Sueños

Capítulo 2. El arte del engaño

 

Su mente siempre ocupada funcionaba bien, cuando algún pendiente se atoraba en su vida procuraba pensar en él y si este resultaba sencillo la preocupación no le agobiaba, pero si por el contrario aturdía su mente, durante su itinerario se transformaba en un manojo de nervios que no se calmaba con nada y estaba alerta de cualquier cosa. Por mucho que habría querido quitar de su mente el compromiso del sábado simplemente no pudo, aunque estuviera trabajando esa semana más que nunca, cualquier acercamiento con el calendario para ella era un momento de retener el aire y expulsarlo al comprobar que aún le quedaba tiempo, sin embargo, un día da paso al siguiente y así sucesivamente hasta que las hojas estampadas con números y días de la semana se acercan al día marcado con rojo y entonces, ella no pudo huir de lo inevitable.

Si, quería cancelar, sería lo más aceptable, tal vez, pero no podía hacerle eso a su hermana, no a ella que había esperado mucho para volver a verla. Así que a primera hora y siendo inútil esperar más, tomó el autobús que la dejara lo más cerca del hogar de su hermana, el incesante tamborileo de sus largos dedos sobre sus piernas o el movimiento de estas, solo podía indicar su nerviosismo, en realidad no había por qué ocultarlo, no es como si estuviera dirigiéndose a su último destino, más tenia demasiadas cosas por las cuales creerlo de esa manera y aunque trataba de que su faz se relajara, nada durante el trayecto consiguió que lo hiciera.

Una hora más tarde se encontraba caminando por una zona ubicada al sur de la cuidad, donde se ubicaban las construcciones caras. La zona alta ¿En dónde más viviría su hermana teniendo por marido a uno de los hombres más ricos del mundo?

Suspiro, deteniéndose un momento a contemplar la arboleda que cubría la reja de una de las mansiones, se sentía como una olla a presión cuyo horripilante regulador se encontraba justo en su pecho impidiendo la entrada y salida de oxígeno, sudaba demasiado y la intención de regresar sobre sus pasos cada vez se hacía más atractiva, más dadas las circunstancias y las palabras de Killian, no podía huir; al menos no otra vez.

— Es verdad, es lo mínimo que le debo por desaparecer así, además... solo seremos ella y yo.

Trató de infundirse ánimo, aunque sabía que era en vano, jamás se había distinguido por su cobardía o miedo, dio un par de pasos antes de detenerse nuevamente y buscar un sitio en donde sentarse, estaba segura que de continuar así, tardaría toda la mañana y parte de la tarde en llegar. La banca debajo de un árbol en la acera le sirvió a la perfección, solo que, en lugar de sentarse cayo de sentón, lo único en su mente era relajarse un poco y terminar de sentirse como una estúpida cobarde y sin decisiones, entre más lo pensaba, más se adentraba en sus recuerdos, factor que la lastimaba en sobre medida e inevitablemente.

— ¿Qué voy a hacer?— preguntó a la nada restregando sus manos sobre su rostro.

La desesperación que sentía era tal que por un momento creyó que desfallecería o peor, que saldría corriendo cual niña indefensa y asustada, pero pese a la ridícula imagen formada en su cabeza, así se sentía: una criatura indefensa a cuestas de no saber qué hacer, con un inmenso nudo en la garganta y el corazón resquebrajándose por la amargura de los días vividos y jamás olvidados, siempre había sido su deseo olvidar todo y comenzar de nuevo, a pesar de todo ese dolor... sin embargo la realidad le enseño que no podía ser así, tendría que vivir con su pasado y mientras no lo superara seria su cruz y su martirio.

El asfixiante calor que comenzó a sentir le hizo abrir su chaqueta y ventilar un poco su pecho, sabía que le estaba dando un espectáculo espantoso a los peatones y transeúntes, aun así, ya no estaba en su poder guardar la compostura, en esos momentos se estaba rindiendo completamente a lo que experimentaba y estaba segura de que ni la voz amable de su hermana la sacaría de eso que sentía. Necesitaba con urgencia nicotina, por lo que buscando desesperadamente en su chaqueta dio con lo que a su parecer tal vez la tranquilizaría, en el acto desenvolvió goma de mascar y la introdujo en su boca, comenzando a sentir un efecto placebo de alivio.

— No sé cómo esto sirve, pero en verdad, bendito aquel que creo estas malditas cosas— sonrió, recargándose en el árbol de al lado.

Era el tratamiento que los fumadores utilizaban para dejar el hábito, consistía en mascar aquellas gomas que poco a poco, según la prescripción la alejarían del tan llamativo vicio.

July se estaba acercando a la segunda etapa de tres y conforme masticaba se relajaba, tal vez dentro de poco ya no necesitaría esa pequeña carga de nicotina en su sistema, era difícil salir de eso y muchas cosas más, pero su determinación era grande y admirable.

Ya más relajada y pensando coherentemente, suspiro muy alto para finalmente incorporarse y continuar con su camino, sus pasos eran temblorosos, al igual que aquel día al entrar al edificio de Killian, aunque más convencidos de que hacia lo correcto. La mandíbula se abría y cerraba al ritmo que la chica le imprimía y de repente, la idea de mascar más rápido se hizo tentadora, y así lo haría a menos que le dolieran los dientes, necesitaba una distracción y una manera de darse valor donde no había más que terror. La acera la guio por una pequeña pendiente que cruzo sin problemas, cuya cuesta desembocaba justamente en aquella casa que tenía por destino.

Al acercarse a la mansión, la miró por unos segundos, había estado en ese lugar solamente tres veces, no le gustaban las cosas ostentosas, mucho menos una atmosfera donde la hipocresía y la elite sobrepasaban la suya, desafortunadamente si su sueño se cumplía alguna vez, probablemente se vería rodeada de personas como las que vivían en aquella zona, donde las sonrisas fingidas y el trato semi amable era lo que estaba a la orden del día. Abriendo y cerrando los dedos finalmente se atrevió a tocar el timbre y con igual impaciencia aguardó, mientras lo hacía inconscientemente recordó.




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