Capítulo 10
Ya se eran las dos de la mañana y a ambos ya se les había hecho demasiado tarde. Victoria le ofreció a Abel a llevarlo hasta su casa, pero él se negó, solo permitió que lo dejara a unas pocas cuadras, más que nada para que lo vean salir de lo de Victoria. Subieron al auto, hicieron solo unas pocas cuadras hasta que Abel le dijo que lo dejara ahí nomás.
- Bueno, Victoria. Gracias por traerme y por todo.
- De nada, Abel. Yo sé que te podés rescatar, sos una buena persona. No tenés que robar más. Sé que es difícil tu situación, igual que la de tu familia y de tus vecinos. Pero tratá de trabajar, no entrés más en esa porque una vez que entraste no saliste más.
- Si, ya lo sé. Igualmente yo no quería afanar, Marcelo me insistió y yo como un bobo lo seguí, pero no lo hago a él responsable. Yo podría haberlo dicho que no pero no tuve agallas.
- Ok. Eso ya pasó. Ahora tenés que pensar en vos. Yo te puedo contactar con una psicóloga, la vas a necesitar, el haber matado a tu amigo te va a traer problemas psicológicos aunque ahora ni los notes.
- Está bien. Pero hay que pagar, yo no tengo un mango para eso.
- No te preocupes, ella atiende en el hospital público de la zona, yo te voy a recomendar.
- Gracias. ¿Por qué sos tan buena conmigo? Nunca nadie de tu clase fue bueno conmigo, ni siquiera me miran algunos y los que me miran los hacen con asco, con desprecio.
- No es que se buena, creo que vos tenés que tener otras posibilidades, lo veo en tus ojos que sos distinto…
- ¡Pero acabo de matar a un hombre! – la interrumpió Abel –
- Fue emoción violenta, Abel. Eso te va a perseguir toda la vida, lo hiciste para protegerme y yo no me voy a olvidar de tu gesto. Y como te decía, yo ni nadie puede salvar a toda la gente que esta como vos, pero si cada uno ayudamos al menos a uno, este mundo sería totalmente diferente.
Mientras le decía eso, a Victoria se le llenaban los ojos de lágrimas. Abel lo notó y le tomó la mano, pero sin ninguna connotación de seducción, fue un gesto totalmente natural y más desde lo humano que de un acercamiento de un hombre a una mujer. Victoria lo tomó de esa manera y le acarició la palma de su mano con su, flaco, dedo gordo.
- Igual no entiendo algo – dijo Abel –
- ¿Qué no entendés?
- Como salís con ese tipo, vos sos diferente. Hasta te veo diferente a tu familia, vos no sos “nariz parada”, bueno…tal vez un poco…
- Jajajjajjajjajajaja…Puede ser un poco. Pero bueno, comprendé que me codeo con gente que es así y eso se te va pegando. Igual coincido con vos, es fea esa forma de ser de mirar a los demás como desde arriba… ¿Arriba de dónde? Son estupideces de la gente de esa clase, de mi clase.
Abel sonrió, y pensó que cada segundo se enamoraba más y más de esa “cheta”. La veía tan diferente, tan humana que no podía creer que realmente existiera una persona así, y menos comprendía como estaba ahí con ella, a la madrugada, solos charlando de la vida.
Victoria, por su lado, pensaba que no sabía cómo estaba ahí con Abel, con un chico como él que había entrado a su casa a robarle y que había asesinado a su mejor amigo para protegerla a ella y pensó que lo del síndrome de Estocolmo no era chiste y que ese chico le gustaba tampoco lo era. Se quedaron conversando un rato más. Ya se habían hecho las tres y media de la tarde, la noche era perfecta, estrellada y con una pequeña brisa refrescante, de fondo se escuchaba el grillar de los grillos y el croar de las ranas. Perecía la hora perfecta para una cita, para el inicio de una historia, para el comienzo de un romance.
- Bueno Abel, ya se nos ha hecho tarde. Yo te dejo mi celular para que nos comuniquemos por el tema de la psicóloga, y en serio, andá a verla. La vas a necesitar.
- Sí, voy a ir. Te lo prometo. Y tampoco voy a volver a robar, eso dalo por hecho. Y muchas gracias por todo. Jamás me olvidaré de tu gesto…
- No me lo agradezcas, el mejor agradecimiento va a ser verte crecer como un hombre de bien. Yo tengo confianza en que no me vas a defraudar y sabés que podés contar conmigo.
- Ok. Gracias. Sigo como estando en el aire con vos, no hay mucha gente como vos, Victoria.
- Podés decirme Vicky.
Abel abrió la puerta y antes de bajarse del todo se dio vuelta.