KENDRICK & CATALINA
Lady Catalina Stewart se caracterizaba por ser una mujer carismática, de temperamento fuerte, y en extremo recelosa cuando se trataba de defender o en todo caso de entender las actitudes de los seres que amaba, siendo una combinación fatalista los celos que en esos momentos la estaban carcomiento por lo que creía haber presenciado, mientras miraba a su esposo, con los brazos en jarra esperando una explicación a su comportamiento, o las palabras expresadas que no eran para ella y evidentemente no habia estado invitada a escuchar, pero Kendrick Stewart ya lo sabía, y por eso mismo se encontraba preparado para revelarle lo que sus preciosos ojos verdes gritaban desde que llegó la rubia a sus tierras, y lo que su boca iba a expresar en los próximos segundos cansada de morderse la lengua.
—¿Qué asuntos íntimos tienes con esa muchachita que no puedo estar presente? La estabas tocando de una manera muy íntima, cuando debería ser una simple conocida que a duras penas tendría que ser notada por ti —suspiró con pesadez agobiado, mientras se sentaba en una de las sillas que estaba tras él, porque sabía que tenía razón, y que esas eran las consecuencias por respetar los deseos de la rubia, y exponerse a una discusión con su esposa —¿No me digas que he metido al enemigo en mi hogar, porque por primera vez pequé de inocente al pensar que nunca te echarías una amante y en mi propia casa? —estaba diciendo incoherencias bastante ofensivas al no razonar.
Al no detenerse por un momento a pensar.
A deducir, aparte de la opción más viable para sus celosas entendederas.
Se pasó una mano por el rostro de forma cansina, apreciando como se volvía histérica dando vueltas por la estancia.
» O me dices ya, que es lo que te traes con la amiga de Evolet o… —se estaba cansando de sus amenazas.
De sus dudas a lo largo de su matrimonio, porque no era la primera vez que ocurría una de esas escenas, mayormente sin motivos, siendo la excepción ese suceso con la rubia americana, pese a que lo estaba malinterpretando.
En especial los últimos días en los que solo eran reproches, lejos de existir una palabra amistosa, o siquiera un momento intimo medianamente cariñoso.
Exigencias, quejas y de nuevo otra cuota de exigencias.
—¿O que, Catalina? —preguntó en tono quedo oscuro, frenando el avance de la pelirroja —¿Con que otro capricho saldrás para que cumpla tus deseos? Porque la señorita Coleman no se va —ya se lo habia mencionado ni bien lo vio en capacidades de sostener una conversación cuando el resfriado fue en descenso, pero como la vez pasada se hallaba firme en su decisión.
—¿La estás poniendo por encima de mí? —soltó con tono indignado, mandándose la mano al pecho de manera dramática, sorprendida porque era la primera vez que no cumplía todos y cada uno de sus deseos, ya que para él siempre era lo primero y más importante en su vida, después de sus hijos —. La metiste en la casa de tus hijos, y nuera —puntualizó punzándolo con un dedo en su pecho —. De nuestro nieto. En MI casa —espetó lo ultimó apoyando las manos en los brazos de la silla donde estaba sentado, agachándose para que sus ojos quedasen enfrentados.
Para que viera su dolor y se sintiese culpable, pero para esos momentos ella no era la única molesta.
Desde hacía demasiado habia dejado de serlo, aunque siguiera dejándola ganar, pero no cedería.
Tenía sobre acumulación de actos que lo estaban llevando a un camino, que, quizás no tuviese salida.
» ¿Qué te corre por las venas? ¿Qué te dio esa muchacha para que la racionalidad que portas en el cuerpo esté de paseo? —y seguía haciéndose ideas sin siquiera preguntar de manera correcta los motivos.
Solo atacaba, heria con sus comentarios, y después se excusaba como si esa simple acción vacía solucionara los agravios, cuando estos jamás serian borrados.
No todas las veces se podia pasar por alto su comportamiento solo porque era impulsiva, y actuaba antes de hablar.
Eso no era una cualidad.
Él la amaba como era, la aceptaba sin reservas, porque se prendó de esa alocada testaruda, pero eso no le daba las armas suficientes para justificar sus acciones, cuando existían seres intachables que pagaban sus ataques de niña caprichosa con ganas de ser el centro de atención del hombre que amaba.
Sin embargo, los años debieron de hacerla madurar, no regresar al momento en que se repelían y no se aceptaban como posibles esposos.
Quizás por eso accedió a callar, a no aclarar, a dejar que las cosas escalaran hasta un punto de no retorno.
De alguna manera probarla, aunque no fuese el todo poderoso, tantear el terreno y sus posibles consecuencias.
Sentía que debía hacerlo.
—Mis hijos y tú son lo más importante que tengo en mi vida —declaró de igual manera como si tuviese que aclararlo intentando mediar, y que las cosas no se salieran de control, porque estaba a punto de perder la paciencia.
Las dudas no deberían de existir.
Es que ni siquiera tendrían que estar teniendo esa conversación.
—Entonces sácala de aquí, ponle una casa como se le haría a una amante del común, y dame mi lugar, o seré yo la que haga el trabajo sucio y te aseg… —palabras incorrectas en un momento que era decisivo, probando lo que de alguna manera ya sabía y se negaba a aceptar, viéndose perfectamente que la lengua le estaba andando por libre lejos de su racionalidad.
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Editado: 12.11.2025