Victoria abrió la puerta con nerviosa inseguridad. Cuando lo miró a los ojos a Abel se tranquilizó un poco, ¡Lo vio tan seguro! Abel le transmitió su aplomo con su mirada serena y su sonrisa que fue como el mejor regalo para ella. Abel pasó, llevaba en sus manos dos ramos de flores. Era seguramente las flores más baratas de la florería pero a Victoria poco le importaba, eran las flores más lindas que había visto en toda su vida. Se dieron un beso mientras Victoria lo chicaneaba, cómplice, diciéndole al oído: << Ya te querés ganar a tu suegra de entrada, sos un pollerudo >> Abel sonrió con su boca y, sobre todo, con sus ojos. Pasó a ese salón que alguna vez había entrado como ladrón, pero eso no lo desanimó, ya que simplemente pensó que todos pueden redimirse y que él le agradecía a la vida ya que sentía que le estaba dando una nueva, y buena, oportunidad. Se sentó en uno de los cómodos sillones, Victoria se sentó justo enfrente de él. No tardó en aparecer la madre de Victoria. Para Abel estaba vestida como una reina, llevaba un vestido negro con zapatos no demasiado altos haciendo juego. Cuando le miró las joyas que llevaba puesta pensó << Con lo que cuestan esas alhajas come todo mi barrio diez años >> Abel se levantó para saludarla con un beso, la señora se adelantó dándole la mano. Abel no acusó el golpe, sabía que debía ser inteligente y no demostrar su descontento.
La señora se puso roja de la bronca, no podía creer el desparpajo de ese mocoso. No se iba a quedar con la boca cerrada mucho tiempo.
En ese momento Hortensia quedó sorprendida, esperaba a un “animalito” y se encuentra con un chico educado y encantador. Pero su desconfianza podía más ya que no le creía su actuación.
Se sentaron a la mesa. Hortensia hizo sonar la campanita que tenía sobre la mesa, a los pocos segundos apareció una chica joven con uniforme. Era la mucama de la casa. La señora le pidió a la muchacha que sirva la comida. De entrada había espárragos con salsa blanca.
Abel tomó los cubiertos y comenzó a comer con tal delicadeza y utilizándolos como todo un expertos. Es más, comía mejor que Hortensia y que Victoria. Antes de tomar se limpiaba la boca con la servilleta y después de tomar también. Hasta Victoria estaba sorprendida. Claro, nunca habían comido juntos. En un momento Hortensia se puso curiosa.
Abel ahora sintió el golpe. Pero no quería entrar en su juego. Hortensia había logrado ponerlo nervioso y por eso metió la pata.
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Editado: 28.05.2018