Abel y Marcelo en la semana tenían mucho tiempo de ocio. Hacía rato que habían dejado el colegio. Con la poca plata que tenían se la pasaban tomando cerveza y consumiendo paco. Eso los ponía tremendamente agresivos. Por ese motivo, sin tal vez darse cuenta, Abel esperaba los fines de semana para trabajar y tener la cabeza ocupada en otra cosa. El notaba que Marcelo lo llevaba de las narices y él no tenía el carácter ni el coraje como para alguna vez decirle que no. Mientras tanto seguía pensando en Victoria, en ese roce de pieles, en su voz, en su mirada azul. Y al fin llegó el fin de semana. Y tuvo la suerte de que de la casa de Victoria pidieron unas pizzas. Abel se alegró como nunca, era evidente de que se había enamorado. Tomó la bicicleta y fue raudamente a hacer la entrega. Tocó el timbre y esta vez no le preguntaron quién era, abrieron la puerta directamente. Grande fue la desilusión cuando vio que no era Victoria la que estaba del otro lado, al parecer era la madre. << Buenas noches, señora>> dijo Abel con estudiada amabilidad. La señora contestó algo ininteligible. Abel sonrió y le entregó la pizza. << ¡Qué caro, mijito!>> dijo la señora, a lo que Abel contestó << Es la inflación, doña>>. La señora lo miró con desdén mientras pensaba << ¡Que doña ni ocho cuartos!>>.
Abel se quedó esperando como tres minutos que se le hicieron eternos. Hasta que ella apareció. Estaba con un vestido negro largo, tacos altos, bastante maquillada, Abel pensó << Parece una princesa>>
Abel se fue más enamorado que nunca. La madre de Victoria no entendió esa confianza.
Esa noche Abel se encontró con Marcelo y otros chicos del barrio, y como siempre, como ya era rutina, le dieron a la cerveza y al paco, y de paso, fueron a ver que podía pescar por ahí. Marcelo estaba totalmente dado vuelta y quería ir al centro para robar algo más o menos importante. Abel no quería saber nada y fue la primera vez en su vida que pudo pararlo y logró que le haga caso.
Marcelo cayó de trompa al piso. Era tal su estado que casi no puso las manos para amortiguar el golpe. Se le abrió el labio, la boca le sangraba incesantemente, Abel lo paró y se lo llevó arrastrado hasta la casa. Abrió la puerta de la casa y lo tiró literalmente en la cama. Le sacó las zapatillas. Lo tapó y beso su frente en un gesto fraternal que no hubiera hecho si Marcelo estuviera consciente. Abel cerró la puerta del cuarto que Marcelo compartía con sus otros hermanos y se fue para su casa. Llegó, apoyó la cabeza en la almohada y en su cabeza había lugar para solo un pensamiento: Victoria.
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Editado: 28.05.2018