Había transcurrido medio mes desde aquella cena donde Alex le regresó las entradas de la ópera y Serena debía reconocer que jamás había sabido lo que era la desesperación de poder conseguir algo en el acto, todos los días Roger le decía que tuviese paciencia y supiera aguardar el momento adecuado, sin embargo, la pelirroja no la tenía, un día mientras su madre le recordaba que su modista llegaría pronto, su padrastro le dio una noticia que hizo saltar su corazón.
— Hoy es el día, querida— anunció tras sentarse en la mesa del jardín.
— ¡¿SI?!— fue el casi grito de la muchacha, relegando a su madre quien frunció el entrecejo.
— Así es, me costó mucho trabajo, pero por fin lo logre, hoy podrás dar el siguiente paso.
De poder bailar, lo habría hecho y todo lo que hizo fue abrazar a su padrastro emocionada, llenándolo de "gracias" que el hombre tomó como muestra de afecto. Diana por su lado ya sabía a qué se debía todo eso y no dijo nada, su hija se veía feliz.
— Debes lucir encantadora, el resto depende de ti— sugirió su padrastro.
— Por supuesto he practicado todos los días, no fallaré.
— Excelente, entonces alístate, partimos en una hora, todo debe ser perfecto.
Ni bien el empresario terminó de hablar, la joven se incorporó de su asiento y salió disparada a su habitación.
— No deberías ilusionarla tanto, recuerda que su salud no ha estado muy bien últimamente— recordó la pelirroja mayor cuando su hija desapareció.
— Déjala, no creo que por el momento recuerde sus malestares, lo que necesita es sentirse alegre y con lo que haremos tiene motivos de sobra.
La mujer meditaba mientras bebía su té.
— Hay algo en todo esto que no me gusta, Roger.
— ¿A qué te refieres?— inquirió el aludido— por donde lo mires nuestro plan es perfecto.
— Puede ser— murmuró sin apartar la vista de su marido— sin embargo, hay algo que no termina de gustarme, llámalo intuición femenina o como quieras... ¿estás seguro que investigaste bien a Alex Killian?
— Si querida, no hay ni un cabo suelto.
Diana desvió la mirada, ella no confiaba en los investigadores privados, sobre todo cuando se trataba de indagar en la vida de personas muy poderosas, alguien como Alex Killian seguramente sabia ocultar sus cosas y aun dudaba que alguien tan simple como un investigador supiera todo sobre el magnate.
— A veces se falla.
— Esta vez no.
— ¿Cariño, olvidas que te mande a investigar hace tiempo?, sí que ocultaste bien que estabas comprometido con otra mujer.
— Puede ser, aunque eso no te impidió entrar en acción, ¿o sí?
La pelirroja negó, él tenía razón eso no le había impedido cumplir sus objetivos, pero lo que menos deseaba es que su hija se llevara una decepción, hasta ahora no la había visto tan animada y sonriente, así que si tenía que actuar para mantener la felicidad de su hija lo haría.
— Me mantendré a raya del asunto, confió en que la ayudaras.
— Así lo haré querida— afirmó el hombre dando por terminada esa charla.
* * *
Noa salió de la piscina con ayuda de July, quien desde hace unas semanas lo asistía en su terapia, todos los días la rubia arribaba a la clínica muy temprano para continuar con la rehabilitación del azabache, después de una serie de ejercicios se retiraba a la universidad para regresar más tarde y retomar su trabajo, ayudando con otra ronda de terapia para Noé. Esa mañana la sesión se había extendido un poco siendo el mismo joven quien pidió a July que acabaran.
— Lo estás haciendo muy bien Noé, te felicito—sonrió la chica mientras se envolvía con la toalla—, Paula dice que has avanzado considerablemente.
— No soy yo— contestó el muchacho quien ya se había acostumbrado a los ejercicios—, lo que pasa es que tengo un buen apoyo— Volteó guiñándole un ojo a July que sonrió con nerviosismo.
— No digas eso— se quejó, abochornada—, eres tú quien hace todo el trabajo, yo solo estoy aquí para...
— Digas lo que digas el avance es gracias a ti y no te atrevas a decir lo contrario— expresó firmemente.
July agachó la cabeza, le daba gusto poder ayudar a su jefe y porque no decirlo amigo, pero no podía adjudicarse algo que le había costado tanto esfuerzo al paciente.
— Espero no haberte quitado mucho tiempo, nos entretuvimos bastante.
— No te preocupes, hoy no tenía la primera clase— indicó sonriendo despreocupada.
El muchacho solo asintió para después empujar la silla de ruedas hasta las duchas.
— ¿Quieres que te ayude? — ofreció inocente la rubia, provocando que los colores se subieran al rostro del azabache.
— N-no, gracias, yo puedo solo— musitó el menor, mirando a la chica que se encaminó hasta el cubículo del fondo.