Se subieron al auto y fueron rápidamente al hospital. Cuando llegaron les llamó mucho la atención la cantidad de patrulleros que había en la puerta. Entraron al hospital y se presentaron en la guardia. Después de un tiempo largo de espera un médico y dos enfermeros los llevaron a la morgue del hospital. Ingresaron en ese frio lugar, uno de los enfermeros tomó la manija de uno de esos cajones metálicos empotrados en la pared, lo deslizó y salió un cadáver tapado con una sábana blanca con manchas de sangre. El médico que le dijo que se acercara al cuerpo, el enfermero destapó el cadáver para que Abel lo reconociera. Grande fue su sorpresa cuando vio que tenía orificios de bala en su cabeza y en su pecho.
Abel salió bastante compungido de la morgue. Le contó a Victoria lo sucedido.
Abel se fue para su casa. La tristeza lo embargaba por la muerte de su amigo pero en el fondo sabía que todavía no había caído del todo. Marcelo era el único amigo que había tenido. Y ahora se arrepentía de haberle disparado. ¿Qué se le había cruzado por la cabeza cuando le disparó? Y él tenía la respuesta: celos. No pudo manejar sus celos cuando lo vio encima de victoria. Pero se preguntaba si su relación con Victoria en realidad valía la pena. Y pensaba que no iban a llegar a nada, que los te quiero y los para siempre eran solo palabras que sentían ahora, pero que el tiempo los iría separando, los iría diluyendo para volver a ser lo que eran: ella una cheta y el un villerito del barrio pobre. Se puso a llorar como hacía mucho no lo hacía. Y como se le habían mezclado los sentimientos no sabía si lloraba por Marcelo, por Victoria o por él. Y en ese momento sintió en el fondo de su ser que el amor que sentía por Victoria era muy fuerte, era verdadero y que tenía un miedo atroz de perderla. Que era la mujer más importante de su vida y que lo sería siempre. Y las lágrimas seguían cayendo por sus magras mejillas, y le dieron paso a la congoja, a la desolación. Se sentía solo. Se sentía una porquería. Y tenía miedo del futuro, si había sufrido tanto en tan poco años que le quedaría para lo que le restaba por vivir. Se quedó en la cama todo el día hasta que llegó la hora de ir al trabajo. Iba como un zombi. Pasó por la puerta de la casa de Marcelo y comenzó a llorar como un chico. Abel sentía que había perdido la alegría, que ahora todo sería diferente porque había muerto una parte de él y ahora debería seguir sin esa parte suya tan íntima y tan profunda. Trabajo tan a desgano que casi no le dieron propina. Una vez que terminó su faena se comunicó con Victoria. Ella lo invitó a cenar. Abel aceptó a regañadientes, sabía que no podía rechazar una cena debido a su frágil situación económica. Llegó y victoria sirvió la comida que ya estaba hecha. Abel estaba mudo.
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Editado: 28.05.2018