A Victoria la proposición disfrazada de broma la sorprendió, pero no se dejó llevar por su primer impuso que era besarlo desenfrenadamente mirándolo a sus bellos ojos verdes. Reculó sus más bajos instintos y puso la cara más sería que tenía en su repertorio, y se fue distendiendo hasta que se aflojó del todo.
A Abel se le llenaron los ojos de lágrimas, y a la vez comprendió que estaba en busca de un imposible. Su historia con Victoria no tendría nunca un final feliz o, en realidad, jamás comenzaría.
Abel tomó suavemente la mano derecha de Victoria y se la besó con ternura. Ella se estremeció como nunca en su vida. Las vibraciones colonizaron todo su cuerpo y sintió cosquillas hasta en los rincones más recónditos. Se ruborizó de solo pensar que esas sensaciones la iban a ruborizar y sería un mensaje inequívoco para Abel que ella había sentido lo que el buscaba que ella sienta. Por su parte, Abel notó la cara de ella de un rojo furioso y sonrió en sorna como sabiendo que tenía media “batalla” ganada. Entonces soltó su mano suavemente mientras se la acariciaba con un disimulo extremo, cerró la puerta del auto y desde afuera la saludó con un leve movimiento de su mano derecha. Se fue caminando hacia su casa y todavía repiqueteaba en su cabeza, una y otra vez, la respuesta de Victoria << Esperaré ansiosamente >> Recordaba el rubor en la cara de Victoria, su mirada, la piel de su mano. Más allá de que sabía que había un abismo de diferencias que lo alejaba de ella, sentía que ella estaba tan enamorada como él y la sabía distinta, le había demostrado con grandes y pequeños gestos que, tal vez, había nacido en el lugar equivocado. Después de todo uno no elige donde nacer.
Victoria quedó aferrada al volante del auto mientras veía como se iba alejando la figura de Abel en medio de esa oscuridad casi inaudita. Todavía estaba temblando. Y no podía creer que eso lo hubiera ocurrido solo con un leve roce de su piel, con una suave y dulce caricia. No recordaba que una cosa así le hubiera pasado alguna vez en su vida, es más, estaba segura que lo que había sentido no lo había sentido nunca. Pensó en su novio, tal vez inconscientemente para que le bajara un poco la libido que había encendido Abel. Y se dio cuenta de que con su novio no le pasaba nada. Que estaba con él por una rutina estúpida de novios que ya casi ni se besan. Pensaba que era un buen tipo pero que tenía cosas que ella no toleraba. Él vivía al son de las apariencias, del que dirán. Si se enterara lo que había hecho por Abel no la hubiera entendido. Para el “esa gente”, como él las llamaba, estaban un escaló arriba de los animales. Entonces corrigió su pensamiento anterior: no era un buen tipo. Una vez que su corazón se calmó, una vez que sus partes pudendas dejaron de latir, Victoria arrancó el auto y fue para su casa. Llegó, abrió la puerta y lo primero que hizo fue ver como estaba su madre. Entró a la habitación la vio que dormía plácidamente, le dio un maternal beso en la frente y fue a su habitación a acostarse. No tenía dudas de que esa noche iba a soñar con Abel, o se iba a desvelar por él.
Abel fue caminando para su barrio mientras pensaba en victoria también pensaba en la cruz que estaba cargando y que cargaría de por vida por haber asesinado a Marcelo, por esa razón sus pasos eran cada vez más lentos. No quería llegar. Cuando estaba a una cuadra podía ver que en una esquina había unos pibes del barrio sentados en una esquina tomando cerveza y fumando. No quería ni verlos, pero sabía que era inevitable. Cuando pasó al lado de ellos los saludó pero sin parar a hablar con ellos. Uno de ellos le habló.
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Editado: 28.05.2018