Sueño de una muerte

Tercera parte - Final

 

Esa tarde Rebeca Santander fue llevada al hospital. Le hicieron estudios porque padecía una calentura que no menguaba con nada. Una voz en su conciencia, cuando dormía, le hablaba.

 “No debiste tomar ese café con ella. Debiste ser más inteligente. Ir a ese café esa mañana y aceptar los consejos de Mónica fue tu peor error. Hay cosas que no puedes cambiar, Rebeca. Tus decisiones son las que marcan el rumbo de tu vida. No supiste elegir porque no sabías, pero ahora ya sabes”.

Cuando despertó, su mamá estaba sentada a su derecha.

–Mamá, qué pasó –preguntó asustada y con voz muy débil.

–Te enfermaste mi amor, pero vas a estar bien –contestó su madre, tratando de ocultar las lágrimas que ya se asomaban por los párpados, saliendo súbitamente y rodando por sus mejillas. Enseguida las enjugó con la manga de un suéter rosa.

–¿Qué me pasó? ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

–Dos días mi amor. Dice el doctor que estás bien. Solo esperábamos que despertaras.

La joven fue dada de alta ese mismo día.

 

En casa, su padre había considerado llamarle la atención, ya que antes de saber los resultados de los exámenes sospechaba que Rebeca había ingresado en el hospital por no alimentarse bien, pero la señora Santander lo sacó del error y le mostró los resultados que habían arrojado las pruebas del laboratorio. Por lo cual hablaron con Rebeca en la sala.

–Hija –el señor Santander, hincado frente a ella, le tomó las manos–, perdónanos por no haber sido unos buenos padres. Es culpa nuestra que ahora estés enferma. Si hubiéramos tenido una mejor relación de padres a hija.

–¿Qué pasa, papá? ¿De qué hablas? ¿Mamá, qué sucede? –preguntaba buscando respuesta en los ojos de su madre, que solo le ofrecían lágrimas.

–Mi amor –siguió el padre, colocando la cabeza sobre las rodillas de su hija–. Mi amor, perdón… perdón, bebé –decía sollozando. Levantó el rostro y Rebeca lo miró con los ojos inundados por completo–. No… no puedo… no puedo darte esta noticia.

Y se levantó, con el rostro cubierto por las manos para que su hija no lo viera llorar.

 –¿Qué pasa mamá? Estoy asustada, tengo miedo –decía con una voz tan débil, que apenas se escuchaba.

La señora tampoco podía hablar, y optó por entregarle los resultados del examen que Rebeca leyó con detenimiento.

Miró con alarma las palabras y observó el fatal resultado.

La joven, atónita, miró a su mamá que lloraba callada. También a su papá.

–Voy a morir –dijo, como reacción primera, y abundantes lágrimas corrieron por sus mejillas, previas al llanto provocado por un dolor agudo que acudió enseguida. Se tapó la boca.

Sus padres la abrazaron y los tres lloraron.

 

Después llamó a Aleps, pero una voz mecánica decía que el número había sido cambiado. Entonces fue a buscarlo personalmente a su casa. Estacionó el carro en la calle, abrió la portezuela con dificultad y bajó despacio, pisando como si le doliera tocar el suelo. Tocó el timbre unos segundos, pero un vecino que pasaba por la acera le informó que hacía dos noches que nadie entraba en ese lugar. Rebeca le agradeció con voz cansada y se dirigió al auto con el mismo ritmo anterior. Optó por ir a buscar a Mónica.

Daba golpes débiles a la puerta, y luego la madre de Mónica abrió. Ambas denotaron alegría al verse. Hablando con dificultad, Rebeca le preguntó sobre su amiga, pero la madre le dijo que no se encontraba.

–¿Sabe a dónde fue? –preguntó con un hilo de voz, se veía cansada y fatigada.

–Creí que estaba contigo porque no me dijo a dónde iba. ¿Ya le llamaste?

–Sí, pero no me contesta. Le marcaré de nuevo.

Rebeca tecleó con lentitud en el celular. Segundos después escuchó que el celular de Mónica sonaba sobre la mesa del comedor.

–Olvidó el teléfono, hija.

–Está bien. Cuando llegue, dígale que me urge verla.

–Yo le digo.

Rebeca lucía muy pálida y triste. Caminó sin fuerzas hacia el auto, como si llevara plomo en los pies. Subió, cerró la puerta como pudo y se alejó.

 

Esa noche la madre de Mónica, llorando, con voz desgarradora, llamó a Rebeca.

–Ay, hija, mi niña, mi pequeña, falleció. Le practicaron un aborto. Me la acaban de traer. ¡Ay, mi hija!

Rebeca quedó pasmada por la noticia. Soltó el celular de sus manos y este se estrelló en el suelo.



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En el texto hay: romance, suspenso, amor juveni

Editado: 07.01.2019

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