Abel se posó contra la roca muy cerca de sus compañeros, y con su mano sana sostenía de la muñeca la otra que estaba completamente lastimada. Para esas alturas, ellos no tenían esperanzas, ahora sólo les quedaba aguardar por un milagro que los salvara de esa terrible circunstancia. La desesperación estaba dominando el corazón de Alan y de su amigo, pero mucho más se vio arraigado esto, cuando las bestias empezaron a desmantelar la pirámide; pobres muchachos, tan desdichados y libres de toda beatitud.
—No sobreviviremos a esto —habló el pelinegro con sus labios apoyados sobre el cuerpo de su allegada, y con un tono ahogando, que hacía que sus palabras apenas se entendieran.
—Supongo que hasta aquí llegamos —replicó Abel, y el techo que estaba sobre sus cabezas fue removido, dejando así ver, no sólo al nebuloso y oscuro cielo, sino que también a los monstruosos seres que los superaba en número y en fuerza.
El rubio cerró los ojos, invitando así a la oscuridad para que lo devorara. Pero entonces, los aullidos de uno de esos bichos hizo que se estremeciera, y como si fuera un acto de luz, las esperanzas regresaron a él repentinamente. Ante la ausencia de dientes en su carne, sus ojos se abrieron pudiendo advertir así una figura que antes no había divisado. Por lo que entendía, ésta estaba posada sobre los bordes destrozados, además, parecía una silueta femenina. La dichosa tenía una coleta y un largo cabello negro, o al menos, es lo que descubrió desde la lejanía, e incluso, su inesperada aparición dejó estáticas a las bestias.
—¡No deberían rendirse! —exclamó la misteriosa mujer.
—¡Quién eres! —le exigió Abel a la misteriosa figura.
—Su nueva aliada. Yo los distraeré mientras ustedes escapan —y la muchacha se deslizo por el borde de su lugar, dejando escuchar a lo lejos los chillidos de esas criaturas, las cuales habían desviado su atención ahora hacia ella.
—¡Alan! ¡Alan! ¿La escuchaste? ¿La viste? —le preguntó con apuro a su amigo, y éste levantó la cabeza de entre los escombros sacudiendo sus cabellos.
—Sí, sí la escuche —se sentó correctamente en el suelo un poco más relajado, pero era demasiado pronto para estarlo, ya que empezó a ver cómo su reloj comenzaba a titilar en dos tonos; uno en cetrino y el otro en uno rosado—. ¡Oh! ¡El arma está lista!
—¡Genial! ¡Transfiérela!
—¡Sí! —apretó su herramienta con su dedo, y por fin empezaba a aparecer a través de un rayo de luz. Al terminar de materializarse, se levantó para tomarla y la cargo—. Ya está lista.
—Deberías ir a ayudar a esa chica. No creo que pueda sola con esos monstruos —anunció Abel poniéndose también de pie.
—¿En verdad crees que podré contra ellos?
—Sí. Eres el único que no está herido y que puede manejar esa cosa. Además, eres inteligente, Alan, y valiente.
—No sabes lo que dices —negó con su cabeza algo preocupado.
—Claro que lo sé, después de todo, te arriesgaste a traer contigo a Misa; no la dejaste morir — el muchacho sonrió y su contrarió le regresó el gesto.
—Bien, entonces eso haré —tomó algo de aire y exclamó—. ¡Volveré! —fue así como Alan hizo uso del aparato para transportarse fuera de la pirámide, ya que los lados de ésta eran demasiado lisos como para poder intentar treparla, aparte, era extremadamente alta; perdería mucho tiempo intentando escalarla antes de dar con la joven.
El reloj había transportado a Alan cerca de una de las esfinges, por lo que, desde allí, y detrás de una de sus patas, podía ver cómo la desconocida estaba escapando de aquellas cosas. Ahora tenía la oportunidad de conocer más al detalle sus facciones como también de su vestimenta, la cual pudo observar que era de la siguiente manera: la ropa que usaba no parecía ser normal, estaban deshiladas, rasgadas, la tela era de cuero, pero lo más impresionante de todo, era que ella también tenía un reloj; uno como el de ellos, y al parecer lo podía manejar a la perfección. Lo último lo había adivinado con tan sólo verla luchar, ya que: hacía que el objeto creara escudos, soltara rayos láser, y de paso, expulsaba un látigo que salía de él, el cual mantenía a raya a las bestias que la acechaban.
—Debo ayudarla —esperó a que las abominaciones dejaran de moverse del todo, así podría apuntar y disparar. En total había unos cinco, quedaban bastantes, y aún se preguntaba de dónde habían salido tantos seres como esos, y la verdad, era complicado atinar. De cualquier forma, dejó escapar el primer y silencioso tiro. Al ser tan rápido el proyectil, no hacía ningún sonido en especial, así que sus enemigos no podrían localizar de dónde venía la fuente que los atacaba. Alan repitió su acción, y la mujer, que no permaneció quieta por cuestiones de seguridad, siguió esquivando hasta que él último monstruo fue vencido por los disparos de aquel muchacho que por unos momentos llegó a convertirse en héroe.
En cuanto todo terminó, el joven suspiró con cansancio. Contrario a lo que esperaban, no habían logrado una vez más purificar el ambiente, pero por lo menos, pudieron salir con vida de esto. Antes de reunirse con la joven, recordó que sus amigos aún estaban atrapados en aquella pirámide, así que se transportó para ir a verlos. Al llegar, encontró a Abel apenas consciente, y a Misa aún dormida.
—¡Lo siento Abel por tardar tanto! —dijo exaltado el pelinegro, y se inclinó para levantarlos.
—No te preocupes, había cosas más importantes de las cuales encargarse —le sonrió adolorido. Sin embargo, ya no podía más con ese sufrimiento, así que las lágrimas se le escapaban inevitablemente de los ojos, aparte, en su mano ya se veían las ampollas; estaba agonizando terriblemente.
—Supongo entonces que no habrá tiempo para agradecerle a ella. Es una lástima, dado que me hubiera gustado saber su nombre, pero esto es más importante —no perdió más el tiempo; no debía hacerlo. No obstante, si las cosas se daban, podría darle las gracias en otro momento, ya que ahora, debía dedicarse a socorrer a quienes lo necesitaban.