Sueño de una muerte

Segunda parte

 

Los jóvenes tomaban un café y se reían. La ambulancia se escuchaba muy lejos cuando ellas salieron. Al parecer solo había sido una coincidencia que Rebeca pronto asimiló como tal. Las dos adolescentes se sentaron a la mesa y se sumaron a la diversión de los jóvenes, comenzando a platicar y ponerse de acuerdo para la salida nocturna.

 

Ya eran cerca de las doce del día cuando salieron del restaurante–café, donde habían desayunado por la insistencia de los desconocidos para Rebeca. Caminando, llegaron hasta donde estaban los autos. Como los varoncitos habían llegado en transporte público, acordaron que Rebeca acompañaría a Aleps a su casa y Mónica a Yair. Rebeca no parecía convencida, pero aceptó.

 

Rebeca y Aleps tomaron una avenida. Él la iba guiando, dándole señas de las calles que debían tomar para llegar hasta donde vivía. Apenas habían transcurrido seis minutos cuando Rebeca frenó en seco.

–Bájate –ordenó la joven mirando al que ocupaba el asiento del copiloto.

Aleps sonrió incrédulo. Sus ojos negros no parecían tener más efecto sobre la chica.

–¿No bromeas? –preguntó.

–En ningún modo. Si necesitas dinero, aquí hay monedas –dijo extendiendo la mano para abrir la guantera, pero él la interceptó, la tomó entre las suyas y le dijo:

–No es necesario, gracias. Creí que tendría el privilegio de que una niña tan linda como tú conociera dónde vivo, pero está bien. Ya me conocerás y me ganaré con mi esfuerzo ese privilegio –cuando terminó de decir esto le dio un beso en la muñeca y se bajó sin decir más.

“Muy bien, Rebeca, te has dado tu lugar”, escuchó en su mente.

Entonces volvió a su casa y les llamó a sus papás. Les dijo sobre la fiesta y enseguida obtuvo el consentimiento de ellos.

 “No debes ir a esa fiesta. Lo que hiciste con ese Aleps estuvo muy bien. Ahora debes perder todo contacto con él”.

Cuando escuchó estas palabras se alarmó. Y más lo hizo cuando escuchó sonar el celular. Era un número desconocido.

–Sí, diga.

En la bocina podía escuchar una voz que pronto identificó.

–Es la primera vez que una niña tan bella me deja tirado en la calle y sin dinero para volver a mi casa.

–¿Aleps? Disculpa, no podía llevarte, lo siento mucho. ¿Llegaste bien?

–Sí, no te preocupes. Ahora todos me conocen como el chico que pide dinero para volver a casa porque una atrevida jovencita lo dejó en la calle, pero estoy bien.

–No te creo, ¿pediste dinero en serio?

–¿Tú qué crees? No pensarías que iba a permitir que me pagaras el transporte. Era en carro a mi casa o nada.

–Eres un loquillo –Rebeca soltó una risilla discreta.

Luego siguieron platicando. Aleps había llamado, pero él no pagaba la factura, por lo tanto se perdieron hablando bastantes horas.

 

Por la noche se encontraron en el punto de reunión. Estaban casi todos, excepto Rebeca. No tardó en llegar. Cuando se bajó del auto y se acercó a los demás, pudo ver que el tal Aleps se había acicalado y lucía muy gallardo. Y fue una sorpresa ver a Mónica y a Yair abrazados estrechamente.

–Al fin llegas Beca –saludó Mónica dándole un fuerte abrazo–. Te presento a Yair.

–Ya me lo presentaste.

–Sí, en la mañana te presenté a Yair “mi amigo”, este es Yair “mi novio”.

Al decir eso abrazó a tal Yair y ambos se besaron frente a los otros dos. Entonces Rebeca, cuando dejaron de besarse, tomó a su amiga de la mano y la retiró a unos metros.

–Mónica –parecía regañarla–, no me digas que tú y él…

La mencionada se mordía el labio y asentía con la cabeza. Luego respondió:

–Sí, amiguis. Sus papás siempre están trabajando. Como vive en una privada pues… ya te imaginarás. Él es hombre y yo mujer… Solos… jóvenes… ardientes… débiles… ya te imaginarás.

Rebeca mostraba su desacuerdo negando con la cabeza, dirigiendo una mirada reprobatoria a su amiga.

–No puedo creerlo… cómo es que somos amigas… esto no está bien Mónica… acuérdate que dijimos que nuestra primera vez sería con el amor de nuestra vida, no con el más guapo que encontráramos a los diecisiete años.

–¡Él es el amor de mi vida Beca! Es guapísimo.

Pronto se tapó la boca porque uno de ellos se acercaba.

–Chicas, disculpen que interrumpa –dijo Aleps–, ya es tarde. Nos perderemos la fiesta.

 

Llegaron a una reunión juvenil donde había hieleras con cervezas. Era un salón privado que habían rentado para la ocasión. Todos los presentes parecían alterados, sus ojos estaban ávidos y sus cuerpos se movían con sensualidad al ritmo de la música.

Rebeca pronto comenzó a ser seducida por el ambiente y a formar parte de la muchedumbre que se movía encendida, excitada por el exceso de alcohol en el cerebro y por el humo de los cigarros que permeaba el ambiente. Había una gran variedad de drogas que los jóvenes consumían de manera indistinta. Se motivaban con gritos, risas y carcajadas unos a otros para que ninguno dejara de consumir. Pronto llegó el turno de Rebeca, que fue invitada a realizar el consumo por el apuesto y gallardo Aleps.

–¿Nunca has probado uno de estos? –le preguntó fuera de sí, extasiado por los sonidos y las sustancias que había estado consumiendo ante la mirada reprobadora de Rebeca.

–No, no me gustan esas cosas –contestó con firmeza.

–Pero ni las has probado.

–Aun así no me gustan.

–No pasa nada, de verdad. Confía en mí –le decía con mirada tierna y sonrisa coqueta.

Fue tanta la insistencia que Receba terminó accediendo a probar solo “un poquito”.

Al terminar la fiesta, ella llevó a Aleps adonde él vivía.

 

–¿Quieres… pasar? –le preguntó Aleps en voz baja cuando la besaba en la boca.

–No sé si deba –contestó Rebeca al desconectar los labios y abrir los ojos.

–Ándale mi amor –le susurraba al oído–, mis papás no están. Llegan hasta el martes.

Rebeca sentía aquel aliento caliente en su oreja. Aceptó y estacionaron el carro en el garaje. Luego entraron a la casa del tal Aleps.



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En el texto hay: romance, suspenso, amor juveni

Editado: 07.01.2019

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