Sueños

Capítulo 34. Te digo adiós

 

En uno de los salones más famosos de Nueva York personalidades envueltas en gala y glamour se presentaban por invitación de K Corporation para celebrar la nueva rama de la reconocidísima empresa, los periodistas se dividían entre hacer entrevistas y captar cada momento del magnífico evento, sin embargo, Alex Killian odiaba todo eso, y lo reiteró cuando los flashes y reporteros intrigados se acercaron a él tratando de sacar una buena nota para sus diarios o revistas, detestaba a los reporteros, sobre todo porque parecían carroñeros.

Tenía que respirar y controlarse, ciertamente el trato para adquirir los laboratorios y fusionarlos con la clínica de su hermano había sido bueno, trabajó arduamente para tenerlo todo listo e irse a París lo antes posible y tan solo a quince días de cerrar el trato, el proyecto estaba en la mesa para comenzar inmediatamente... tal vez si tenía algo de altruista, pero todo eso se lo debía July, ella le había enseñado la importancia de pensar en otros.

Ya en el recibidor, después de unas breves preguntas de los reporteros entró a la fiesta.

— Señor Killian, por favor, por aquí— le indicó un hombre de traje, el cual era el coordinador del evento.

Lo siguió para evitar que otros empresarios e invitados se le acercaran y aunque estaba habituado a mantener las apariencias nunca se acostumbraría del todo a ese ambiente de hipocresía, no obstante, eso no bastó, las personas se atiborraban a su alrededor felicitándolo por un proyecto que ni siquiera conocían bien, y no le quedo de otra que escuchar los cientos de halagos, respondiendo a las conversaciones con monosílabos y tomando un vaso de wiski para no enfadarse con nadie.

No muy lejos de ahí un par de ojos castaños miraban al recién llegado, estaba nerviosa, la hora de finalizar el plan había llegado, pero antes de eso, debía esperar la carta que le aseguraría el triunfo, por ello viró a los lados en busca de la pieza que le hacía falta para completarlo todo.

— ¿A quién buscas? — la pregunta exaltó a la pelirroja.

— A nadie, solo estoy viendo.

La mujer enarcó una ceja, sabía que a su hija no le agradaban ese tipo de eventos, pero apenas anunciarlo, su hija salto diciendo que deseaba asistir, eso le pareció extraño hasta miró a Alex Killian al otro lado del salón, ahí lo comprendió todo, Serena seguía prendada de ese hombre y reconocía que ese joven era el mejor partido para su hija, por ello se alegró de haber mandado a confeccionar ese lindo vestido rosa de seda que le sentaba perfectamente bien a la casi anatomía de mujer que su hija presentaba, estaba segura que en menos de un año ella se convertiría en una preciosa dama de sociedad y mientras tanto solo luciría lo mejor de lo mejor.

— ¿No vas a cercarte a él? — opinó la mujer.

— ¿Ahora? — indagó la joven con un poco de espanto.

— Sí claro, si dejas pasar más tiempo alguien podría ganártelo— aconsejó, para Serena precisamente esa frase le resultó muy irónica en su posición, así que negó.

— Ahora no, estoy esperando el momento cuando Roger me lleve hasta él.

— Por qué esperar si tu bien puedes...

— Madre, es propio de una dama, aguardar a que su escolta la guie en el momento indicado.

Diana sonrió orgullosa, su hija se había vuelto toda una dama y besó su frente como muestra de cariño, su hija tenía un futuro prometedor por delante. Cuando Roger recibió la señal de Serena, el empresario las llevó hasta el ojiazul, el cual les recibió sin inmutarse.

— Es un gusto volverlo a ver, señor Killian— saludo Diana Howland, obteniendo un seco asentimiento de cabeza.

— Lo mismo digo— sonrió la pelirroja menor, mirando atentamente la figura del amor de su vida.

Roger se excusó unos momentos junto con su esposa, quien encantada ya hacia planes sobre la boda y el hermoso vestido que muy pronto su hija estaría portando, dejando solos a los jóvenes.

Alex miraba el salón con indiferencia, dentro de poco haría el anuncio del nuevo proyecto, daría un discurso, le aplaudirían y podría salir de esa absurda fiesta a refugiarse en los brazos de July. Era todo lo que deseaba, ir con ella a Francia y proponerle "eso".

— Veo que tomó mi palabra de usar la corbata en una ocasión especial, ¿verdad?

El castaño se desconcertó, había olvidado que la pelirroja continuaba a su lado.

— Sí, gracias por el obsequio— dijo por cortesía, pero sin dejar a lado su frialdad.

— No, gracias a usted por aceptarla, me ha hecho muy feliz.

El ojiazul debía reconocer que la chica tenía una bella sonrisa, pero algo no terminaba por gustarle del todo.

— ¿Puedo pedirle un favor? — preguntó Serena tras unos momentos de mutismo.

El millonario accedió ¿Qué más podría pasar?

— ¿Podría ser su acompañante?... he observado que desea esquivar a las personas y si está conmigo así lo hará, no pido que conversemos, solo que me permita acompañarle hasta que se retire.

Qué curioso, nadie jamás le había pedido tal cosa, realmente la muchacha era muy lista.

— No soy una compañía ideal— advirtió, indicándole a la chica que no hablaría con ella de nada.




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