Los días pasaron tranquilamente; unos eran aburridos y otros un tanto tediosos. Sin embargo, no todos conocían el límite de sus capacidades con respecto a la convivencia. No obstante, era un alivio disponer de tanta tecnología, ya que eso hacía más fáciles las cosas.
La primera interacción con el aparato de alimentos fue todo un fracaso, después de todo nada era como en la tierra. Los que allí estaban presentes, algunos sabían cocinar, otros no, pero los que sí, extrañarían incluso la experiencia más simple como batir un huevo para hacer un pastel.
Las amistades empezaron a entablarse, y tal vez para Abel era la primera vez que reía tanto en mucho tiempo, debido a que de alguna manera se sintió aceptado, por lo que quizás no estaba del todo equivocada Seitán al respecto. En esa nave encontraron: historias de terror, películas, juegos de mesa, entre otras cosas; prácticamente había de todo. Los muchachos lograron entretenerse antes de que la tormenta los azotara, aunque por ahora, todo empezaría con un tradicional desayuno americano.
―Esto no está tan mal como yo creía ―evidentemente la diversión de estos últimos días hizo que Misa se sintiera más segura, por lo que tal vez la reina del grupo retomaría su lugar con calma, aunque quizás era poco probable que aquello sucediese. En cualquier caso, por lo menos los miedos de ésta se habían despejado, pero quién sabe si realmente en algún instante volverían.
―¡Lo sé!, sin dudas no fue una mala idea aceptar ―Yamil estaba muy contento aunque no fuera por ahora la aventura que el mismo esperaba.
Todos estaban charlando alegremente, pero enseguida la pantalla expresó una señal de transmisión que hizo que los allí presentes voltearan, y una vez más, la joven de cabellos nívea se manifestó.
―Buenos días. Por lo que veo, ya están con sus estómagos llenos; es bueno saberlo. Hoy les encomendaré su primera hazaña, por lo que deberán ir al transportador para ello, y mientras llevan a cabo su misión, la nave permanecerá en este planeta. No obstante, debo pedirles que se coloquen estos relojes antes que nada ―sobre la mesa, en uno de los espacios, se desplegó un trozo de la madera, el cual se corrió a un lado. Apenas se desarrolló aquel accionar, un pequeño ascensor surgió desde abajo, para a continuación al llegar a su punto máximo, esto permitiera que sus puertas soltaran un vapor helado al abrirse, y dejó entre ver unos cinco relojes, los cuales poseían un color azabache―. El uso de estos relojes es variado: podrán comunicarse, mandar señales de emergencia a otras galaxias, e incluso con oprimir el botón que está incorporado a su izquierda en la esquina inferior, se lograrán trasportar a la nave de regreso.
Todos quedaron sorprendidos con la herramienta, así que se preguntaron si podría hacer más cosas además de comunicarse y teletransportarse con ese reloj. Aun cuando poseía la idea en la cabeza, lo más probable era que no, sin embargo, cabía la posibilidad.
―Sé que muchos de ustedes no están al tanto sobre en qué consiste la tarea que les encomendaré, y les advierto, esto no es una práctica. Tendrán que arriesgar sus vidas, no obstante, tampoco voy a dejar que estén desprovistos de lo que necesiten para sobrevivir a éste nuevo reto que se les ha presentado —la imagen de la muchacha se hizo un poco más pequeña sólo para dejar ver en su lado izquierdo cómo surgía una nueva captura, mostrando así, una foto de unas ruinas egipcias. Las pirámides, junto con las esfinges, parecían normales a pesar del desastre que estaba ocurriendo, aun así, eso sólo era una pequeña muestra.
—Estoy segura de que conocen este lugar, a pesar de que ha cambiado demasiado —el mismo retrato se desvirtuó, dejando así ver su apariencia actual: las pirámides tenían manchas de una especie de grumo violáceo. Si se observaba más detenidamente, se podría entender que era una filmación, y una muestra de ello, fue el momento en el que una de las esfinges perdió su cabeza desparramando grandes escombros a su alrededor. El aire parecía estar siendo consumido por una especie de bruma antinatural, que tenía el mismo color que la extraña concentración que estaba sobre aquellas obras arquitectónicas.
—¿Qué es lo que le ha pasado al planeta? —exclamó Misa, quien ahora sentía como su alma temblaba otra vez.
—Tiene que ser una broma —murmuró para sí mismo Alan.
—Eso de limpiar… no parece una tarea fácil viendo cómo se está cayendo todo. ¿Y qué es esa cosa que está flotando en el aire? —señaló Yamil con su dedo completamente incrédulo.
—Son restos de una bomba biológica —les explicó la muchacha, y les señaló otra imagen que aparecía en la palma de su mano. Allí, podía verse innumerables cuerpos de soldados acompañados de civiles. Todos aquellos tenían malas formaciones, incluyendo algunos perros y animales que habían quedado atrapados en la zona—. Muchas personas han muerto por estás armas, así que hay pocos supervivientes, y éstos están en refugios especiales, pero no les servirá esconderse por mucho tiempo. Las armas biológicas no tardarán en contaminar el suelo y traspasar las capas más profundas de la tierra; no importa que tanto se escondan, los alcanzarán —el horror se plantó en las caras de todos, entonces… ese terremoto que sintió Abel, ¿era una bomba biológica que había sido lanzada no muy lejos de él?
—¡Cómo vamos a enfrentar eso si no existe ningún equipo que nos permita sobrevivir a eso! —Misa estaba desesperada, pues temía fallecer consumida por esa pandemia que su maldita raza había creado.
—Tranquila, Misa, no creo que ella nos mande a un lugar tan peligroso sin protección —trató de tranquilizar a la joven Talía. Al parecer la compañía de todos había hecho que la castaña lograra entrar un poco más en confianza, pero eso no significaba que estuviera ajena a la situación, por lo que también su interior se desgarraba.
—¡Tú no entiendes lo que esto significa; por algo estamos en otro planeta! —señaló a la chica que estaba en la pantalla—. Seguro que ella es la culpable de todo esto. ¡Quizás ella misma empezó todo y por eso ahora tenemos que limpiar nosotros su desastre arriesgando nuestras vidas para ello! —la joven parecía estar enloqueciendo.
—¡Ya tranquilízate Misa, quizás no sabemos bien por qué ella nos eligió, pero puedo asegurarte que no es la culpable de esto! —Abel encaró a su compañera queriendo defender el idealismo por el cual luchaban, sin embargo, no sólo ese ideal, sino que también a la muchacha que los había salvado.