A la mañana siguiente, Manuel partió junto con los demás guerreros.
Laura se quedó mirando como se marchaban por la gran puerta de rejas doradas, abierta para los valientes hombres. Imaginó estar ahí y cruzarlas para ir al mundo humano.
Antes de desaparecer de su vista, su hermano se giró y la sonrió, con la promesa en su mirada de que volvería. Laura correspondió con otra sonrisa.
Y se desvaneció entre las nubes.
Laura dejó de sonreír y su expresión se volvió en tristeza y añoranza, ¿y ahora quién la protegería?
-Vamos Laura. Hay cosas por hacer -dijo su padre pasando un brazo por sus hombros. Su madre la acarició el cabello y volvieron a casa.
Habían pasado dos días y Laura extrañaba ya a su hermano, pero la inmitigada obsesión sobre la Tierra lo relacionaba, ¿qué estaría viendo? ¿Qué cosas y criaturas existen en ese mundo?
Su madre no respondía a sus preguntas, y su padre no aparecía por casa debido a su trabajo. Una noche, mientras cenaban, se le ocurrió hablar del tema.
-¿Qué criaturas hay en la Tierra, aparte de los humanos?
A su madre se le escapó la cuchara y unas gotas de su sopa saltaron por la mesa. Su padre no reaccionó tan exageradamente como ella.
-Estamos cenando Laura, no se habla en la mesa -dijo su madre secamente.
-¿Hay más animales aparte de las águilas y las lechuzas? -Laura ignoró a su madre y miró a su padre.
-¡Laura!
-Cariño, no pasa nada -dijo su padre para tranquilizarla y miró a Laura. Contrario a su mujer, él la contaba desde su infancia cuentos sobre los humanos y alguna que otra pequeña historia- Sí, hay más animales.
-¿Cómo cuáles?
-En los bosques que ves desde arriba hay unos que se llaman ciervos. Son cuadrúpedos y tienen cuernos a ambos lados de su cabeza.
Intentó imaginárselo, pero no lograba verlo. Su padre río.
-Luego te haré un dibujo.
-¿Y hablan?
-No, cielo. Tienen su propia forma de comunicarse, pero no hablan.
-¿Y hay más seres cómo...nosotros? Ya sabes, que...
-¡¡Ya basta!! - su madre dio un fuerte golpe en la mesa con las dos manos, sacudiendo el tablero de madera y su cena. Laura se quedó parada en su sitio, pero reaccionó al enfadó.
-¡¿Qué pasa?! ¡Sólo quiero saberlo!
-¡¡No hace falta que sepas esas cosas!!
-¡¡Pero cuando baje me harán falta saberlas!!
-¡¿Quién ha dicho que bajarás?! ¡¡Jamás bajarás a la Tierra!!
Laura se detuvo, con la boca abierta, sin poder articular palabra. Un estremecimiento desagradable descendió por ella, como si le hubieran tirada un cubo de agua fría. Sus sentidos estaban aislados de lo que ocurría a su alrededor y su rostro perdía color.
Repitió una y otra vez las palabras de su madre.
«Jamás bajarás a la Tierra»
Se levantó bruscamente y subió corriendo las escaleras. No hizo caso a su padre cuando la llamaba y se giró a su mujer.
-¡¿Por qué se lo has tenido que decir así, Grabrielle?!
-Ya era hora de quitárselo de la cabeza.
-¡Sólo es una niña!
-Ya es bastante mayor. Es mejor zanjar el asunto de raíz.
Joel gruñó y le dio la espalda.
-Que no se te olvide que yo he visto lo mismo que tú ahí abajo. Es más fácil contarlo que torturarse con los recuerdos.
La expresión de Grabrielle fue de dolor. Su marido dejó la cocina y la mujer solo pudo sentarse y ver su rostro a través de la sopa.
-Sólo quiero protegerla... - sollozó escondiendo su rostro en sus manos.
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Laura lloraba desconsoladamente en su habitación, atrapando su llanto y sus gritos en la almohada.
Pensó que algún día podría bajar, estar dentro de la frondosidad del bosque y descubrir por sus propios ojos las maravillas que escondía. Quería abrirse a lo desconocido.
Y aquel golpe de realidad había destrozado sus sueños. No la permitirían bajar, ni sus padres ni siquiera los Arcángeles que gobernaban el Cielo bajo el mandato de Dios.
Escuchó unos toques en la puerta, como si pidieran permiso para entrar. Laura no respondió y la puerta no se abrió.
-¿Laura? -preguntó su padre.
-Déjame sola... -contestó con la voz desgarrada.
Y así lo hizo, salvo que poco después un papel se deslizó bajo la puerta. Sacando fuerzas, se levantó y se dirigió hacia ésta, se agachó y tomó el papel en sus manos y lo desdobló.
Era el dibujo de dos animales, de cuatro patas y ojos negros, con ramificaciones de cuernos en su cabeza. Había otro a su lado pero más pequeño con cuernos menos pronunciados. En un lado ponía el género de los dos animales y en una esquina su padre había escrito <Ciervos>