Detrás de Victoria apareció un hombre alto y fornido de unos treinta años. La tomó de la cintura y clavó su mirada de pocos amigos en los asustados ojos de Abel, quien tragaba saliva del miedo y la vergüenza. De adentro escuchó una voz de hombre que decía: << ¿Qué pasa mi amor? ¿Quién es? >>
Abel se lo quedó mirando por unos segundos que perecieron eternos, realmente no sabía que decirle, o mejor dicho, que decirle. Se quedó mirando un rato a Victoria para ver si lo salvaba y ahí comprendió que, como toda su corta vida, se tenía que salvar solo.
Cuando Victoria cerró la puerta se quedó pensando en lo que Abel le había dicho, o en realidad, en lo que no le había dicho. Se dio cuenta cuando él cambió el semblante al ver a su prepotente novio. Aparte Abel le había dicho si le podía decir algo, se dio cuenta que lo de la pizza fue un conejo que sacó de la galera.
Abel se fue hacia la pizzería. Se le tenía que ocurrir una idea para zafar la pizza que le había regalado a Victoria. Se le ocurrió simular un robo. Para eso agarró velocidad y bajó por una calle bien empinada hasta frenar y caerse al piso. Se hizo un par de raspones en las rodillas y en las manos. Cuando llegó a la pizzería le dijo al dueño que unos pibes lo habían afanado. El dueño lo miró con desconfianza y al rato le entregó una pizza para que la entregara a la gente que estaba esperando hacía más de una hora. Luego de entregar esa pizza terminaba su jornada. Se fue para su casa, pero antes pasó por la casa de Victoria. Se quedó afuera escondido detrás de un árbol. Desde ahí podía ver la ventana del living, y veía perfectamente la silueta de Victoria y su novio. Estaban parados besándose. Parecía como que se estaban despidiendo. Esperó unos quince minutos hasta que un auto alemán salió de una de las cocheras de la casa, era el novio de Victoria, quien tocó la bocina y saludo con su mano derecha a Victoria que lo despedía desde el umbral de la puerta. Esperó unos instantes, cruzó la calle muy despacio con su bicicleta al lado, y le tocó la ventana a Victoria. Primero no lo escuchó, golpeó más fuerte y vio como Victoria se sobresaltaba. Cuando lo vio no lo podía creer, abrió grande los ojos. No entraba en su cabeza que ese chico estuviera ahí. Tuvo miedo. Abel le dijo que no se asustara. Victoria abrió un poco la ventana.
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Editado: 28.05.2018