Capítulo 13
Abel salió corriendo del hospital. Cuando al fin estaba en la calle le mandó un mensaje a Victoria.
- Hola, Vicky. Recién salgo del hospital. Hablé con un médico, me dijo que lo más probable es que Marcelo no recuerde nada de su vida…
- Bueno, en parte me alegra por vos, y por mí. No te olvides que yo te encubrí…
- Si, ya lo sé eso. Y si te llegan a descubrir y tenés problemas con la justicia me muero…
- Acá no se va a morir nadie. Y como te decía, en parte me entristece que Marcelo no recuerde nada de su vida, pero por otro lado para vos, y para mí, es lo mejor que pudo pasar
- Lo mejor que le puede pasar a Marcelo es olvidarse de su vida, si su visa siempre fue una mierda. Como la mía.
Después de leer esa confesión de Abel, a Victoria se le llenaron los ojos de lágrimas. Porque comprendió que por más que lo intentara, ella no era igual a Abel. Ni mejor ni peor, pero diferentes. Ella no había pasado las necesidades que él había pasado, no había sentido la discriminación ni la mirada prejuiciosa de los demás. Sabía que más allá de la atracción que tenía por Abel que una relación con él no tenía ningún tipo de sentido, ni desde su lugar ni desde el de él. Igualmente no podía desprenderse de el en este momento y sentía que el tampoco.
- Bueno, Abel. Las cosas en algún momento pueden cambiar, hay que tener fe.
- ¿te parece? Mis abuelos pensaban que sus vidas podían cambiar, mis padres lo mismo. Y todo sigue igual para nosotros. Y en mi caso va a ser igual. Voy a terminar como ellos. En este barrio. Con calle de tierra. Con la gente señalándonos. Los pobres le servimos a la sociedad, le servimos a los políticos. Yo eso ya lo sé. Seré un tipo sin estudios pero boludo no soy.
- Abel. Yo te entiendo…
- No, Vicky. Vos tenés la mejor onda pero no me entendés. Para entenderlo hay que vivirlo y vos, por suerte, no lo viviste.
- Ya lo sé. Pero te decía, que yo te puedo ayudar.
- Yo te agradezco, pero sabés la cantidad de gente que me dijo que me iba a ayudar y se borró. No, eso no existe. Somos de mundos diferentes.
- Bueno, Abel. Está bien. No te digo más nada.
- Ok.
Se despidieron y Abel fue para su casa. Se quedó tirado en la cama haciendo tiempo para ir a ver a Marcelo. Se quedó dormido hasta que un mensaje de Victoria lo despertó.
- Hola, Abel. Disculpa que te moleste…
- No me molestás, Vicky.
- No sabía a quién acudir.
- ¿Qué te pasó?
- Román me pegó.
- ¿Quién es Román?
- Mi novio.
- Yo sabía que ese tipo era un garca y no me equivoque.
- Estoy muy mal. Abel. No entiendo nada.
- ¿Pero por qué te pegó? Sé que ningún motivo es válido, pero ¿Qué le picó a ese gil?
- Me revisó el celular, vio nuestras conversaciones.
- Pero si no hay nada como para que dude. Ya lo voy a agarrar a ese cagón.
Abel llegó a la casa de Victoria y le mandó un mensaje para avisarle que ya estaba afuera. A los pocos segundos ella abrió la puerta. Tenía un ojo negro y un algodón sanguinolento en una de sus narinas.
- ¡Qué animal! Mirá como te dejó. Te rompió toda. ¡Que cobarde hijo de puta!
- Si…- Victoria rompió en llanto, se acercó a Abel y lo abrazó con todas sus fuerzas –
- Vicky, tranquila, mientras este yo nada malo te va a pasar. Nada malo – mientras le acariciaba la cabeza –
- Gracias, Abel. Gracias.
- Tenés que hacer la denuncia. Yo te acompaño.
- Si, tenés razón. Me cambio y vamos a la comisaria.
Fueron a la comisaria juntos. Cuando llegaron a los policías les extraño verlos juntos, les llamó la atención esa “extraña pareja”. Extraña para ellos y para la gente que los veía por la calle. A veces el prejuicio de la gente es tan grande que no ven más allá de sus narices. Son solo piezas de un juego en el cual si una de esas piezas toma un camino diferente, les parece tan extraño que se quedan paralizados. A veces lo verdaderamente extraño es seguir cánones que nadie dicta pero que todos seguimos y respetamos a rajatabla.