La sorpresa de Abel fue más que mayúscula. No podía entender como Marcelo seguía vivo, como había sobrevivido a un disparo a quemarropa en su cabeza. Por un lado de alegró enormemente para no cargar con la muerte de su amigo, pero por otro le dio miedo porque seguramente terminaría preso. Marcelo sabía perfectamente quien le había disparado, así que Abel sería acusado de intento de homicidio y, por otro lado, también contaría que su cómplice en el robo a la casa de Victoria había sido él. Abel sabía, entonces, que su panorama era muy oscuro, pero su alegría era mayor porque su amigo aún seguía con vida.
Abel se quedó un momento más con los chicos del barrio. Luego fue para su casa. Se acostó en su cama pero no podía dormir. Le daba vueltas en la cabeza la idea de terminar preso, sabía que por ser pobre iba a tener condena efectiva, no tenía para pagar un buen abogado y sabía que el estado lo iba proveer de un defensor oficial que son esos tipos de abogados que poco les importa el resultado del juicio por el simple hecho de estar confinados a depender de organismos oficiales por su propia ineptitud. Eso era al menos no que le había contado la gente del barrio que había sido condenada teniendo ese tipo de abogados.
Abel seguía dando vueltas en su cama. No se podía sacar de la cabeza a Marcelo, al tiro que le había pegado en la cabeza, el abanico de malos augurios que se le abría con él vivo. ¿Cómo lo miraría a los ojos una vez que lo tenga enfrente? Le embargó una gran vergüenza, pero a la vez recordó a Marcelo intentando manosear a Victoria y volvió a sentir lo mismo que sintió en ese momento: asco, bronca, ganas protegerla, ganas de matar. Por suerte su cabeza cambió de huésped, ahora pensaba en Victoria. Sabía que lo de ellos era imposible más allá de la clase de persona que era ella. Él la amaba tanto que tampoco la quería condenar a estar con alguien como él bruto, pobre y casi un asesino. Él quería lo mejor para ella y él sabía íntimamente que no era el quien la podría hacer feliz, pero por otro lado, también tenía la certeza de que el novio tampoco era el hombre para ella. Sintió celos. Sintió bronca. Mientras tanto el tiempo seguía pasando y no podía conciliar el sueño. Desde la calle entraba la claridad en su cuarto. Tomó el celular y miró la hora, ya eran las cinco y media de la mañana. Sabía que no podría dormir más. Se levantó. Se lavó la cara y desayunó lo que pudo. Luego de cambiarse le mandó un mensaje a Victoria. Esperaba que le contestará más allá de la hora.
Luego de unos cinco minutos Victoria le respondió.
La noticia la estremeció a Victoria. Y tuvo sentimientos parecidos a los que había tenido Abel cuando los chicos del barrio se lo contaron. Por un lado se alegraba por Marcelo, más allá de lo que le había intentado hacer a ella, y se alegraba por Abel para no cargar con esa horrible culpa toda su vida. Pero también pensó que Abel estaba en reales problemas ya que seguramente terminaría preso. Se puso triste. No pudo evitar sus lágrimas.
Victoria rio y le pasó el teléfono de la psicóloga.
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Editado: 28.05.2018