Subterfugio

6 - Alara – 3

La maestra se encontró mirando de cerca la gigantesca estatua de Freedon Nadd. El profesor estaba escaneando el trono con un dispositivo mientras sus alumnos iluminaban todo con sus linternas. Ya no sentían ojos en las sombras, pero no podían relajarse hasta no salir de las ruinas. Una poca luz natural caía sobre ellos y parecía que la grieta no era muy estable, ya que podían escuchar peñascos caer por toda la sala. Sus pensamientos estaban en la oscuridad, ya que estaba intentando rastrearla a través de la Fuerza, pero esto era una tarea invisible. Se agachó junto a Tori a revisar el trono mientras el profesor contaba lo que sabía sobre el sith, que parecía ser mucho menos de lo que sabía sobre Exar Kun. Luego de un rato, Athos se acercó a mostrarles algo. A un lado del trono, donde la pared se fundía con la sala había un peculiar rectángulo vacío. El profesor lo limpió con un pincel a toda prisa para luego inspeccionarlo de cerca.
“El mosaico encaja perfecto.” Dijo al aire el padawan.
“Eso parece.” Dijo pensante Lira. “No sé si quiero saber que hay detrás de esto.”
“Podría ser la tumba de Freedon Nadd…” Dijo al aire el profesor. “O la de Exar Kun, tanto por descubrir...”
Tori se acercó a su lado para mirar que pasaba.
“¿Crees que el mosaico es una… llave?” Preguntó pensante Athos.
“Los Sith Lords nunca hacen nada fácil, padawan…” Dijo al aire el profesor. “¿Están listos?”
“Proceda.” Dijo con simpleza Alara.
El profesor acomodó el mosaico en su lugar para escuchar un pequeño clic en la pared. Todo empezó a sacudirse para que la pared se convierta en una escalera que llevaba a las entrañas del templo. El temblor duró unos momentos, pero todos escucharon los peñascos caer en la distancia. Alara sabía que algo iba a pasar.
“No me gusta lo que estoy sintiendo…” Dijo al aire Lira.
“A mí tampoco.” Dijo pensante Athos.
“No era la única. Lo que sea que esté aquí adentro es muy peligroso para dejarlo en manos de los siths.” Dijo Alara mientras se asomaba por la escalera.
El lugar era angosto, oscuro y húmedo. Alara fue la primera en pasar. La escalera parecía bajar a las profundidades del satélite. Bajaron por un rato hasta llegar a una extraña caverna. Unos braseros se encendieron en el momento que Alara pisó el suelo del lugar. Sintió un escalofrío, pero no pasó nada extraño. Las llamas de los braseros crujieron de repente, sorprendieron a Tori y Lira.
“Algo está mal en este lugar…” Dijo al aire la pequeña.
“La oscuridad que sentíamos proviene de este lugar, padawans. Estén atentos.” Dijo con firmeza Alara. “No se separen de mí.”
La cueva era gigantesca y tenía evidencia de batalla en ella. Todos podían escuchar agua en la distancia, pero el único camino evidente era el que diagramaban los braseros. Sus pasos los llevaron por el centro del camino, notando los mosaicos en las paredes de la cueva. Unas criaturas parecían venerar a este sith como si fuera un dios, al cual le llevaban ofrendas y construían todo en su nombre. En otro, estas criaturas parecían sufrir un cambio por la magia sith, aunque Alara no sabía cómo interpretar lo que veía. Parecía haber una tormenta de fondo y los relámpagos caían sobre ellos, cambiándolos para siempre. Se detuvieron ante el último mosaico. Donde las criaturas parecían custodiar un templo, que era muy diferente al que ellos habían encontrado. En este mosaico las criaturas eran diferentes a las primeras.
“Alquimia sith…” Dijo sorprendido el profesor.
“Parece que este Freedon Nadd era un alquimista…” Dijo pensante Alara. “Puede que haya corrompido a los massassi con el lado oscuro para convertirlos en…”
Los cinco se voltearon por un sonido que hacía eco en la distancia. Los cuatro jedis rodearon al profesor como si hubieran entrenado la formación por horas, horas que nunca habían ocurrido. Alara cerró los ojos para sentir sus alrededores en vano, ya que la oscuridad que reinaba en la cueva ofuscaba cualquier intento de percibir a través de la Fuerza. Todo estaba sumido en la oscuridad. Las llamas de los braseros cambiaron a un color verde, haciendo danzar las sombras que los rodeaban. Algo se movió en las sombras, pero los jedis no cambiaron de posición. La maestra sabía que algo iba a atacarlos en cualquier momento. Tori estaba firme a su lado, al igual que los otros padawans. Una gigantesca sombra saltó sobre ellos, para ser repelido por una roca que Lira lanzó con su telequinesis. La criatura era roja y encorvada, tenía espinas en su espalda y llevaba una antigua alabarda. Cuando levantó la mirada rugió hacia ellos como un animal salvaje.
“¡Tori!” Gritó con firmeza Alara. “Estás a cargo del profesor.”
“Entendido.” Dijo con seriedad la padawan.
Alara rompió la formación para pelear con la criatura. Esta atacaba tanto con su arma como con su cuerpo. Sus movimientos no eran salvajes, eran entrenados y precisos. Estaba peleando con un gran guerrero. Su arma resistía el toque de su sable, pero la criatura nunca dejaba que su sable se quede en un solo lugar mucho tiempo. Detrás de ella, otra criatura apareció para atacar a Tori. Lira y Athos saltaron en su defensa mientras ella movía del lugar al profesor, que estaba aterrado con la situación. La padawan tomó de la mano al hombre para moverlo hacia la escalera por la cual habían bajado. La segunda criatura llevaba dos pequeñas hachas que movía con mucha facilidad y fuerza. Athos apenas podía bloquear los golpes mientras Lira intentaba alejarse un poco para usar su telequinesis. Alara saltó al ataque, rozando a la criatura con su sable. Esta saltó hacia un lado para embestirla con su hombro. Alara rodó por el suelo para ponerse de pie de un salto. Lira tomó distancia para levantar sus manos y bombardear con cada piedra de lugar a su oponente mientras Athos bloqueaba sus incesantes ataques. La criatura lanzó el hacha hacia la jedi, que tuvo que interrumpir su ataque para esquivarla. Athos aprovechó la breve distracción para atacar y cortar una de las espinas de la criatura, que rugió con Fuerza para darle un manotazo en la cara. Alara vio volar por los aires a Athos mientras esquivaba la alabarda de su oponente deseando tener a Shin a su lado. Usó su telequinesis para lanzarle una roca al enemigo del padawan mientras recibía un corte en su brazo. Su rival no iba a darle un segundo de respiro. Saltó a un lado para ver a su pequeña padawan custodiar con atención a su rival. Alara sabía lo que tenía que hacer, apretó su sable y con decisión se lanzó a derrotar a su oponente. Primero barrió sus piernas para luego soltar su sable, girando a su alrededor sin dejar de atacar a la aberración. Entre medio de los ataques de su sable, usó su bakuuni para patear con fuerza a la criatura, que perdió un brazo por la distracción. Tomó su sable para lanzar una estocada hacia atrás y atravesar a la criatura por el pecho. Su pesado cuerpo cayó al suelo haciendo mucho ruido. Athos vio volar una piedra mientras notaba a Lira correr hacia su oponente. Su sable chocó con el hacha, trabando el ataque entre ellos para que Lira apareciera por detrás. El torso de la criatura cayó al suelo. Su atención no cambió y rápidamente estaban agrupándose cerca del profesor y Tori. Alara no sintió ningún cambio en la oscuridad que los rodeaba.
“Nada cambió…” Dijo al aire Lira.
“Eso estaba pensando.” Afirmó Alara mientras desactivaba su sable. “¿Están bien?”
“Solo un par de moretones.” Aclaró al aire Lira.
“Movámonos con cuidado.” Ordenó la maestra mientras miraba a Tori. “Buen trabajo.”
“¿Esas criaturas son las mismas que las del mosaico?” Preguntó con curiosidad la padawan.
“Eso parece…” Dijo pensante Alara.
“Es increíble que estén vivas después de tanto tiempo…” Dijo asombrado el profesor.
“La Fuerza los está sosteniendo.” Afirmó Alara para empezar a caminar con mucho cuidado. “Atentos.”
La maestra sabía que ya deberían volver a casa.



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Editado: 14.04.2023

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