Victoria se había quedado totalmente sorprendida por las actitudes y el comportamiento de Abel en la cena. Lo que más tensa la había puesto fue cuando casi dice lo del síndrome de Estocolmo, pero ahora lo recordaba con una sonrisa. Estaba orgullosa de él por su espíritu de superación. Ella no conocía esa faceta de Abel, y realmente era algo que la atraía más y más a él. Ella había pensado que nunca iba a tratar de cambiarlo, que él era como era y a ella le gustaba así, pero que el cambio venga de él no solo le gustaba sino que le parecía un signo de inteligencia muy marcado en Abel. A la mañana siguiente Victoria se levantó como todas las mañanas para desayunar. Casi siempre lo hacía sola, pero ese día su madre la estaba esperando en la cocina para hacerle compañía.
Le quedaba enorme. Cero elegancia. Y se nota que poco le importa.
Victoria se fue de su casa con mucha bronca. No podía entender como su madre anteponía su propio deseo a la felicidad de su hija. Como, todavía, podía imagina a Román como yerno, como marido de su hija, un tipo que la fajó, que le pegó como una bestia. Victoria iba en su auto llorando, su amor por Abel era más fuerte que cualquier amo y ella lo sabía. Sabía que Abel no le iba a fallar porque era un ser noble.
Cuando llegó a la facultad, justo antes del inicio de la clase le mandó un mensaje Abel.
Victoria se seguía sorprendiendo por la nobleza de Abel, a ella le parecía que no era de este mundo. Igualmente todavía no podía comprender como había llegado a intentar robar en su casa y como le había disparado a su amigo. Eran las dos únicas cosas que no le cerraban de él. Sacando eso, que no era nada menor, amaba todo lo de Abel, desde su físico hasta su forma de ser. Su sentido del humor y su educación. Y por primera vez dudó de su relación con él, en el fondo sabía que las palabras de su madre, las manipuladoras palabras de su madre, hacían mella en ella, como lo habían hecho toda la vida. << Vicky, hacé esto >> << Vicky, hacé lo otro>> Esas órdenes repiqueteaban en su cabeza una y otra vez como cuando era chica y no tanto. Esas imposiciones. Esas manipulaciones para que siempre termine haciendo lo que ella quería. Pero esta vez no estaba dispuesta en caer en su trampa. Esta vez la iba a pelear por sus propios medios y con sus propios preceptos. Hacía rato que había cortado el cordón con su madre y ella lo sabía, por eso daba los últimos estiletazos para intentar seguir teniéndola debajo de sus polleras siguiendo sus directivas. Sabía que Abel podía ayudarla también ya que a pesar de su edad tenía mucha más experiencia que ella, mucha más calle. Justo cuando estaba por llegar a su casa recibió un nuevo mensaje de Abel que le puso, al fin, una amplia sonrisa en su boca.
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Editado: 28.05.2018