Aprovechando que sus padres estaban dormidos, Laura salió de su casa cuidadosamente.
Mientras avanzaba se ocultaba entre los oscuros callejones, escondiéndose de algún guardia que le tocaba su jornada nocturna.
Sin dificultades llegó a las puertas, pero pasar por ellas sin que la detuvieran no sería un camino de rosas. La guardia había sido duplicada que las anteriores veces ¿Por qué tanta vigilancia? se preguntó Laura.
Las dudas se apoderaron de ella, liando su mente ¿Estaba bien lo que iba hacer? ¿Era lo correcto? Pero recordó las duras palabras que gritó su madre, privandola de lo que más deseaba en la vida.
Solo será una vez. Estaré un rato y luego subiré sin que nadie se de cuenta. Nada malo pasará.
Contenta con su decisión, tuvo la suerte de que estaban haciendo el cambio de guardia, dejando de prestar atención a la puerta y más en la conversación con los otros ángeles que les relevarían.
Con gracia y sutileza, se fue deslizando, se mantuvo siempre oculta ante los ángeles y logró su propósito en llegar a las puertas y, sin ningún ruido, se adentró fuera del Cielo.
Caminó un rato más y nada pasó, rodeada entre nubes azuladas y la luz de la flor roja en Las Puertas, alejada de ella ¿Y ahora qué tengo que hacer?
Una pregunta que obtuvo su respuesta cuando, repentinamente, cayó de las nubes.
El miedo que sentía la dejó sin voz. Se precipitaba al vacío y su cuerpo se sentía pesado, tirante por la fuerte ráfaga de la caída que la golpeaba. Tendría que reaccionar rápido o moriría al estrellarse en la Tierra.
Extendió sus alas con dificultad. Un fuerte dolor de los latigazos del viento hizo morder su labio inferior para no gritar y concentrarse en estabilizarse. Sacudió sus alas repetidamente sin importar las heridas hasta que lo consiguió.
Tuvo sus ojos cerrados, por lo que cuando lo malo pasó, los abrió, y se quedó maravillada con lo que vio.
Era lo más hermoso que había visto. Bajo la luz de la luna llena se expandía todo aquella visión verdosa que veía en los cielos, pero estar más cerca la hacía más hermosa y perfecta. Pudo ver el río descendiendo por las montañas, el mecer tranquilo de la copa de los árboles, y los sonidos de los animales nocturnos haciendo sus hábitos.
Embelesada, fue descendiendo hasta aterrizar en una zona clara. Se estremeció al sentir el tacto de las hebras verdes en sus pies desnudos. Era algo singular, ni siquiera imaginó lo que sentiría al pisarlo, y le encantó la sensación. Dio saltitos, movió los dedos de sus pies para agarrarlas y tirar algunas de ellas ¿Así se sentía el "caminar" en la Tierra?
Miró al cielo por sí se habían percatado de su escapada y otra maravilla la asombró. La infinita constelación de estrellas se veía tan lejos pero igual de brillantes que desde el tejado de su casa, incluso podía taparlas con sus dedos. El viento la dio la bienvenida acariciándola, y llamándola para que viera las suaves ondas que hacían el vaivén de la hierba y el movimiento de los árboles.
No pudo reprimir las lágrimas. Lo había logrado, estaba ahí. Había soñado con estar aquí desde que tenía siete años y, aunque había sido en especiales circunstancias, cumplió su sueño.
Pero no era suficiente, quería saber más, cada rincón del llamado bosque que se abría ante ella, invitandola con su dulce atracción a entrar. Se veía tenebroso aunque bello.
No sabía que hacer a continuación. Nunca se lo había planteado, pensando que sería con sus padres los que la guiarían y la enseñaran los secretos del bosque, como tendría que actuar ante las malas situaciones y lo que debería de hacer para no estropear nada. Estaba sola, ensimismada y a la vez confundida.
Dio un paso y se quejó de dolor. No se dio cuenta de que sus alas continuaban en sus brazos y al verlas se horrorizó, viendo hilos escarlatas manchando su blanco plumaje. Las inspeccionó y vio algunos corte, tanto superficiales como alguno profundo. Le dolían bastante y dejo de tocarlas. Las movió para saber la gravedad, y la aterró que con el primer aleteo una punzada de dolor la hizo parar. Se quedó pensando, ¿qué haría ahora?
Tengo que desinfectarlas. El agua les ayudaba a limpiar sus heridas y que la recuperación fuera rápida. Un ángel tardaba un día en recuperarse dependiendo de las gravedad de sus heridas, pero si no eran limpiadas con el agua sagrada que Dios, se enfermerían y podrían morir por infecciones.
El río...al bajar lo vio. No estaba lejos de encontrarlo, pero tendría que pasar por los árboles y hacerlo enseguida. Cada minuto que perdía sus heridas empeorarían.
No había plan B. Tenía que curarlas para volver al Cielo sin que nadie se percatara de su desaparición. Había que arriesgarse.
Conteniendo el aire y la espalda bien recta, oculto sus alas y, con heridas en los brazos, se mezcló con la maleza.