Sueños amargos

Capitulo 1.

—Buenas noches —dije, dándole un toque firme al hombro al guardia que apenas me prestaba atención—. Aquí está el cuartel militar.
El hombre de uniforme se giró, con una expresión de profundo hastío.
—Buenas noches, sí, claro que está aquí. ¿Busca a alguien, señorita? —preguntó, claramente confundido.
—Oh, no. Vengo a enlistarme. Quiero ser enfermera militar —respondí con una sonrisa que no llegó a mis ojos.
La risa del hombre fue corta y brutal, rompiendo el silencio de la noche.
—¿Tú? ¿En serio? Mírate. ¿Cuánto mides, uno cincuenta, uno sesenta? Y has de pesar unos cuarenta y cinco kilos. No, nena, el salón de belleza está por el otro lado.
El ardor en mi pecho me dio la fuerza para enderezarme.
—Primero que nada, respete un poco. Pesaré lo que dice, pero le recuerdo que no necesito ser fuerte. La inteligencia le gana a la fuerza. Y muchos de ustedes —lo señalé con el dedo, sin temblar— ocupan a esta "niña" para seguir vivos. Así que un poco de respeto.
El guardia se quedó viéndome de pies a cabeza, mudo. Lo ignoré.
Llegué a la ventanilla. Una amable mujer uniformada me atendió.
—Buenos días. Dígame, ¿en qué le puedo ayudar?
—Buenos días. Vengo a ver si aún puedo entrar al área de Enfermería Militar. Tengo mi licenciatura y estoy en proceso de una maestría. Traigo mis documentos en regla.
—Bien, señorita. Veo que trae todo —revisó los papeles rápidamente—. Solo necesito ir a consultar con mi superior. ¿Me puede esperar un momento, por favor? Gracias.
Esperé veinte minutos. Cuando la señorita regresó, traía una sonrisa radiante; era el inicio de todo lo que me esperaba.
—Señorita Mariam, me han confirmado la noticia. Aún aceptan personal. Si le interesa, empezaría mañana mismo a las siete de la mañana, con prácticas y charlas del sargento.
Mis ojos se abrieron desmesuradamente. No podía creer lo que oía.
—¡Perfecto! Nos vemos aquí a las siete. ¿Necesito algo más?
—No, señorita. Con lo que nos proporcionó, tenemos lo justo y necesario. Felicidades. Empezaría mañana.
Mi rostro era una felicidad rotunda. Tenía que llegar corriendo a avisar a mi madre.
—¡Madre, madre! ¡No me lo vas a creer! ¡Me han aceptado! Empiezo mañana a las siete. Estoy tan emocionada... no te miento, pensé que no me aceptarían. A mis veinticinco, aún dicen que parezco de diecinueve por mi estatura y complexión física, ¡pero estoy dentro, mamá! Estoy dentro. Voy a cumplir el sueño de mi padre.
Mi madre me dio un abrazo fuerte y cálido. Sentí mi alma derretirse con ella.
—Estoy tan orgullosa de ti, hija. No sabes lo feliz que estaría tu padre por escuchar esta noticia. Además, creo que serás la mejor enfermera. ¿Y sabes por qué? Porque por fin podrás tener tu propio uniforme. Y quizás... tu próximo dragón.
—¡Por eso soy tan feliz, madre! —Me separé, desbordada—. Sabíamos que estar en algo que tenga que ver con salvar vidas es difícil, y se me hizo difícil creer que me aceptaran tan rápido, a pesar de las pruebas que me esperan. Pero antes de que muriera mi padre, le prometí que me vengaría de quien le hizo ese daño. De quien lo mató.
—¡Hija! ¡Hija! —Mi madre me tomó la cara entre sus manos, su dulzura se había esfumado—. Escúchame bien, y te lo diré solamente una vez. Mírame a los ojos. Ese monstruo que le hizo eso a tu padre sigue suelto. No lo han podido matar en siglos. Es tan poderoso que tiene a su merced a muchas personas, a muchos dragones y a muchas brujas y vampiros. Tú solo vas como enfermera, no vas a la guerra. Te cuidé todo este tiempo para que no te pasara absolutamente nada, y no me quiero enterar que te fuiste a la guerra a intentar enfrentar a ese maldito monstruo que mató a tu padre. No quiero que seas la siguiente. Él odia a la familia Álvarez. Da gracias que sigues con vida y que te pude proteger todo este tiempo sin la ayuda de tu padre.
—Lo siento, mamá, tienes razón. Sé que fue difícil proteger la casa y protegerme a mí. Pero sabes que tengo el don y el poder de curar a los dragones, de curar a las personas, de ser mejor. ¡Hasta creo poder domesticar más criaturas! Por favor, madre. Si me dan la oportunidad de ir a la guerra, dame aunque sea la confianza de poder ir...
—¡Mariam! —Me miró con un enojo helado—. ¿Qué parte de "no" no entiendes? Escúchame, jovencita, y te lo voy a repetir una sola vez: si me llego a enterar que te fuiste a la guerra, o que simplemente agarraste un maldito dragón para escapar de la ciudad, te juro que te encierro una eternidad en el sótano y no te voy a dejar salir. ¿Me escuchaste? Ese monstruo está afuera. Ni siquiera sabemos qué es, ni cómo derrotarlo. Tendrás todo el poder que quieras para curar, ¡pero jamás vamos a lograr matarlo! Ni siquiera debería permitirte ir de enfermera militar, pero le prometí a tu padre que si tú querías hacerlo, te iba a dejar. Así que basta de pensar así. Basta, por favor. Retírate de mi vista.




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