Le gustaban las buenas bebidas, nada mejor al paladar que una excelente cosecha de viñedos californianos o ingleses; su padre le había enseñado, entre otras cosas a catar el buen sabor de un Oporto o un buen vino tinto que acompañase a la perfección algún platillo digno de reyes. Más nunca, la sola idea de embriagarse le había parecido apetecible, después de todo un hombre de mundo como él con una imagen pública intachable no podía darse el lujo de caer tan bajo. Tal vez lo habría logrado en la intimidad de su despacho privado o su oficina, nadie entraba ahí sin que él lo permitiese, pero por razones en las cuales no deseaba pensar y era mejor no hacerlo, no lo necesitaba, tenía perfectamente otras formas de distraerse; sin embargo, la idea de probar era algo que nadie le podía arrebatar.
Sentado en aquel sofá con el crepúsculo vislumbrándose a lo lejos, podía pensar en relajarse unos momentos mientras los empleados se preparaban para ir a casa. "K Corporation" era el legado de su padre y en su tiempo habría sido todo lo indispensable para él, pero en esos momentos ya no sabía lo que representaba; una vida llena de estudio y preocupación por seguir los dictámenes de su padre, no había conocido nunca el afecto paterno y jamás lo había necesitado o al menos eso pensaba hasta que su hijo estuvo en sus brazos.
El cómo un pequeño pedazo de vida le había hecho cambiar de opinión era un misterio, logrando aceptar que había necesitado una caricia en el rostro de unas manos suaves que no trataran de golpearlo cada vez que erraba una ecuación. Cierto, había sido dotado de una mente brillante y superior, no obstante, en lugar de estudiar por gusto lo hizo por obligación de su progenitor.
En ocasiones le odiaba por su severidad e impaciencia, pero en momentos catastróficos que dependían de su ingenio y habilidades adquiridas, era cuando apreciaba haber recibido tan dura y firme educación. Él no había sabido lo que era jugar a la pelota o patinar para caerse y volverse a levantar entre risas y quejidos, su infancia y parte de su adolescencia la había pasado tras los gruesos muros de la mansión y en ocasiones la corporación que hoy en día dirigía; aprender la mejor manera de hacer exportaciones o manipular mercados internaciones acarreaba enormes responsabilidades, así como también horas de estudio sin descanso, eso era lo que conllevaba ser un genio o al menos esos eran los ideales de su padre.
Sorbió un poco de su bebida, pero no por ello dejo de mirar las luces que comenzaba a opacar el rojizo horizonte, todas las tardes se daba ese lujo; para el mundo era un robot, uno imparable que solo por cansancio extremo reposaba para regresar a sus labores tras unas cuantas horas de descanso.
Era el diablo en los negocios, era imponente, era Alex Killian, su empresa era una de las mejores pues no solo se dedicaba a exportar e inventar nuevos productos, sino también, contaba con un sofisticado laboratorio donde los mejores médicos y científicos trabajaban para curar nuevas y mortales enfermedades. Inventos, a eso se dedicaba, a inventar cualquier cosa que el mundo deseara o necesitara para una vida más fácil, su mente creadora lo mantenía siempre al día con las necesidades y por su parte era simple elaborar un complejo circuito, chip o robot para posteriormente patentarlo y producirlo en masa. Para él, un estoico y duro sujeto que jamás sonreía a los demás, era toda la distracción que necesitaba.
Su vida social estaba hecha a base de falsedades e hipocresías, la adulación de las personas dependía exclusivamente de quedar bien con él para en un futuro posiblemente pedirle unos cuantos favores que por supuesto no haría. Desde su perspectiva era un circulo interminable y necesario para aparentar "normalidad".
No pudo evitar soltar una sonrisa irónica, él no era normal y eso cualquiera podía decirlo, ya sea a sus espaldas o en cualquier publicación electrónica o impresa. Tomó otro sorbo hasta que su boca se volvió amarga y decidió que por ese día ya era suficiente de tanta melancolía; así pues, se incorporó y en su lugar bebió agua, sostuvo su portafolio y guardó cosas indispensables para otra noche de insomnio y trabajo.
Su ascensor privado le proporcionaba la soledad que necesitaba, incluyendo la evasión de cualquier persona que quisiera toparse con él y hablar sin sentido. Él no era parlanchín ni bromista, y mucho menos un adulador, era más bien realista y todo lo decía como era en verdad, por tal sinceridad se había ganado enemistades y desacuerdos, pero teniendo un imperio que en el mercado era el número uno y con evidentes millones en las bolsas de valores de todo el mundo, ese pequeño factor no importaba.
— Buenas noches, señor.
— A casa.
Fue la orden que su fiel chofer recibió tras cerrar la puerta trasera de la limusina y colocarse en su lugar. En ese lugar pudo desajustar su corbata y reclinarse en el asiento con fatiga, las noches en vela y las preocupaciones que su mente guardaba le impedían conciliar el sueño, aun así, todo lo que quería era descansar un poco su cuerpo. El vehículo paró bajo la luz roja de un semáforo y él contemplo desde su posición las luces y peatones que se arremolinaban por caminar antes que el alto se efectuara para ellos; vivía en una ciudad sumamente atareada, donde era extraño no encontrarse con gente absorta en sus teléfonos, yendo a toda prisa mientras sostenía sus portafolios o un vaso de café, Nueva York era la cuidad que nunca dormía y era fácil darse cuenta del por qué. La limusina arrancó segundos después y un sonido parecido a un suspiro salió de sus labios cuando la luz de un par de enormes letreros atravesó el cristal polarizado por el cual aún miraba.
— Una obra, hace mucho que no voy al teatro— murmuró para sí mismo y en realidad así era.
Su padre, un loco por las normas, sádico exjefe militar y millonario ostentoso que se daba lujos desmedidos también era partidario de las buenas costumbres y la cultura, donde como tales se encontraba la ópera, la danza o cualquier otra cosa que no eran de su agrado, pero a decir verdad amaba mirar la vida de otro sobre las tablas y dejarse llevar por una historia más que releída en su cabeza para olvidarse por unas horas de la suya; era gratificante sin duda.