Cuando Grace abrió los ojos se sintió desubicada y al intentar incorporarse se dio cuenta que le dolía deliciosamente todo el cuerpo; suspiró al mirar que la lluvia de anoche ni siquiera fue notada por ella y al regresar en sí, recordó. Había hecho el amor con Dante o eso pensaba, ya que una unión tan intensa e increíble como esa no podía llamarla de otra forma.
Giró a su derecha y se percató que debajo de las sabanas, ahí, boca abajo se encontraba dormido el italiano, sus cabellos castaño oscuro contrastaban con la blanca almohada, lo que ambos necesitaban en ese momento era un peine o un baño, lo cual resultaba aún más tentador. Sus pensamientos le sacaron el primer rubor del día y no pudo evitar sonreír a sus propios pensamientos y depravados deseos.
Había sido su primera vez, descubriendo en el proceso un millón de cosas que había estado ignorando.
— ¿Ya despertaste? — la voz ronca del italiano la hizo sonreír.
— Sabes que suelo despertarme temprano.
— Sí, es verdad— bostezó cuando Grace se acercó a él y lo besó con ternura—. Buenos días entonces.
La frase del chico le dio esperanzas a la menor y ese fue el mejor despertar del mundo.
— Buenos días.
— No, mejor no, quiero dormir un poco más— se quejó acurrucándose junto a la pelinegra que solo rió divertida.
— No pensé que fueras tan perezoso, vamos, hay que ir a la universidad.
— Mgh, no, no vayamos.
— Tenemos que, tu más que yo.
— A veces odio ser tan importante...
Grace volvió a reír y para desperezar a su nuevo amante se introdujo bajo las sabanas y se le ocurrió hacer lo mismo que él le hizo anoche, lo cual lo despertó por completo.
— Oye, no hagas eso.
— ¿Por qué no?
— Porque no responderé a lo que pueda pasar.
— Entonces nos arriesgaremos— continuó la menor haciendo gemir al extranjero.
— Te lo advertí Grace— dijo Dante, introduciéndose también bajo las mantas de donde no salieron sino hasta media hora más tarde, totalmente despiertos y satisfechos para luego ducharse entre risas y besos robados.
Tenían una extraña felicidad y era un hermoso sueño que al menos uno de ellos estaba dispuesto a defender pese a todo. Dante había creado un monstruo, no sabía cómo siendo tan pequeña tuviera tanta energía, aunque en realidad no se arrepentía, fue la noche más increíble de su vida, sentir la entrega, la pasión, la dulzura y el cariño de Grace había sido mágico, más quería pensar que su relación era sexo y punto. No obstante, para ojivioleta no había sido simplemente sexo, sino algo más importante y que la había cambiado para siempre.
Pensamientos discrepantes, corazones igual de enamorados, todo sin que ambos se dieran cuenta todavía. Luego de comer algo, rápidamente salieron a la universidad en el auto de Dante.
Henry percibió el cambio de su nieta esa mañana, solo mirando la dinámica de esos dos, la noche anterior su reunión se prolongó y llamó varias veces a su adoración, pero no contesto el teléfono, él había vivido demasiado como para no saber lo que la chispa en aquellos ojos violáceos significaba y si hacia memoria, podía decir cien por ciento seguro que ese brillo era el mismo que la madre de Grace tuvo cuando conoció al que se volvió su futuro esposo... AMOR, era la peor palabra que se podía imaginar.
— No pienso perder a otro ser querido, ya no. Aseguró, prometiendo mostrarle a su nieta la clase de hombre que era ese tal Dante, estaba seguro de haberlo visto en algún lado, solo que aún no recordaba donde. –Nada bueno puede esperarse de tipos tan misteriosos como ese. Era tiempo de poner manos a la obra, todo por el bien de su pequeña.
* * *
Sus piernas estaban adormecidas y tenía una sensación de satisfacción que no se iba, se había despertado en la misma situación varias veces, sin embargo, no había ninguna como aquella, ¿qué lo hacía diferente?, sencillo: su amante.
Antes podía decir que despertar después de tener sexo era algo incierto, la incertidumbre de girarse y no encontrar a su amante la llenaba de penurias, y en caso de encontrarlo, el no saber si se quedaría era suficiente para oprimirle el pecho.
Esta vez era distinto, sentía que su compañero aún estaba ahí, despierto y esperando, con sutileza entonces, se giró, provocando que la manta que cubría su desnudez se deslizara con facilidad por su cuerpo hasta llegar a su cintura y tal como había supuesto, ahí estaba él, la persona con la que había compartido una especial, diferente e intensa noche apasionada, donde todo le había resultado fascinante.
— Hola— saludó en un hilillo de voz.
Pero el ojiazul no respondió, solo se quedó pensativo; el silencio se extendió por minutos, desesperando a la rubia.
— Alex... ¿por qué te comportas como si no me escucharas?... dime por qué...
— ¿Por qué lo hicimos?
No era lo que esperaba como respuesta, aunque al menos el castaño había hablado.