A la mañana siguiente, Abel se levantó bien temprano, era lunes y no tenía mucho que hacer más que boludear con sus amigos del barrio. Se tomó un mate cocido y salió a la calle. En el camino se encontró con Marcelo.
Abel sonrió. Sabía que ese era el humor de Marcelo aunque no lo compartía, ya lo conocía y sabía que le buscaba pelea, pero Abel hacía rato que no entraba en esa.
Al mediodía fueron al chino del barrio, compraron fiambre y unas cervezas. El sol pegaba en el asfalto derritiéndolo, Abel y Marcelo estaban de cara al sol mientras sus sudores recorrían sus jóvenes cuerpos. La gente del barrio que pasaba los saludaban, eran dos chicos queridos. Marcelo estaba podrido de su vida de pobre, quería tener plata, autos, mujeres. Abel se conformaba con un empleo decente y fijo.
La casa de Marcelo quedaba a unas diez cuadras de la casa de Abel. Era una de las casas más pobres del barrio. Ahí Marcelo vivía con su abuela que estaba postrada en una cama.
Entraron a la casilla, Marcelo saludó a su abuela (la cual ni contestó) con un grito gutural. Fueron al fondo, Abel se sentó sobre un neumático viejo que estaba tirado en el piso de tierra y Marcelo fue a buscar algo. Trajo un pedazo de cartón corrugado que había utilizado como pizarrón. En el mismo tenía escrito fechas, horarios, había dibujado dos caras.
Marcelo le explicó a Abel el plan. El tema era robar en el barrio pituco por donde repartía pizza Abel, por donde vivía Victoria. A Abel le corrió un frio por la espalda pero no dijo nada. Las dos caras que había dibujadas en el “pizarrón” eran dos caretas.
Marcelo le mostró la foto de unas casas del barrio pituco, entre ellas estaba la casa de Victoria.
Abel se fue a su casa con una sensación de bronca y de incredulidad. Pero la bronca era contra sí mismo por no haberle dicho la verdad a Marcelo sobre Victoria. Era como que no podía negarse al robo, pero…y ¿Si Marcelo justo elegía la casa de Victoria? No podía hacer eso.
Durante toda la semana, Marcelo le fue quemando al cabeza a Abel. El robo era inminente. Mientras tanto, Abel tenía en su cabeza solo ver a Victoria le fin de semana.
El sábado tuvo varios deliverys pero ninguno a la casa de Victoria. EL domingo lo mismo. A la noche cuando fue a una casa cercana a la casa de Victoria, tomó coraje y tocó el timbre de la casa. Justo salió Victoria.
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Editado: 28.05.2018