Laura andaba lentamente por el bosque, intrigada por cada sonido que la oscuridad de los árboles enmascaraban. Curiosa, se inclinaba para tocar las plantas sin ningún peligro. No sabía que especie era cada una, pero se quedaba embobada viendo las flores de distintos colores y formas. Quería llevarse algunas, pero dudaba de que pudiera hacerlo. Sería descubierta por sus padres si las encontraban.
No podía distraerse mucho, pero era difícil no hacerlo. Todo era nuevo para ella y quería ver cada detalle, tocarlo, sentirlo y apreciarlo, tener esa imagen en su memoria. Los animales que veía eran los que su padre contaba en sus historias de infancia; búhos, ardillas, liebres,...no había palabras para describir sus emociones.
Sus oídos captaron el chapoteo de una cascada. Sin más preámbulos, dejo de jugar con una energética ardilla voladora y fue hacia el río.
Jamás había visto una. No tardó en encontrarlo y lo agradeció. Sus heridas se iban abriendo y su sangre manchaba el verdoso suelo.
Otra maravilla que grabaría en sus recuerdos.
El agua descendía de un punto muy alto, rodeada de la diversidad de vegetación. El agua golpeada y chapoteada formaba un río rocoso que continuaba su camino.
Se acercó lentamente. Sus pies pisaron las abultadas piedras de río. Cogió una y la movió entre sus dedos. Miró el agua. La luz lunar se proyectaba en sus aguas cristalinas y brillantes, y su reflejo se expandía como si se mirara en un impoluto espejo.
Con curiosidad, levantó su pie y acarició con el pulgar el agua. Retrocedió por la impresión de la sensación. Estaba helada y un escalofrío placentero hizo que metiera el pie sin pensarlo, intensificando la agradable sensación.
Fue andando, levantando su camisola para no tropezarse y, con cuidado, fue hacia la cascada. El agua martilleaba sus oídos y los aislaba de cualquier otro ruido, pero no le importó, atenta más a sus descubrimientos.
Extendió sus manos y las empapó. Dejó salir sus alas de sus brazos y suspiro al sentir como la pureza del agua las limpiaba, llevándose los restos de suciedad y sangre. En cuestión de minutos se curarían y volvería a volar.
Un grujido la alarmó, poniéndola nerviosa. Se volteó rápidamente y con la mirada buscaba el causante. Lo encontró entre los árboles, saliendo para dejarse ver.
Un animal de cuatro patas, pelaje marrón y con cuernos. Laura no se lo llegaba a creer.
-Un ciervo... -dijo inmediatamente. Era como su padre le había dibujado ésta noche, un macho.
El ciervo se detuvo y la observó. La joven quería que se acercara más y extendió su mano.
-Ven, no te haré daño... -dijo con voz aguda, como cuando se le habla a un niño. Laura no sabía si entendían el lenguaje humano, pero no pasaba nada por intentarlo.
Con más confianza, acortó la distancia y acarició su hocico en su palma. El tacto de su piel hizo que el ángel le temblara la mano, por lo que alejó un poco su cabeza, pero la volvió a colocar y a acercarse más a ella.
Laura estaba maravillada, chispeante. Era increíble la testura de su piel, distinta al de las aves, ¿era pelo? No pudo evitar acariciar su cabeza y con la otra el cuello, llegando a abrazarlo.
Olió su pelaje. El dulce olor del bosque con una mezcla que no llegó a reconocer. Su cabello negro se enredaba con sus concuernas y le hacía verse gracioso, por lo que su risa llenó el silencio que quedaba.
Como si entendiera de su burla, el ciervo la empujó y el ángel quedó empapada cayendo de culo.
-¡Que malo! -Le tiró un poco de agua y el ciervo lo evitó. Se acercó a ella e inclinó su cabeza para lamerle la mejilla.
-Que cariñoso eres... -alagó Laura pasando de nuevo su mano por su frente- Eres un animal increíble.
Laura estaba tan distraída que no escuchó el chasquido, pero el ciervo sí. Alzó el cuello y se fue corriendo lejos de la cascada.
-¡Espera! -dijo perpleja, alzando la mano. Suspiró con fastidio-... Sólo un poco más...
Tendría que irse pronto, pero sus ropas mojadas limitarían su vuelo. Antes tendría que secarse y prepararse para partir.
Salió lentamente del agua, sintiéndose renovada y más alegre que nunca. Aquella locura era lo mejor que había hecho en años.
Escuchó el fuerte mover de los arbustos y se sorprendió al volver a ver de nuevo al ciervo; sin embargo, éste era completamente negro, incluso sus cuernos, y sus ojos eran de un extraño rojo.
Laura se sintió hipnotizada por sus ojos. Dejo de escurrir su camisola y observó atenta al ciervo. Era más pequeño que el anterior. A lo mejor una cría.
-¿Eres tímido? -el cervatillo volteó su cabeza y el ángel sonrió- No tienes por que preocuparte. Prometo no hacerte nada malo.
No supo que aquella propuesta sería su sentencia.