En el momento en que Alice vio a Jasper, supo que él sería su todo y su siempre, y para ello no necesitaba su poder de ver el futuro. Eso no se lo dictaba la cabeza, sino el corazón.
Ella ya lo conocía, de pies a cabeza. Conocía su cabello, cada uno de sus rizos; conocía las cicatrices en su rostro, las mordidas en sus brazos. Conocía ese gesto de dolor que lo annegaba cada vez que tomaba una víctima, para alimentarse de ella, porque a diferencia de ella, él no sabía que habría otra manera de vivir. Conocía el sonido de su voz, ronca, profunda. Conocía sus gestos, siendo el más común ese ceño fruncido que parecía casi esculpido en su rostro. Sí, ella conocía bastante bien a Jasper Whitlock, pero estaba interesada en conocer a su Jasper, el que ella sabría que sería a su lado.
Después de ese encuentro en la cafetería, aquel lluvioso día en Philadelphia, todo cambió, para ambos. En el caso de Alice, por más que supiera qué iba a pasar, no era lo mismo a vivirlo en persona. Saber que tocaría a Jasper no era lo mismo que sentir su mano tomando la suya, sentirse rodeada por sus brazos, sentir el roce de sus labios en su piel. Saber que Jasper la amaría no era lo mismo que escucharlo por primera vez diciendo "te amo, Alice", mientras abrazados, veían las llamas crepitar en la chimenea. Saber que Jasper algún día sería "vegetariano", no le dio tanto orgullo como el día en que Jasper, con toda su fuerza de voluntad, dejó escapar a un cazador y prefirió tomar para sí el ciervo a quien éste cazaba; o el día en que vio por primera vez el brillo del sol en los ojos ambimarinos de Jasper, sin un solo ápice de escarlata.
Alice sabía que Jasper sería su todo, y estando entre sus brazos, para ella no existía nada más.
Fin.