Laura era un joven ángel muy curioso. Su vida giraba en torno al Cielo, donde todos los ángeles nacían, crecían y se convertían en polvo cuando les llegaban la hora. Su familia había sido desde siempre muy cariñosa con ella, con un hermano mayor que la protegía de toda burla y unos padres que la consentían bastante de sus caprichos, pero hubo una cosa que la prohibían.
-¡Deja de pensar en eso, jovencita! -dijo su madre repentinamente. Las dos estaban sentadas en una nube y vio como Laura se quedaba anonadada mirando bajo sus pies.
-¿Qué crees que habrá abajo, madre? -preguntó la joven con un brillo especial en sus ojos, muy difícil de extinguir.
-No quieras saberlo -dictó su madre rotundamente.
Laura se enfadó, mostrando en su angelical rostro una mueca. Sus padres evadían cualquier tema relacionado con la Tierra, y era lo que más le interesaba a ella, incluso su hermano sentía un pequeño interés al no haber 'bajado', pero se olvidaba de aquel pensamiento como una estrella fugaz.
Su madre se puso en pie y extendió sus alas. Eran bastantes hermosas, como ella. Para Laura, su madre le parecía el ser más bello del Cielo, aunque todos los ángeles eran perfectos a la viva imagen de Dios.
Un Dios que ni siquiera había visto.
-Vamos Laura, es hora de volver a casa.
Asintió y la siguió, desplegando sus blancas alas que aparecieron de sus brazos. Laura las miró, con una tristeza en sus ojos. La anatomía general donde salían las plumadas alas eran en la espalda cuando se iba a volar, pero a ella le salían en los brazos. No era tan raro, varios también eran como ella, y como tales, hacían bromas por su aspecto al enseñarlas.
Sacudió su cabeza. Aunque pareciera un ave, ella era un ángel. Los ángeles siempre levantaban la cabeza hacía arriba.
Los ángeles nunca decaen.
Levantó el vuelo y voló hacia su hogar, pero con los ojos puestos en aquel misterioso y atrayente fondo verde.
---------------------------------
La luna estaba en lo más alto del Cielo, iluminando con su azulada luz aquel mundo que los humanos no podían imaginar. Sus calles era nubes y todos los edificios eran blanco e inmaculados.
No había envidia ni rencor en ninguno de sus habitantes. No podía existir ningún mal en ellos. Los ángeles son criaturas hermosas y perfectas, todo ser les enviadiaban. Se trataban como iguales y con respeto. Era lo que les enseñaban nada más nacer.
«Qué equivocados estaban» pensó Laura al recordar su primer día de escuela, teniendo que soportar sus burlas. Y ahora con diecinueve, aún así se portaban como niños.
Gracias a Dios que su hermano estaba ahí para ayudarla.
Laura admiraba profundamente a su hermano. Fuerte, apuesto y con un gran sentido de la justicia. Por eso los Arcángeles le vieron como el indicado para que formara parte de sus tropas. Estudiaba y entrenaba a la vez, siendo el mejor en todo.
Con un suspiro, Laura se zambulló en la bañera. El agua estaba bastante caliente y se aisló de cualquier ruido, solo el zumbido del movimiento del agua llegaba a sus oídos.
¿Cómo será el agua de la Tierra? ¿Será como la del Cielo? ¿Se podrá beber?
Salió del agua por falta de aire. Respiró profundamente hasta que su pecho se acompasó con la de su boca.
Cada día su interés crecía. Se había vuelto en una obsesión. Cada pensamiento era sobre la Tierra y nada más que la Tierra. Siempre la observaba desde lejos y estiraba su mano, con la esperanza de que la punta de sus dedos la llegaran a tocar, todo en vano.
Se secó y se vistió con su camisola. Al meterse en la cama, unos golpes en el techo hicieron estirar su comisura. Retiró las sábanas y fue corriendo a abrir la ventana.
Escaló hacia el techo con mucha rapidez. En cuestión de segundos, estaba ahí y vio a su hermano esperándola.
-No has tardado nada, pollito.
Laura sonrió. Aquel mote sólo lo podía decir él, ya que no había ni una maldad en sus palabras.
-Soy muy buena trepando, Manuel, lo sabes.
-Era por fastidiarte.
Se sentó a su lado y juntos miraron el cielo estrellado.
-Deberías de estar durmiendo.
-Tú también, tonto.
Manuel sonrió, pero no llegó a sus ojos. Laura le miró preocupada. Intuía que su hermano le escondía algo.
No pudo evitar preguntar.
-¿Qué ocurre?
La miró a los ojos. Sus ojos plateados resplandecía.
-Mañana entraré en las tropas.
-¡Es fantástico! ¡Estoy muy orgullosa de ti! -Laura se aferró a su cuello
-Bajaré a la Tierra, Laura.
La joven se quedó estática y se apartó un poco de él, sin dejar de mirarle a los ojos.
Su hermano iba a cumplir el sueño de ella.
-¿Cuánto tiempo estarás ahí?
-No lo sé...no nos han dicho cuando volveremos.
Se quedaron en silencio un rato. Hasta que la tensión se fue disipando, Laura cogió sus manos.