July miraba por el gran ventanal del comedor como si el misterio del universo se encontrara justo ahí, hacia media hora que su desayuno estaba en la mesa y ella ni siquiera lo había tomado en cuenta, era algo que no podía quitarse de la cabeza.
— ¿Le ocurre algo, señorita?
La muchacha negó, no era bueno su comportamiento, después de todo ella estaba ahí solo como visita y por mucha curiosidad que tuviera no tenía derecho de indagar sobre la vida de las personas que vivían ahí.
— No ha tocado su desayuno, ¿acaso no es de su agrado?
El leal mayordomo se esforzaba por agradar a la rubia y ella lo notó por la mirada del hombre sobre el plato.
— No es que tenga algo de malo, es solo que... no tengo hambre.
— Igual debería comer, cualquier preocupación que tenga no podrá arreglarla con estómago vacío.
Indudablemente todo el personal de aquella mansión estaba capacitado para observar si algo ocurría, el ex dueño de aquella enorme casa sabía lo que hacía al momento de contratar al personal y no pudo evitar sonreír un poco ante el involuntario halago que le lanzaba al antiguo amo.
— No puedo engañar a nadie por más que lo niegue todo.
— ¿Entonces qué sucede?
July también sabía que toda la discreción del mundo podía ser depositada en cada una de las personas que laboraban en la mansión y se sintió segura de preguntar lo que desde la noche anterior la carcomía.
— Yo... anoche no pude evitar mirar una situación bastante peculiar que llamó mi atención.
Mirando de lado a lado el mayordomo y le indicó a la joven que continuara hablando cuando se sintió seguro de que no los observaban.
— Y bueno... me topé con un auto muy lujoso, ¿tu sabes quién es su dueña?— el hombre asintió echando un último vistazo a su alrededor.
— Se trata de la señorita Annya Andersen.
— Ah— exclamó, como si eso resolviera sus dudas, por lo que el mayordomo continuó.
— Es la asesora de imagen del señor Killian, trabaja para él desde hace tiempo.
— Oh, ya veo— las cosas iban aclarándose en la imaginativa mente de July, quien respiro con alivio—. ¿Y sabes para que vino?
El mayordomo parpadeó, todo en aquella casa se sabía a su tiempo, pero eso no quería decir que el fuera la persona más adecuada para revelarle cosas "importantes" a la visitante.
— Yo... pienso que para solucionar algún problema.
— ¿Referente a su imagen?
— Seguramente señorita.
July meditó las cosas, había escuchado de Gabriel que los asesores de imagen se distinguían por casi salvarles la vida a sus clientes, quienes recurrían a ellos con la finalidad de mejorar su reputación e imagen ante la sociedad y los medios de comunicación. Era raro porque Alex no debía tener esos problemas, el solo podía con un batallón de prensa y el mundo entero, aun así, enterarse de que en ciertas ocasiones dependía de un profesional era algo muy grande.
— Comprendo, ¿entonces no tiene alguna idea en específico?
— N... no... discúlpeme señorita, pero tengo cosas que hacer, ¿se le ofrece algo más?
July negó y el mayordomo se inclinó retirándose del lugar antes de ser bombardeado por preguntas que no debía responder.
— Esto es cada vez más extraño— se dijo a sí misma la de ojos melados, sabiendo que descubriría la verdad tarde o temprano, no por nada algunas veces la llamaban: entrometida.
Así pues, inconforme con lo que sabía se dedicó a indagar con los empleados sin conseguir resultado alguno.
* * *
Alex Killian se debatía entre realizar o no lo que había discutido hasta tarde con su asesora de imagen. La profesional voló en un jet privado a Nueva York exclusivamente para auxiliarlo, debía reconocer que hasta ahora ninguno de sus empleados había sido tan eficiente, sin embargo, después de discutir varias horas los pros y los contras de cada una de las ideas de la joven, las cuales eran extenuantes y prácticamente riesgosas, al final llegaron a una opción que debía llevarse a cabo rápidamente sino quería que los medios lo atacaran y esta vez con mucha más fuerza.
— Estas cosas solo me pasan a mí— gruñó golpeando otra vez su escritorio.
Decidió partir a su corporación desde muy temprano, no valía la pena continuar tenso y en un territorio imposible, desde que July se había mudado a su hogar ya nada era común, comenzando por su esposa, en lo que llevaban de casados jamás la notó tan ansiosa de su presencia... o tal vez sí, solo que hasta ese momento no se había percatado de ello, no obstante, las largas excusas que le daba a la pelirroja tras partir a su empresa hacían enojar a la rubia que cada mañana parecía rondar las habitaciones procurando que todo estuviera perfecto. Eso lo estaba sumiendo en un terrible estrés y sentirse así no le gustaba, aunque entre todo había cosas positivas, como era la sonrisa constante de Serena, al parecer July la hacía feliz conviviendo con su hijo, el pequeño Matthew parecía haber conectado especialmente con su tía, pues los miraba mucho más unidos y aunque sabía que la chica no era experta en el área infantil se divertía viéndola de lejos haciendo caras y gestos al bebé que siempre reía para ella.
— Sin duda sabes ganarte a quien sea— pronuncio suavemente, sabiendo de sobra que lo que decía era verdad.
Su hijo era la parte más importante y estable de su vida hasta el momento, mirarlo sano y ajeno a la enfermedad de su madre lo hacía sentirse reconfortado, no había descanso en los laboratorios que continuaban buscando curas o una explicación a aquella enfermedad, no pararía hasta obtener respuestas, pues había riesgo de que Matthew contrajera dicha enfermedad y ese era su más grande temor... él no permitiría que su primogénito se viera sumido en la desgracia, lo protegería aunque en el lapso tuviera que olvidarse de la única persona que no dejaba de permanecer en su corazón.