El ambiente en el salón de billar era tenso, pero a la vez vibrante. El tapete verde, impecable, reflejaba las luces tenues que colgaban del techo. Carlos, con su mirada concentrada, sostenía el taco con firmeza, listo para el primer tiro. Julio, a su lado, observaba con atención, mientras que Tomás, con una sonrisa confiada, esperaba su turno.
Con un movimiento preciso, Carlos golpeó la bola blanca, enviándola a chocar contra la bola 1. El impacto resonó en el silencio, seguido por el suave choque de las bolas al dispersarse. La bola 1 cayó en una de las troneras, un buen comienzo para Carlos.
Carlos continuó con su turno, logrando embocar algunas bolas más. Su estilo era metódico, cada tiro calculado al milímetro. La tensión en el salón aumentaba con cada bola que desaparecía en las troneras.
Llegó el turno de Julio. Su estilo era más arriesgado, buscando combinaciones complejas y tiros espectaculares. Con un giro de muñeca, envió la bola blanca a toda velocidad, logrando una carambola que dejó a los espectadores boquiabiertos.
Julio siguió con una racha impresionante, demostrando su habilidad y su pasión por el juego. Cada tiro era una muestra de su talento, y el público lo recompensaba con aplausos y vítores.
Finalmente, llegó el turno de Tomás. Su sonrisa confiada no había desaparecido, y su mirada transmitía una seguridad inquebrantable. Con un estilo elegante y fluido, comenzó a embocar bolas con una precisión asombrosa.
Tomás demostró ser un jugador completo, combinando habilidad, estrategia y temple. Cada tiro era una obra de arte, y su racha parecía imparable.
La partida se convirtió en un duelo emocionante, con los tres jugadores demostrando su mejor nivel. La tensión era palpable, y el público contenía la respiración con cada tiro.
Después de una serie de jugadas espectaculares, Tomás logró embocar la última bola, ganando la partida. El público estalló en aplausos, reconociendo el talento de los tres jugadores.
—¡RING! ¡RING! ¡RING! ¡RING! -sonó el smartphone de Carlos.
—Hola -respondió Carlos.
—Un grupo de marginales está atacando la bodega 48 del CLAP (Comité Local de Abastecimiento y producción).
—Ya voy.
Carlos se montó en su moto y se dirigió a la bodega 48.
Carlos era un hombre corpulento de 40 años, su pena en prisión había sido perdona a cambio de unirse a los colectivos (Grupos paramilitares)
Después de un rato Carlos llegó a su destino, donde vio un grupo de personas intentando abrir la puerta de la bodega 48 a patadas.
—¡ALTO! -gritó Carlos.
—¡TENEMOS HAMBRE!
Carlos sacó su arma, una nueve milímetros, he hizo algunos disparos al aire.
—¡HAAAAA! –gritaron los marginales mientras corrían.