Abel terminó de comer en silencio y le avisó a Victoria. Ella bajó de su habitación, abrió la puerta, se dieron un frío beso en sus mejillas y rápidamente cerró la puerta suavemente, en cámara lenta como no queriendo cerrarla nunca y, automáticamente, comenzó a llorar desconsoladamente. Nunca en su vida había sentido semejante tristeza. Esa angustia en su estómago. Le temblaban los labios al llorar. Lloraba como una nena que había perdido su juguete más preciado. Su supuesta frialdad ante el planteo de Abel solo había sido sorpresa e incredulidad. Aparte siempre había pensado que si alguien quiere irse hay que ser, de alguna manera, cómplice de esa huída, hay que facilitarle el camino. Porque... ¿Qué sentido tiene pedirle, rogarle que se quede a alguien que ha tomado la decisión de dejarnos? ¿Qué sentido tiene pedirle, rogarle que se quede si te está planteando todo lo contrario? Y ese pensamiento no era por orgullo, era sentido común. Su amor por Abel era muy fuerte, pero por eso mismo, si tanto lo quería no debía mutilar su decisión y pedirle y llorarle para que se quede sería complicar esa decisión que él ya había tomado.
Victoria tampoco era de pensar << Mi vida continúa, hay miles de hombres dispuestos a estar conmigo allá afuera >> No, no era de pensar esas pavadas que en general cualquiera puede pensar en una situación así. Ella sabía que Abel era único, pero también sabía que ella era única. Luego de calmarse un poco, se acostó con la incertidumbre de no saber que le depararía el día de mañana. En realidad siempre nos acostamos con esa incertidumbre, en este caso Victoria lo sentía a flor de piel, lo sentía en todo el cuerpo, lo sentía en sus entrañas.
Abel volvió a su casa envuelto en un mar de gruesas lágrimas. No sabía cómo había reunido tanto coraje para dejarla a Victoria. Ella tenía todas las cualidades que todo hombre buscaba en una mujer. Sabía, en el fondo de su ser, que nunca más encontraría a una compañera como ella, simplemente porque no había, no existía, no había nacido. Llegó a su casa, se acostó y tenía la certeza, a diferencia de Victoria, de que una nueva etapa de su vida había llegado a su fin. Y, sin dudas, la mejor etapa de su vida difícil de volver a vivir.
Abel se levantó temprano para ir al velorio de Marcelo. Cuando llegó a la salita velatoria y vio su cuerpo, Abel se puso a llorar como a un chico. Por su cabeza pasó, como una película, todo lo que había vivido con él, su gran arrepentimiento por haberle disparado. Abel sentía que estaba creciendo, que ya no era un adolescente y próximo a cumplir sus diecisiete años sabía que el tiempo que había vivido no iba a volver, que ahora debería ponerse las pilas y ser un hombre de bien, alejarse de las malas compañías. Y también, encontrar una buena mujer para formar una familia, una buena familia. Y aunque a su cabeza volvía una y otra vez la imagen incomparable de Victoria, sabía que era un imposible. Estaba seguro que más allá del amor, no todo se puede vencer, eso pasa en las películas o en las novelas de la tarde. En un momento no aguantó más el calor y salió. Le pidió un cigarrillo a un pariente de Marcelo, hacía meses que no fumaba. Veía como la gente del barrio entraba sin parar a darle el último adiós a Marcelo. Eso lo puso contento más allá de que sabía que muchos solo iban por ir, para chusmear o simplemente porque no tenían otra cosa que hacer. Cuando estaba terminando el cigarrillo sintió que alguien le tocó el hombro y le habló. Era una voz de mujer.
- Hola, Abel. Te lo veo en la cara...no me reconocés. Soy Lili.
- Hola, Lili. Es verdad, no te había reconocido, pasaron muuuchos años.
- Sí. Como diez por lo menos.
Era la hermana de Marcelo. Abel hacía años que no la veía. La última vez que la había visto había sido jugando en la calle, tendrían unos seis o siete años los dos. Esa nena bajita y flaca se había convertido en una bella adolescente. Abel sintió una vibración. Y podría asegurar que ella también.
- Lili...que desgracia. Lo lamento mucho, sabés todo lo que quería a tu hermano.
. Si, ya lo sé. Él siempre me hablaba de vos, eras el hermano varón que nunca tuvo. Siempre anduvo en mala yunta, no sabés lo mal que me siento. Me quiero morir.
- Sí, pero era un buen pibe. Ahora esperamos que descanse en paz.
Lili se largó a llorar como una nena y abrazó fuertemente a Abel. Mientras la abrazaba sentía sus fuertes pechos adolescentes apoyados a su cuerpo. Abel se excitó y separó un poco la parte inferior de su cuerpo de la de Lili para que esta no sintiera su erección. Lili lo notó y lo abrazó más fuerte aún y Abel se dejó llevar. Estuvieron así como dos minutos que parecieron horas, los dos estaban en trance y sintieron como que estaban solos, que nadie estaba alrededor de ellos. Una vez que se despegaron, Abel, tiernamente, comenzó a secarle las lágrimas de sus mejillas a Lili. Ella sonrió y él también. Abel sintió como un fuego, sintió que alguien lo miraba, se dio vuelta y la vio a Victoria. A Abel se le subieron los colores a la cara. Lili la miró a Victoria como diciendo << ¿Y esta quién es? >> Se saludaron desde lejos. Victoria se tragó sus lágrimas.
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Editado: 28.05.2018