SueÑo (im) Posible || El Matasanos & La Moribunda * T.E Ii

IV

ALISTAIR

(Escocia – Edimburgo)

Brodick Castle.

Agosto de 1808...

Ahora era a él a quien le sobraban los suspiros, y el aire se le escaseaba de los pulmones hasta el punto de que en cualquier momento pudiese ocurrirle una falla respiratoria, dejándolo de esa manera a un paso de la sepultura, como si esa situación ya de por si ni lo tuviese a un paso de perder la cabeza.

Él tenía las cosas claras.

Sabia sus límites.

Comprendía, sin necesidad de que le repitieran, las consecuencias de sus actos, y de igual manera estaba cometiendo los mismos errores por los cuales en su interior criticaba al caballero promedio.

Y ahora se había convertido en uno del común denominador, mientras sentía como aquello ya lo habia vivido en tercera persona, y ahora era protagonista, siendo esperado de lo lejos por su familia al venir con la encomienda de su cuñada.

Sabía que el karma era algo que llegaba tarde que temprano, pero no se esperaba que la vida fuese tan hija de perra, porque lo que le estaba haciendo pasar era algo que ni en sus más locos sueños se esperaba.

«—¿Entonces se terminó? —escuchó su deje de tristeza y pese a sus ganas de abrazarle se retuvo, porque sabía que si eso ocurría no la soltaría jamás, y eso era algo que no pensaba asumir en un futuro cercano, por eso se limitó a tomar su mano y besar el dorso de esta con una sonrisa ladina en los labios.

—No puede finalizar algo que no ocurrió —casi se atraganta con sus palabras.

Era cruel, pero estaba diciendo la más cruda verdad, y no era la única que lo tenía que asimilar.

Apreció como sus preciosos ojos azules se llenaban de lágrimas sin derramar, que nunca salieron de su cautiverio, pues con labios temblorosos compuso una sonrisa irónica, mientras se deshacía de su contacto con altanería haciéndolo reír con amargura por lo bajo, queriéndole gritar un par de cosas, pero no podia.

No cuando tenía algo de peso que lo detenía, y estaba decidido a que todo quedase en un bonito recuerdo. Aunque solo fuese por el momento. Y ella deberá ser la más contenta por eso, pero parecía la más dolida cuando era el único problema en todo aquello.

Porque él no le tenía miedo a sus sentimientos, por lo menos hasta que ella se cruzó en ellos.

Y ahora no podia apartarla de su pecho y cerebro, pero debía porque no habia marcha atrás, ni posibilidades de cambiar de opinión, pues ninguna era una opción.

—Andando, matasanos de pacotilla, que me espera mi preciada amiga —no aceptó el brazo que le extendió, solo lo desechó echando a andar, dejándolo con una mirada de reproche de Leonor.

Estaba hecho.

A falta de una, dos.

Se habia ganado el premio mayor.

—No tan rápido, pequeña moribunda, que el muerto prematuro seré yo si un mal viento estropea su frágil existencia —y asi fue como volvieron a ser el Alistair y Antonieta que empezaron la travesía.

Asi les ardiera el pecho por la decisión tomada que no tenía vuelta atrás»

...

No quería llegar, por eso habia retrasado hasta lo impensable el viaje por carretera, pero las posadas se acabaron, los caballos estaban descansados, la doncella lo seguía mirando con desagrado cambiando su percepción de el con el pasar de los días, que apareciera un grupo de asaltantes tampoco estaba considerado, porque estos se les había dado por no transitar por esos lares específicamente cuando él debía ser el damnificado, y ya era inevitable no adentrarse a las tierras que lo vieron crecer.

A la inmensidad verdosa que le sobrecogía el alma.

A los extensos campos que le avivaban el pecho enseñándole que aún había esperanzas, de que todo se lograba, porque en su familia los imposibles se hacían realidad. Sin embargo, el entendía que era la excepción a la regla, ya que por más presto que estuviese a la idea del amor, este no era para él.

Definitivamente no.

Criticó por mucho tiempo a su hermano, y al parecer la cobardía era de familia, pero lo que no terminaba de encajarle era a quien se la heredaron.

Su padre era un hombre que no le temía a nada, y regia su vida en base a los sentimientos, y de su madre ni hablaba.

Si iba por ese camino las cosas se maximizaban.

Ni bien frenó el carruaje la realidad le golpeó en la cara con guante blanco.

No podia respirar, y tener a la rubia en frente no mejoraba ese hecho cuando esta negaba mordiéndose el labio a la par que se abría la puertezuela del carruaje, y una mano le fue extendida para que bajase sin contratiempos, seguida de la doncella y por último el, admirando como su hermano saludaba de forma fraternal a la rubia, preguntándole por el viaje y su salud, mientras Evolet era retenida a duras penas por su madre a su embarazo estar avanzado, sabiendo de antemano que con lo desastrosa que era seguramente saldría rodando.

—¡Antonieta! —de igual manera la castaña se haría notar —. Ven a mí, que me tienen cautiva como si fuese una vulgar delincuente —estaba más dramática de lo normal —. Y de paso me explicas, porque pareces la representación de un ángel, pero no uno tan muerto como me lo hizo ver tío Robert —y su sinceridad a un punto de no retorno.

—¡Evolet! —dijeron al unisón Archivald, su madre, y ...

¿Dónde estaban los demás?

—Mi padre tiende a exagerar —soltó la rubia acercándose a la desastrosa americana, que ni bien la tuvo a un par de pasos fue liberada, envolviendo a su amiga en un abrazo interminable que seguramente le estaba cortando la respiración, pero no le importaba porque carcajeaba al escucharle cualquier barbaridad que saliese por su boca, porque la tenía más floja de lo que recordaba —. Ya sabes que es un pan de Dios y a veces mi madre lo contagia con su paranoia, porque ella no recuerda que ya dejé de ser una niña.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.