Sueño de los Guardianes I-1: Ascenso

Capítulo 1 – El primer paso

En una aldea falta de vida, donde la cotidianidad es buscar algo que hacer con sus vidas, los aldeanos hablan preocupados por la reciente subida de tráfico de personas que ha habido los últimos años. Recientemente pasan más forasteros por el pueblo, aunque sea bueno para los negocios no pueden bajar la guardia por la posibilidad de que les quiten lo poco que tienen.

 

Alguien empieza a hablar sobre una caja sobre los recientes ataques de monstruos en la zona, los habitantes se ven más preocupados por lo activo que se ha convertido el mundo. Un joven en harapos y cubierto de suciedad cargando una espada un poco grande y un costal en cada mano se adentra al pueblo en busca de un sastre.

 

La gente le da las indicaciones correctas, y mientras el joven recorre su camino todos le echan miradas y hablan a sus espaldas. Después de un recorrido corto llega a su destino y en el interior se encuentra con un señor con cabello canoso tan blanco que los ojos del joven los entrecierra al intentar mirarlo directamente.

 

El viejo sastre suelta una risilla, señal de estar acostumbrado a dar exactamente la misma primera impresión por mucho tiempo. A diferencia del resto de personas, él ignora la apariencia del joven, y al señalarlo el sastre responde:

—En esta línea de trabajo lo primero que ves en una persona es en lo que se puede convertir un cliente. Cada persona es una obra de arte aún por esculpir.

 

El joven aprecia su sabiduría y mantienen conversación mientras se le toma sus medidas:

—¿Qué clase de atuendo va a querer? ¿Colores preferidos? ¿Posturas habituales? —el sastre es muy metódico sobre los detalles de su trabajo.

 

El joven se queda callado tratando de responder lo suficientemente claro a cada pregunta, la conversación es más un interrogatorio.

 

—Quiero un atuendo para viajar, que cubra lo más esencial, para resistir el frío, caminar mucho, poder llevar objetos fácilmente. Supongo que azul y negro. Estoy más habituado a tener las piernas un tanto abiertas y mover los brazos, así que tome en cuenta la zona de la espalda alta, las rodillas y la entrepierna. —El esfuerzo mental de recordar cada pregunta y formular una respuesta clara y concisa a cada una de ellas deja una buena impresión en el sastre.

—«Peticiones específicas, él ha de tener un objetivo claro» —pensó el sastre —¿Cuál es su objetivo? Si es que puede contarme. —dice el sastre mientras toma las medidas del cuerpo ejercitado del joven.

—Eventualmente tomaré el Reto del Monte del Rey lejos al oeste y llegaré a la cima del mundo, entonces podré cumplir mis objetivos. —contesta el joven con una expresión muy seria, pero llena de motivación, un fuego que el viejo sastre ha visto más veces que días que ha vivido.

 

El sastre afirma que es un suicidio, incluso sus amigos de toda la vida se fueron del pueblo en busca de aventuras cuando jóvenes y jamás volvió a saberse de ellos. Él es el único que ha vivido tanto por tener los pies en la tierra y le pide que sea realista.

 

—De nada sirve vivir si no intentas por lo menos cumplir con tus objetivos, ya sean sueños o ambiciones. —dice el joven con completa honestidad que sus palabras llegan al corazón del sastre, hasta lo hicieron sentir joven una vez más —Aunque usted diga que es un suicidio, no hay otra cosa que quiera hacer con mi vida, es de lo único que estoy completamente seguro. Además, no es solo por mí, ya no es solo mi sueño. —dice mientras dirige su mirada hacia su espada.

 

El joven agradece la preocupación del anciano y le asegura que no es una persona cualquiera.

 

—«Esa mirada, este joven está decidido.» —deduce el sastre al ver de cerca el rostro de su cliente inusual, hasta que vio más de cerca —«Esas ojeras, ¿cuánto has llorado en tu corta vida?»

—«Usted me recuerda a una vieja amiga, pero es precisamente ese aspecto lo que me llevó a este camino.» —piensa el joven al notar que el sastre está dejando la profesionalidad de lado.

 

Retomando el negocio, además del atuendo, el joven ordena unas cuantas prendas para estar mejor vestido y la ropa es surtida al toque. Del costal que carga con él, el joven le paga al sastre con un pedazo de oro poco más grande que su puño.

 

—«¿Acaso este chico está loco? Con esto podría comprarme una docena de trajes lujosos.» —piensa el sastre dado que el pueblo no ha pasado por buenos tiempos en muchos años —¿De dónde sacaste un pedazo tan grande? —pregunta el sastre y deja un tanto desconcertado al joven.

—No sé, me lo entregó mi maestro por completar mi entrenamiento y para empezar mi viaje. Él mencionó que me ayudaría a mantenerme en forma. —contesta el joven mientras abre el saco y muestra que hay muchos más pedazos de tamaño similar ocupando todo el espacio de su costal. —Nunca he manejado dinero, siendo huérfano solo recibía lo necesario para vivir si cumplía con mis deberes en el templo. Con o sin dinero, viviré como me plazca.

 

Mientras el pago y el costal son contemplados con ojos saltones reflejando semejante tesoro el joven pregunta sobre el pedazo de tela que está enmarcado en la pared.




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