La batalla ha concluido. El silencio es apenas interrumpido por los chillidos de los buitres. La noche es inmensa y como la muerte, apesta y cubre todo a su alrededor como una capa enorme de pestilencia. La luna apenas logra asomarse, los nubarrones son densas manchas de tinta negra arrojadas en el firmamento. Leonardo carga una pesada carreta, los ejes están a punto de zafarse, las ruedas se tambalean. Aún así no se rinde.
- ¡Allí!-grita su maestro-Hay que tomar los que aún están frescos...¿Lo ves?
Leonardo asiente. Levanta el cuerpo y lo avienta encima con los demás. Ha dominado la técnica, se amontonan los muertos en el interior de la carreta.
- Es suficiente-dice el maestro-Volvamos.
A Leonardo el regreso se le antoja eterno. Cree ver entre los caídos moverse un pie, una mano, u oír una voz llamándolo por su nombre. Se estremece. Al llegar al estudio, ordenan los cuerpos en algunas mesas y los acomodan. Los limpian, los afeitan, los preparan para ser estudiados. El joven Leonardo observa, es poco lo que hace salvo obedecer órdenes. A la luz de una vela dibuja, traza bocetos del primer cadaver que abre su maestro. La matriz del cuerpo lo fascina, traza con mano firme cada detalle, intenta igualar la complejidad de los órganos y la textura de la piel muerta. "Ese corazón" piensa... El maestro lo toma entre sus manos y lo contempla.
- ¿Has visto?-dice-Es enorme.
- Sí -responde Leonardo-
- El corazón de un valiente-dice-Un valiente muerto.
Leonardo sonríe. Y sigue dibujando.
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Editado: 07.11.2018