Hola mis amores!!!
Espero estén teniendo un fin de semana lleno de mucho descanso.
Aquí traigo un nuevo cap de esta historia.
Prometo ser mas constante, pero como esta historia primero entra a la venta aún sigo en proceso de edición, que ha estado un poco lento porque he tenido unos días difíciles, pero pronto traeré noticias.
Sin más que añadir, espero sus reacciones y comentarios.
Les ama.
Jen <3 <3<3<3<3
----
ANTONIETA
No debería tomarse tantas atribuciones.
Eso lo tenía más que claro.
No era una mujer impulsiva, ni dada a formar algún tipo de discusión por su causa, y por eso mismo se habia alejado de las disputas que tenía la familia por la salud del patriarca, la cual debería ser la más importante en vez de estarse cuestionando las actitudes de este.
Entendiendo perfectamente la postura del hombre, aunque no fuese ni remotamente parecido el mismo predicamento, puesto que, lo de él podia verse como un simple resfriado, no obstante, podia traer un trasfondo.
No solo las simples dolencias físicas, cuando lo que se experimentaba no era meramente un malestar externo, sino en llegado caso, dependiendo de la personalidad, también podia atribuírsele a un tema espiritual.
Por eso, se retiró lo suficiente hasta casi llegar a las grandes puertas de madera caoba, las cuales tenían grabadas seguramente el escudo del título y la casa que cobijaba el ducado, notándola entreabierta, apreciando por una rendija como la casa de lo lejos se escuchaba en un completo caos, aunque a simple vista estuviese desolada.
Sin embargo, el aura se sentía pesada, cargada de algo que no supo cómo explicar, pero simplemente le hizo cometer una de las pocas imprudencias a lo largo de su existencia, porque ignorando los llamados casi susurrados de Leonor se adentró al castillo, con ella pisándole los talones.
Lo primero con lo que se encontró fue con el solitario recibidor, sin un mayordomo que la atendiese y le diese algún tipo de indicación.
—Niña Antonieta, no es buena idea invadir una propiedad privada.
—No lo estamos haciendo, Leo —se defendió, mientras daba unos pasos cortos hasta llegar al inicio de una larga escalinata de mármol —. Simplemente cruzamos la fina línea de la confianza, cuando los dueños de casa no tienen tiempo de atender a las visitas —hasta ella se rió de su patética explicación —. Tienes razón —suspiró mirando a la castaña de ojos marrones que negaba mordiéndose el labio —. Pero, ya sabes como soy.
—No se puede quedar de brazos cruzados —la conocía perfectamente —. Y de igual manera no es correcto —asintió dándole la razón.
—Solo permíteme intentarlo, y si no quiere mi ayuda te prometo dispensarme y regresar por donde hemos venido ante mi falta de respeto —eso la hizo abrir los ojos de manera desmesurada ante la rotundidad de sus palabras, pero asi de drástica era con todo en su vida.
No tenían por qué existir puntos medios, cuando ya de por si debía vivir con la existencia misma que la dejaba en un limbo sin saber cómo actuar al respecto.
El suspiro cansino de Leonor no pudo llegar a más, porque en ese momento pasaba una mujer de edad madura con una palangana de agua, y muchas toallas en el hombro intentando sortear los primeros escalones sin que el objeto se cayese de sus manos.
—Dispense —su gaélico no era tan fluido como el de su amiga, pero agradecía por lo menos defenderse de forma decente a esta enseñarle para poder aprender en el proceso.
La mujer frenó tras un pequeño brinco de sorpresa, enfocándolo con los ojos entrecerrados y la frente arrugada al no conocerle claramente de nada.
» Lamento la invasión, pero soy Antonieta Coleman, la amiga de Lady Evolet Stewart —aclaró antes de que creyese que era una ladrona.
Por un interminable segundo la analizó para después medio inclinarse con premura y darle un escueto saludo.
—Un gusto conocerle señorita, pero necesito bajarle a su excelencia la temperatura —el lugar a donde quería llegar.
—Le acompaño —espetó y aunque la señora quedó por un momento de una pieza, un alarido de la planta alta no le dio tiempo de analizar sus opciones y simplemente como pudo subió corriendo los escalones con ellas atrás.
Acelerando el paso para no perderle, hasta que se toparon con una puerta de roble macizo al completo abierta mientras una nueva discusión se llevaba en la estancia, aunque era unilateral, porque la otra parte no respondía, por lo menos no verbalmente.
—Y dices que yo soy la terca —era una voz melodiosa una octavas más alto de lo habitual en una conversación serena —. Después te quejas de que lo caprichosa lo he sacado de mi madre, cuando por un simple resfriado pones al castillo de cabeza —resoplaba furiosa y su pequeño cuerpo pese a la distancia que los separaba, porque seguía en la entrada, se veía claramente alterado pues la respiración lo movía de forma agresiva.
Aunque si lo viese por el lado objetivo, pequeño cuerpo resultaba un eufemismo cuando seguramente esa niña le sacaba por lo menos media cabeza.
—No quiero ser grosero con la niña de mis ojos, asi que por eso te pido que te retires y me dejes lidiar con mis dolencias en soledad —el tono constipado no le pasó por alto, ni mucho menos la poca paciencia en el timbre de voz ronco a la par de autoritario, pese a que estaba siendo amable y cariñoso con la niña.
Un zapateo de frustración a esa respuesta le siguió.
—Padre, estoy perdiendo la paciencia y…
—Y la mía ya está extinta, Aine Stewart Burke —soltó en el mismo tono que su hija, siendo más potente pese a que la voz estaba afectada por la tos que le sobrevino —. Soy tu padre, y por ende no te permito más groserías por tu parte, asi que vete de aquí antes de que me levante y te lleve a rastras a ese convento del que te has salvado de puro milagro —su doncella gimió no precisamente ante las palabras de las cuales entendía poco, si no por el tono autoritario que implementó y el cual empequeñeció a la pelirroja, a su doncella y casi, por poco, a ella.
#3288 en Otros
#471 en Novela histórica
#6977 en Novela romántica
suenos prohibidos, enemistad amistad amar en silencio, familia celos matrimonio sentimientos
Editado: 30.08.2025