acogedora y tranquila, sin ruido. Casi como una película sobre la vida que nunca tuve. Lili señala un escaparate lleno de bodis rosados y gorritos con brillo.

—¡Waaa…!

—Sí, ya lo vi. Muy bonito, ¿verdad? —sonrío, aunque ya estoy haciendo cálculos en mi cabeza sobre lo que nos podemos permitir—. Vamos a ver si hay algo para ti.

La tienda es cálida y bien iluminada. La vendedora nos saluda con una sonrisa que parece hecha para nosotras. Lili corre a la zona de peluches y yo empiezo a revisar ropa.

Encuentro un par de camisetas lindas, un pijama con unicornios y unos pantalones abrigados. Solo tenemos un par, y ese está lleno de manchas del almuerzo de ayer.

En la caja, Lili ya está abrazando una panda del tamaño de ella.

—¡Ma-má!

—No, la panda no —le digo sonriendo.

—¿Antel?

—¿Quieres que te la compre Hunter? —me deja en shock su lógica.

Lili asiente.

—Hunter no está. Pero puedes decirle lo que quieres cuando volvamos a casa —igual no te va a entender.

Ella pone cara de tragedia, pero yo solo niego con la cabeza. Nada de pandas. Solo lo necesario.

La vendedora pasa las prendas por la caja, me dice el total. Le entrego la tarjeta.

Espero el sonido típico del lector.

—Lo siento, esta tarjeta no funciona —dice, algo incómoda—. ¿Quiere probar otra?

Parpadeo. Bueno. Pasa. Saco otra. Y otra.

La misma respuesta.

Me recorre un escalofrío.



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En el texto hay: humor, amor, niña

Editado: 01.07.2025

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