Al otro día Hortensia se despertó bien temprano nuevamente. Casi ni desayunó y no se cruzó con ninguno de los otros integrantes de la casa (que era lo que realmente quería) Al mediodía volvió y se fue casi corriendo a su habitación. Luego de una hora salió para ir al bar del barrio pobre. Cuando bajaba por la escalera puedo escuchar la voz de Victoria que venía de la cocina. Se dirigió sigilosamente a la puerta de salida, antes de llegar escuchó la voz con tono de sorpresa de Victoria.
Victoria recordó la charla que habían tenido el día anterior. Abrió los ojos lo más que se podía, su incredulidad era la mayor que había sentido en toda su vida…
Victoria se la quedó mirando y por dentro sabía que había cosas que decía su madre que tenía razón, el tema era la forma que tenía de decirlo, la soberbia, el ego.
Hortensia apuró el paso para dejar a Victoria con la palabra en la boca. Salió de la casa y se subió al auto rápidamente. El viaje hacia el barrio pobre no duró más de cinco minutos. El chofer del remis le había advertido la peligrosidad del barrio y, sobre todo, la de bar hacia donde iría.
Hortensia pagó y bajó del auto. Estaba a unos escasos metros del bar. Ingresó e inmediatamente se hizo un silencio casi sepulcral. Todos los hombres, no había ni una mujer, la miraron de arriba abajo. Desde los carísimos y elegantes zapatos, el tapado, su gran escote, sus joyas y su peinado que parecía recién hecho para la ocasión. Hortensia saludo con unos secos << Buenos días >> pocos la saludaron a coro. Hortensia se sentó en la barra y llamó al cantinero que estaba del otro lado. Como en las películas, lo agarró de las solapas y le dijo suave, y sexy, al oído << Servime el mejor wisky que tengas, aunque debe ser de cuarta. Sin hielo, por supuesto >> Al hombre al escuchar ese susurro tan cerca de su oído, se le erizaron los pelos de todo su cuerpo. Tomó con su mano derecha la botella del mejor wiski que tenía, en realidad era el único, y cuando se lo iba a servir en un vaso opaco por la mugre, Hortensia le agarró la mano y le dijo << Lavalo de nuevo, y con detergente >> El hombre le hizo caso y mientras lo lavaba se lo mostraba a ella. El ambiente del lugar era pesado, no solo por el humo de cigarrillo, el aroma a alcohol y el olor a traspiración de los parroquianos, sino también por ese silencio que casi se podía escuchar. El cantinero le sirvió el wiski a la dama, ella tomó el vaso, lo olió, puso cara de asco, apoyó con fuerza el vaso sobre la barra y le pidió otro. Por fin se sintió un murmullo ininteligible.
Uno de los hombres se paró y se acercó dónde estaba parada Hortensia. Ella lo miro con desprecio y puso cara de asco mientras se apantallaba con su mano derecha por el olor que emanaba ese hombre.
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Editado: 28.05.2018