Cuando te miras al espejo después de una vida y observas lo que con tanto recelo y ahínco se ha formado en tu rostro, vale la pena entonces decir que el tiempo ha sido benévolo y hasta grato en tu andar. Más cuando las sombras oscuras forman surcos sin indulgencias y con pesadez, entonces puede decirse que un gran peso se ha formado en el alma y corazón.
Esta es la historia de un sueño, uno que terminó incrustándose en la vida con tanta vehemencia que difícil fue sacarle de ahí: ya que cuando las cosas cambian y el universo juega contra ti, todo se modifica para no saber dónde se detendrá, sobre todo junto a los demás sueños que se cumplen sin intromisión.
Esto lo aprendió Julianna Wells cuando una mañana después de sentirse perdida se miró al espejo como quien busca una luz al final de un oscuro camino. Siempre había sido algo diferente a lo que la estandarizada forma de sus colegas rayaba. Intrépida e inquieta, con toque juguetón en las facciones y una voz convincente que en más de una ocasión le había ayudado.
Rubia de ojos castaños que rayaban muchas veces en lo dorado debido a su eterna sonrisa tatuada y animo en su andar, una joven de ímpetu más que evidenciado que trataba siempre de sonreír a una vida no demasiado feliz para ella. Aun cuando las adversidades se presentaban no quedaba más que vencerlas y forjarse un duro pero sabio camino por donde pasar.
Podría ser entonces que una historia no muy interesante se forme, pero solo aquellos que le conocen a la perfección puedan desmentir tal falacia, pues en el largo camino que es la vida muchas historias hay que contar, pero ninguna como la que la joven rubia tiene que dar.
Antes de que la mañana a través del espejo se diera y ella se mirara como una demacrada sombra de soledad, existió un relato que no inicia con las clásicas palabras "había una vez", pero comienza más o menos así:
Hacía casi un año que no lo veía. En realidad, la universidad se lo había impedido y no era que buscara excusas, era la verdad.
Con un poco de desconfianza caminó unos pasos hasta que la puerta de cristal accionó el sistema automático y le permitió la entrada libre al lugar, siempre le había parecido maravillosa aquella tecnología, más no era momento de ponerse a discutir con su mente lo fabulosa o decadente de la vida.
Había recibido una... invitación, o al menos así podía llamarle al recado que su compañero de piso le había dejado escrito en un "post-it" pegado en el refrigerador. Indudablemente no había estudiado para descifrar jeroglíficos, pero dada la continua prisa de su compañero no podía culparlo por al menos tomar su recado.
Divagaba más en sus pensamientos, su analista diría que se traban de "Resistencia a enfrentar la realidad" y no le quedo más que aceptar que se estaba resistiendo a lo que inminentemente y a escasos minutos se presentaría.
Sus pasos despreocupados de siempre se vieron resumidos en torpes pisadas que complementando con las manos en los bolsillos de los pantalones y la palidez de su rostro... en realidad no estaba dando una excelente imagen en aquel lugar.
— ¿Puedo ayudarle? — le indicó una mujer de aspecto respetable la cual había seguido sus movimientos desde que entro al edificio.
— Yo... no... si...mmm.
La elocuencia jamás había sido su fuerte, pero al menos intentaba no tartamudear, cosa que se presentaba solo cuando la ansiedad hacia presa fácil a su sistema.
— ¿Perdón? — inquirió la mujer, que tras su uniforme azul y la mirada despectiva no quedaba demasiado a admirar.
— Yo... Sí— afirmó al final, cuando la patada mental que se dio en el trasero la impulso a hablar con claridad.
— ¿En qué?
La creciente antipatía que se alzaba hacia la recepcionista estaba comenzando a afectarle un poco, bien podía ser alegre y aparentar despreocupada pose de artista de cine, pero también podía ser tan impulsiva como una atleta de juegos extremos. La adrenalina acumulada en su cuerpo no era muy buena, mucho menos cuando dependía del mal humor.
— Han solicitado mi presencia.
— ¿Quién?
Gruñó por lo bajo, aparentemente la mujer estaba disfrutando sádicamente de su ansiedad y olvidando los años en terapia simplemente explotó.
— ¿Está usted aquí para preguntar o para dar indicaciones?, de ser así creo que me equivoqué de mostrador.
— Está en lo cierto— asintió aquella mujer tras volver su mirada al computador—. Estoy aquí para dar indicaciones, pero también para cuestionar a personas que no son... de mi total confianza.
Indicó tras una fugaz mirada despectiva a la muchacha quien sin más depositó ambas manos en el mostrador y adoptó una posición más impaciente y ruda.
— Entonces diga a quién puedo acudir para quejarme de usted.
— Oh, que calamidad— se quejó la mujer con sonrisa burlona—. A nadie.
— El gerente— exigió sin poder controlarse más.
— Lo siento, no vino.
— El subgerente entonces— bufó, importándole muy poco que las miradas comenzaran a observarla.