Sueco

Capítulo 22

  • ¿Cómo que falleció? ¿Qué pasó? No lo puedo creer, Abel. Noooo. No puede ser…-gritaba Victoria visiblemente nerviosa, más porque Abel se había transformado en un asesino que por otra cosa –
  • ¡Tranquilizate! No sé, solo me dijeron que se murió y que si podía ir a reconocer el cuerpo…él me puso a mí como responsable.
  • ¡Qué paradoja!

 

Se subieron al auto y fueron rápidamente al hospital. Cuando llegaron les llamó mucho la atención la cantidad de patrulleros que había en la puerta. Entraron al hospital y se presentaron en la guardia. Después de un tiempo largo de espera un médico y dos enfermeros los llevaron a la morgue del hospital. Ingresaron en ese frio lugar, uno de los enfermeros tomó la manija de uno de esos cajones metálicos empotrados en la pared, lo deslizó  y salió un cadáver tapado con una sábana blanca con manchas de sangre. El médico que le dijo que se acercara al cuerpo, el enfermero destapó el cadáver para que Abel lo reconociera. Grande fue su sorpresa cuando vio que tenía orificios de bala en su cabeza y en su pecho.

 

  • Es él sin dudas…pero, doctor, no entiendo nada. Él estaba internado, no comprendo los balazos en su cuerpo.
  • Lo que pasa es que anoche se fugó del hospital. Ya se sentía bien, estábamos por darle el alta. Lo encontraron robando una farmacia por acá cerca. La policía acudió al lugar y él se resistió. Es más, gritaba que prefería morir a ir a la cárcel. Siguió disparando hasta que cayó desplomado. Por su aspecto y su olor, mucha droga y alcohol encima.
  • Si, pobre Marcelo. La verdad tuvo una vida de mierda – dijo Abe, aunque por dentro se alegraba que no hubiera muerto por él. Pero igualmente era un golpe fuerte para él –

 

Abel salió bastante compungido de la morgue. Le contó a Victoria lo sucedido.

 

  • ¡Qué desastre! Pobre pibe.
  • Tal vez ahora tenga toda la paz que no tuvo en este mundo.
  • Ojala.
  • Sí. Abel, más allá de todo tu dolor, ahora quedaste limpio. No hay arma, no hay testigos que te inculpen, no hay cómplice.
  • A veces parece que todo te va tan bien que te agarra un poco de miedo. Es como que esperás algún sacudón. Pero ojo, este para mí fue un golpe muy duro. Yo con Marcelo me crié, mal, pero nos criamos juntos. Pero más allá de eso, tengo todo lo que siempre quise, una gran mujer, un laburo que me da de comer, estoy limpio de falopa y de alcohol…es todo demasiado perfecto.
  • Sí, Abel. Pero vos te lo mereces. Sos una buena persona. Vas a salir adelante, vamos a salir adelante. Juntos.
  • Sí, siempre juntos.

 

Abel se fue para su casa. La tristeza lo embargaba por la muerte de su amigo pero en el fondo sabía que todavía no había caído del todo. Marcelo era el único amigo que había tenido. Y ahora se arrepentía de haberle disparado. ¿Qué se le había cruzado por la cabeza cuando le disparó? Y él tenía la respuesta: celos. No pudo manejar sus celos cuando lo vio encima de victoria. Pero se preguntaba si su relación con Victoria en realidad valía la pena. Y pensaba que no iban a llegar a nada, que los te quiero y los para siempre eran solo palabras que sentían ahora, pero que el tiempo los iría separando, los iría diluyendo para volver a ser lo que eran: ella una cheta y el un villerito del barrio pobre. Se puso a llorar  como hacía mucho no lo hacía. Y como se le habían mezclado los sentimientos no sabía si lloraba por Marcelo, por Victoria o por él. Y en ese momento sintió en el fondo de su ser que el amor que sentía por Victoria era muy fuerte, era verdadero y que tenía un miedo atroz de perderla. Que era la mujer más importante de su vida y que lo sería siempre. Y las lágrimas seguían cayendo por sus magras mejillas, y le dieron paso a la congoja, a la desolación. Se sentía solo. Se sentía una porquería. Y tenía miedo del futuro, si había sufrido tanto en tan poco años que le quedaría para lo que le restaba por vivir. Se quedó en la cama todo el día hasta que llegó la hora de ir al trabajo. Iba como un zombi. Pasó por la puerta de la casa de Marcelo y comenzó a llorar como un chico. Abel sentía que había perdido la alegría, que ahora todo sería diferente porque había muerto una parte de él y ahora debería seguir sin esa parte suya tan íntima y tan profunda. Trabajo tan a desgano que casi no le dieron propina. Una vez que terminó su faena se comunicó con Victoria. Ella lo invitó a cenar. Abel aceptó a regañadientes, sabía que no podía rechazar una cena debido a su frágil situación económica. Llegó y victoria sirvió la comida que ya estaba hecha. Abel estaba mudo.



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En el texto hay: policial, romance accion y drama, romance

Editado: 28.05.2018

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